“Santo por la expiación de Cristo el Señor”
del Cuórum de los Doce Apóstoles
18 de enero de 2022
del Cuórum de los Doce Apóstoles
18 de enero de 2022
«Lo que todos necesitamos, tanto aquellos que están firmemente en la Iglesia como los que luchan por aferrarse, sigue siendo lo mismo: una fe poderosa, una fe que nos sostenga aquí y ahora, no solo en el día del juicio o en algún lugar en la gloria celestial».
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
En la Conferencia General de octubre de 2016, conté la historia de mis amigos Troy y Deedra Russell, del Barrio Dutchman Pass, en Henderson, Nevada. Nadie recordará el discurso, pero se trataba de la experiencia que vivieron cuando Troy sacó su camioneta del garaje de camino a donar mercancías a la tienda local de Industrias Deseret. Al hacerlo, sintió que la rueda trasera pasaba por encima de un bulto. Creyendo que algo se había caído de la camioneta, se bajó y encontró a su amado hijo de nueve años, Austen, tirado boca abajo sobre el pavimento. Los gritos, la bendición del sacerdocio, el equipo de paramédicos, el personal del hospital, todos, en su momento, se dedicaron a tratar de salvar la vida de este hermoso niño, pero fue en vano. Austen había muerto.
Con el tiempo, Troy y Deedra hallaron paz al centrar la fe en el Señor Jesucristo, en la presencia consoladora del Espíritu Santo y en el amor de muchos amigos y vecinos que les ayudaron, especialmente en su entonces “maestro orientador” John Manning1.
Mi intención hoy no es repetir ese mensaje, sino decirles ahora que están en sus años universitarios que algunas de las lecciones de la vida serán difíciles, y que quizás se les pida que afronten más de lo que piensan que pueden [afrontar] y ciertamente más de lo que deseen [afrontar].
En el caso del hermano y de la hermana Russell, uno podría pensar que perder a un hijo de la horrible manera en la que ellos perdieron a Austen es la peor prueba que unos padres jóvenes pueden afrontar. Sin embargo, hay un mensaje en el mismísimo corazón de uno de los más grandes sermones del Libro de Mormón que sugiere que las pruebas y los desafíos pueden presentarse a menudo en la vida. En su discurso de despedida, el rey Benjamín enseñó que un propósito fundamental de la vida terrenal —tal vez el propósito fundamental— es llegar a ser “santo mediante la expiación de Cristo el Señor”, lo cual requerirá que lleguemos a ser “como un niño, sumiso, manso, humilde, paciente, lleno de amor, dispuesto a someternos a todas las cosas que el Señor considere conveniente imponer sobre él, así como un niño se somete a su padre”2.
¿Qué significa esto para nosotros? Significa —en parte, al menos— que la lucha y los conflictos, el pesar y la pérdida no son experiencias que ocurren solo en otro lugar y a otra persona. Significa que los momentos en los que parece terriblemente difícil aferrarse a la fe no están reservados para los días pasados de nuestra persecución y martirio. No, todavía están con nosotros los momentos en los que llegar a ser santos por medio de Cristo el Señor parece casi —casi— demasiado difícil de lograr. Y así será hasta que Dios haya probado a Su pueblo para su recompensa eterna. Se nos pedirá que nos sometamos, obedezcamos y seamos como niños. Para algunos de nosotros eso es difícil ahora y será difícil en el futuro.
Mi súplica hoy, en esta universidad que amo con todo mi corazón, es que practiquemos ahora y seamos fuertes ahora para esos momentos de aflicción y refinamiento que ciertamente vendrán. Para algunos de nosotros esos momentos vienen ahora, en los años universitarios. Es entonces cuando nuestra fe en Dios, nuestra fe en Cristo y nuestra fe en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días realmente contarán. Es entonces cuando la fe debe ser inquebrantable, porque se examinará en el fuego purificador para ver si es más que “metal que resuena o címbalo que retiñe”3. Para algunos, la gravedad de la prueba podría parecer un examen final de larga duración para la clase «Vida Mortal». Es entonces, navegando en lo que Hamlet llamó “un mar de problemas”4, que tal vez requiera toda la fe que tengan solo para mantenerse a flote en la pequeña embarcación que tengan.
Pero ustedes pueden navegar, como dijo el rey Benjamín, si son como niños, “sumisos, mansos, humildes y llenos de amor”. Creo que el único comentario que se necesita para este versículo podría ser acerca de que sugiere que Dios va a “infligir” pruebas y cargas sobre nosotros. En inglés, la palabra inflict (infligir), proviene del latín infligiere y tiene por lo menos dos significados. Una es “golpear o estrellar contra” y otra es “abatir”5, pero esas definiciones no se aplican a Dios ni a Sus ángeles. La definición correcta de la palabra que utilizó el rey Benjamín es permitir “algo que se debe soportar o sufrir”6. Ahora bien, ¡permitir algo es un asunto diferente! Dios puede hacerlo y lo hará si, en última instancia, es para nuestro bien. Voy a decirlo otra vez: Dios no hace ahora ni hará jamás con ustedes algo destructivo, malicioso e injusto. Jamás. Ni siquiera está en lo que Pedro llamó “la naturaleza divina”7 poder hacerlo. De hecho, por definición, Dios es perfectamente y completamente, siempre y para siempre bueno, y todo lo que Él hace es para nuestro bien8. Les prometo que Dios no se queda despierto por las noches tratando de encontrar maneras de decepcionarnos, dañarnos, destruir nuestros sueños o nuestra fe.
Ahora, con esa larga introducción, volvamos a Troy y Deedra Russell. En las primeras horas de la mañana del 8 de septiembre, después de pasar gran parte de la noche preparando a su segundo hijo para sus comienzos en BYU–Idaho, Deedra Russell viajaba hacia el norte por la carretera interestatal 15. Cerca de la milla 14, donde la autopista está estrechamente cortada en las laderas del barranco del río Virgin, Deedra vio una camioneta que viajaba a gran velocidad. Desgraciadamente, se dirigía directamente hacia ella, en dirección sur por su carril que se dirigía hacia el norte. Al volante iba un conductor ebrio, de treinta y nueve años.
Esta es una fotografía tomada por el personal de emergencia a eso de las 5:30 de la mañana, así que perdonen la iluminación oscura. Esto es lo que quedó del Honda color gris oscuro de Deedra luego de una colisión frontal. [Se mostró una fotografía del auto destrozado].
A pesar de lo que parecen indicar esos restos, la hermana Russell, aunque quedó inmovilizada dentro del coche, no murió en el accidente. Con la ayuda extraordinaria del personal de emergencia, fue liberada de los restos y trasladada en helicóptero al Centro Médico Regional de St. George, donde, después de 132 días de hospitalización, unos cuarenta de ellos en cuidados intensivos, aún está luchando por su vida.
Afortunadamente, está viva.
Esto es lo mejor que pudo hacer para despedirse de su hijo mayor, Collin, que partió dos meses después del accidente para servir en la Misión Canadá Edmonton, de habla Tagalog. [Se mostró otra fotografía]. Sus sueños de ayudarlo a prepararse y verlo partir para servir en una misión se quedaron en algún lugar cerca de la milla 14 de la carretera interestatal 15.
Debo dejar atrás los detalles del estado médico de Deedra, pero, al hacerlo, permítanme decir que sus heridas, fracturas y necesidades quirúrgicas casi desafían toda descripción. Ha pasado por el quirófano dieciocho veces para diferentes operaciones, con más por venir. Sus riñones han resultado dañados y al menos dos de sus heridas externas deben permanecer abiertas con la asistencia de un sistema de vacío para heridas hasta que puedan cerrarse. Dolor indescriptible, lesiones interrelacionadas, pesadillas recurrentes y, más recientemente, una secuencia de convulsiones paralizantes han sido su suerte día y noche. Pero todo indica que va a lograrlo, por lo cual todos estamos muy agradecidos.
Esta es una fotografía de Deedra con Troy a la derecha y el Setenta de Área Jonathan S. Schmitt a la izquierda, a quien le estoy agradecido por muchas de las fotos. [Se mostró una fotografía].
Ahora permítanme expresar algunas ideas que he tenido relacionadas con el Evangelio al escuchar estos informes de mis amigos.
En primer lugar, no es el propósito de este mensaje condenar al conductor, quien sobrevivió milagrosamente a este incidente y está con sus padres y algunos miembros de la familia Russell entre la audiencia el día de hoy, como invitados especiales. Nuestro propósito es aprender. Por eso venimos a la universidad. Y una cosa que este hermano y su familia nos han enseñado es que cuando hemos cometido un error, ya sea grave o no, debemos sentir remordimiento y pesar genuinos, y debemos asumir la responsabilidad del daño causado y del sufrimiento provocado. En el proceso, debemos exigirnos a nosotros mismos un cambio en los hábitos y conductas que causaron esos acontecimientos dañinos. Pero aun cuando hayamos hecho lo que podamos, a menudo no será mucho, por lo que tendremos que pedirle a Dios que se encargue de todas las partes que no podamos reparar ni pagar. Para merecer tal ayuda, ciertamente debemos procurar vivir una vida que lo justifique, recordando siempre que la gracia del cielo excede nuestro mérito. Me conmueve que el hermano que causó este accidente esté tratando de hacer todo lo que acabo de decir de todas las maneras que conoce.
Por ejemplo, me conmovió saber que además de escribirles a Deedra y a Troy y visitarlos y orar por ellos, él y sus familiares no gastaron ni un centavo en regalos de Navidad este año a fin de dar ese efectivo equivalente considerable a los Russell para ayudar a pagar algunos de los terribles costos financieros que, sin duda, los llevarán a la bancarrota antes de que todo esto termine.
Un ejemplo igualmente conmovedor de verdadero remordimiento es esta carta de ocho páginas escrita a mano, una copia de la cual tengo en la mano. Es demasiado larga para leerla aquí en su totalidad, pero les leeré una o dos oraciones:
Deedra, me siento muy mal [por] lo que te [he hecho]. Tengo el corazón [destrozado]. No puedo respirar. Siento mucho el dolor que estás sufriendo… .
Troy, eres un ángel [por haberme perdonado]… . Siento mucho todo lo que ya has tenido que sufrir en esta vida, y que ahora sea yo el causante de todo esto… . [Pero] estoy asistiendo de nuevo a la Iglesia. Cada noche leo las Escrituras.
Por favor, dile a los niños que siento mucho haber herido a su madre. [Deedra], sé que casi te quito la vida, pero, si sirve de algo, tú has salvado la mía.
Atentamente…
Detrás de lo que deseamos que sea un final verdaderamente esperanzador y constructivo para esta historia, está el recordatorio constante, el tamborileo en nuestro cerebro—llueva o con sol, de noche o de día, primavera, verano, invierno y otoño—de que hay una razón amorosa para obedecer las leyes del Evangelio y una razón digna para seguir los principios del Evangelio, que el guardar los mandamientos de Dios realmente es importante, y que las revelaciones de lo que se debe y lo que no se debe hacer tienen un propósito.
Sin la necesidad de ver otra fotografía de ese Honda que nos inspire, todos debemos reconocer la sabiduría de un Dios amoroso que —décadas antes de que se imaginaran siquiera los automóviles, las autopistas y los vuelos de rescate— reveló las posibilidades destructivas, en este caso, del consumo de alcohol. Sin enumerar nuevamente los costos que padecen la víctima y el autor de este accidente, debemos reconocer las lágrimas de un Padre Celestial que simplemente nos pide que nos cuidemos unos a otros, que seamos cuidadosos en vez de imprudentes con el bienestar de nuestras hermanas y nuestros hermanos. El obedecer como un niño Sus llamados paternos y Sus advertencias divinas nos evitará a nosotros y a los demás la agonía al final del camino. De ahí, el clamor de Su Hijo Unigénito: “Si me amáis, guardad mis mandamientos”9. Es parte de la carga apostólica para nosotros —los Doce— estar con el Salvador en esa súplica, en esa petición. Siempre extendemos nuestro amor. Siempre estamos moralmente obligados a pedir obediencia a los mandamientos como evidencia de ese afecto.
Ahora bien, por favor, por favor, ya que he tratado de hablar por un momento de la sumisión cristiana, santa y semejante a la de un niño a las pruebas y tribulaciones de la vida y a los mandamientos divinos, por muy probados que ya se sientan, por favor no salgan de aquí hoy deseosos por contarle a su compañero de cuarto ausente que el élder Holland dio un devocional sobre la Palabra de Sabiduría. Si quieren ver a un anciano llorar, ¡hagan eso! Ruego que encuentren mi mensaje más significativo que el pesar de conducir ebrios.
Después de comprender la razón de los mandamientos y la necesidad de buscar el perdón cuando los quebrantamos, ofrezco una segunda lección. Es la otra cara de la moneda del perdón. Así como el transgresor busca el perdón como parte de la búsqueda de alivio y paz, debemos perdonar, al menos en parte, por el alivio y la paz que nos brinda a nosotros. Por más enojados que Troy y Deedra pudieron haber estado de forma justificada debido a esa terrible experiencia, han sentido que no podían ni debían negar el perdón a quien causó la ofensa. Al menos una parte de esa motivación se debe a que Troy ha pasado estos últimos cinco años de su vida luchando con su parte, accidental como fue, en la pérdida de su hijo Austen, de nueve años.
Para llevar eso al ámbito de esta mañana, no hay ninguno de nosotros en ningún lugar de este campus que no haya necesitado perdón por algún error cometido en algún lugar, en algún momento. Es posible que nuestros hechos no hayan sido tan graves como los que estamos relatando hoy, pero todos hemos cometido errores y algunos de ellos fueron errores graves. Yo me incluyo en esa lista. Sea cual sea el hecho, todos damos gracias a Dios por ser el Padre del perdón y por los dones de misericordia y alivio que nos ofrece; todo ello, en definitiva, mediante la majestuosa expiación de Su Hijo Unigénito, el Señor Jesucristo. Debemos unirnos y participar en esa ofrenda. Los Russell lo han hecho; han acudido a su Dios y aun en su angustia, se han unido humilde, pero resueltamente, al Salvador para extender el perdón a un necesitado. Han sido “sumisos, mansos, humildes, pacientes, llenos de amor”. Sin querer avergonzarlos, ciertamente se están convirtiendo en “santos por medio de la expiación de Cristo el Señor”.
Ahora, una tercera lección de este incidente. Nunca los escuché quejarse, pero, como todos nosotros en momentos de sufrimiento y dolor, puede que en ocasiones la familia Russell haya exclamado: “¿Por qué a mí? ¿Por qué nosotros? ¿Por qué otra vez?” o “¿Cuánto tenemos que sufrir en esta vida?” o “¿Se preocupa Dios realmente por mí en lo más mínimo?”.
Si hubieran hecho esas preguntas, estarían en buena compañía. El salmista preguntó: “¿Hasta cuándo, Jehová? ¿Me olvidarás para siempre?”10. Y el profeta José preguntó: “Oh Dios, ¿en dónde estás?”11. Incluso el Salvador mismo, en la atroz experiencia de la Expiación, se preguntó si a Él también se le había abandonado12. Pero la respuesta divina a cada una de esas almas fieles, a las preguntas formuladas en las tinieblas de la desesperación, la respuesta es siempre y por siempre la misma: “Quedaos tranquilos y sabed que yo soy Dios”13. Él no nos ha abandonado; no somos desechados; Sus promesas son seguras; el amor santificado es una constante. “Jehová de los ejércitos está con nosotros; nuestro refugio es el Dios de Jacob”14.
Así que cuando estén siendo golpeados con el yunque de la adversidad, cuando su alma esté siendo refinada con lecciones severas que quizás no se puedan aprender de ninguna otra manera, no salgan corriendo. No abandonen el barco. No agiten el puño contra su obispo, su presidente de misión o contra Dios. Por favor, permanezcan con la única ayuda y fortaleza que puede ayudarlos en ese momento doloroso. Cuando tropiecen en la carrera de la vida, no se arrastren lejos del Médico que está allí incansablemente para tratar sus lesiones, levantarlos y ayudarlos a terminar el recorrido.
No sabemos el por qué de todas las cosas que nos suceden en la vida, por qué unas veces nos libramos de una tragedia y otras veces no. No obstante, es ahí cuando realmente la fe debe cobrar sentido, o no es fe en absoluto. En tales circunstancias graves, raras como esperamos que lo sean, podemos recurrir al recordatorio de Alma de que la fe y el conocimiento están relacionados, pero no son sinónimos. En algunos asuntos se puede tener un conocimiento, incluso perfecto de las cosas, pero en otras ocasiones la fe tendrá que ser suficiente hasta que llegue el conocimiento15. Como la dulce hermana Holland siempre les dice a los misioneros, la fe no es realmente fe si tienen algo más a lo que aferrarse.
Lo que todos necesitamos, tanto aquellos que están firmemente en la Iglesia como los que luchan por aferrarse, sigue siendo lo mismo: una fe poderosa, una fe que nos sostenga aquí y ahora, no solo en el día del juicio o en algún lugar en la gloria celestial. La mayoría de nosotros tenemos fe en los asuntos fundamentales, grandes y a largo plazo, como la veracidad de la Iglesia o la realidad de la expiación y resurrección de Cristo. Pero a veces estamos menos seguros de llevar esa fe al día de hoy, a esta mañana, para ayudar con los desafíos a corto plazo, tales como la muerte de Austen o el accidente automovilístico de Deedra. También puede que enfrentemos problemas económicos o la desilusión al salir con jóvenes del sexo opuesto o pedir una bendición tan necesaria en cuanto al matrimonio, la salud o alguna otra necesidad personal. Esas oraciones parecen no tener respuesta por más que intentemos una y otra vez. En estos asuntos también se necesita fe, al igual que en cuestiones fundamentales como la veracidad de esta Iglesia y la realidad de la resurrección de Cristo.
Este último llamado a tener fe sumisa y como la de un niño al lidiar con problemas inmediatos llega casi todos los días de nuestra vida. Mis jóvenes amigos, con este llamado, les doy la bienvenida a la vida que el rey Benjamín describió y que Jesús ejemplificó perfectamente.Bienvenidos a conceptos como la paciencia y la longanimidad, que adquieren significados que nunca imaginaron que tendrían. Bienvenidos a no saber, pero aun así creer. Bienvenidos a confiar en su Padre Celestial y a creer que todas Sus promesas, a corto o a largo plazo se cumplirán en su totalidad. Pero cuidado, puede haber alguna angustia en este camino. Esto se debe a que el camino de la fe al conocimiento puro, de las pruebas terrenales a las recompensas celestiales, siempre ocurre de alguna manera a través de Getsemaní. Y cuando se nos invite a unirnos al Salvador del mundo en ese lugar, debemos estar preparados para responder a la exigente pregunta que Él les hizo a Pedro, Santiago y Juan: “¿Así que no habéis podido velar conmigo una hora?”16. En sentido figurado, todo nuestro ciclo de buscar y esperar, de arrepentimiento y perdón, por más importantes que sean, suman mucho menos de una hora en comparación con Su depuración, que se produjo con el derramamiento de Su sangre, cargando con todos los pesares, todos los pecados y todos los errores de todo el género humano, desde Adán y Eva hasta el fin del mundo.
Por favor, mis queridos y hermosos jóvenes colegas en esta obra: Cuando la vida parezca ser desgarradora, trágica y llena de dolor tras otro, cuyo significado y respuestas no pueden entender, les pido, como lo hizo Alma, que tengan “esperanza en cosas que no se ven [pero] que son verdaderas”17. Tan seguro como que ustedes viven, todas las bendiciones de Abraham, Isaac y Jacob, de Sara, Rebeca y Raquel, les están esperando, a corto, a largo plazo y para siempre.
¡Bueno! Tragedias y sumisión, dolor y creencia, arrepentimiento y un nuevo amanecer, amor y colisiones frontales. Estos son problemas de chicos y chicas grandes, incluso problemas aparentemente contradictorios en ocasiones. Pero les prometo en el nombre del Señor que la ayuda vendrá y resolverá esas contradicciones mediante el poder cohesivo del evangelio de Jesucristo, lo que el presidente John Taylor llamó las “influencias de cemento y armonización”18 de la verdad eterna.
Así que los que son como Troy y Deedra Russell se someten como los jóvenes santos que son y observan cómo el milagro del amor y la fe se extiende en círculos cada vez más amplios para tocar literalmente a cientos de personas. Por ejemplo, los muchos grupos de personas que han lavado la ropa de los Russell, que han traído comidas todos los días, que han llevado a sus hijos a la escuela, que se quedaron junto a la cama de Deedra cada día y cada noche que ha estado en el Hospital de St. George. Recuerden que su familia y amigos viven en Henderson, Nevada. El amor y la fe han ayudado a Troy a conducir esos kilómetros y a quedarse con su esposa la mitad de esos 132 días y noches. Sus compañeros de trabajo se han esforzado el doble para cubrir sus horas para que él estuviera libre y pudiera prestarle tal atención. Mientras tanto, dos de sus pacientes han comenzado a leer el Libro de Mormón. Un amigo cercano que a lo largo de los años ha rechazado invitaciones a cinco bautismos diferentes y a una bendición de bebé —jurando que nunca pondría un pie en una capilla Santo de los Últimos Días— asistió a la reunión sacramental en la que Collin habló antes de partir a su misión. Ese amigo pensó que eso era lo menos que podía hacer por una madre ausente que se encontraba en una unidad de cuidados intensivos a kilómetros de distancia. De modo que los milagros fluyen incluso de los restos destrozados de un Honda gris oscuro y una camioneta Silverado blanca, todo en respuesta a la sumisión y a la mansedumbre como las de un niño cuando se trata de lo que el Padre permite.
[Se mostró un video de los Russell hablando con la audiencia desde la habitación del hospital].
[Deedra Russell:]
Agradecemos que el élder Holland nos haya dejado compartir nuestro testimonio con todos ustedes hoy. Sé que desearíamos que las pruebas no fueran parte de nuestra vida, pero una de las cosas que he aprendido estos últimos meses, que han sido muy, muy difíciles para mí, es que tenemos un Padre Celestial muy amoroso, y la razón por la que Él permite que pasemos por estas pruebas es para que podamos aprender cosas acerca de nosotros mismos. Podemos aprender a tener fe y a ser fuertes. Y especialmente podemos aprender a confiar en nuestro Salvador. El Padre Celestial definitivamente nos envía ángeles. ¡Nos envió a tantas personas para ayudarnos! Él permite que otras personas nos ayuden en nuestros momentos más difíciles. No creo que hubiera tenido un testimonio tan fuerte de lo mucho que el Padre Celestial realmente nos ama si no hubiera pasado por estas cosas.
[Troy Russell:]
Unas semanas después de que Austen falleciera, un amigo se me acercó y me dijo que yo había pasado por lo peor que alguien podría pasar. Pensé en ello por un minuto y dije: “No estoy de acuerdo contigo. Creo que lo peor que cualquiera de nosotros podría pasar es no estar con nuestra familia por la eternidad”. En estos últimos cuatro meses ha habido tres o cuatro ocasiones en las que no sabía si ella iba a superar esto, pero en el fondo de mi mente sabía que, aunque no lo hiciera, habíamos sido sellados en el templo por esta vida y por toda la eternidad. Y eso es lo que realmente importa. Lo único que creo que verdaderamente poseemos es nuestra capacidad para tomar decisiones. Nuestro cuerpo es un don de Dios. El aire que respiramos es un regalo de Dios. Todas las cosas materiales pueden ser arrebatadas en cualquier momento, así que lo único que tenemos es nuestro albedrío. Y lo que es tan hermoso en cuanto a las luchas, las pruebas y las dificultades que pasamos es que nos permiten usar nuestro albedrío, ya sea para que podamos perdonar o no perdonar, que podamos mostrar amor, bondad o ayudar a las personas. Esperamos que todos sepan que amamos a nuestro Salvador. Sabemos que Él murió por nosotros y gracias a Él podemos estar juntos como familia. Solo esperamos que siempre utilicemos nuestro albedrío para perdonar a los que nos han ofendido, demostrar amor y bondad, y estar allí para ayudar a otras personas. Les dejamos esto en el nombre de Jesucristo. Amén.
[Élder Holland:]
Mis queridos jóvenes amigos, yo también les dejo mi testimonio. Testifico que cuando la vida les traiga desilusión o pesar —y en ocasiones lo hará—, el evangelio de Jesucristo y la Iglesia que declara su plenitud son verdaderos y fuertes. Son lo que el salmista llamó un “refugio para el oprimido, refugio para tiempos de angustia”19. Doy testimonio del amor y de la fe, del arrepentimiento y de la perseverancia, de la longanimidad y de la misericordiosa gracia de Dios. En particular, testifico del gozo al final de la travesía, parte del cual proviene de las cosas difíciles que se nos llama a hacer en esa travesía. Testifico que estamos en el proceso de renacimiento y refinamiento, de llegar a ser “santo[s] por la expiación de Cristo el Señor”. Y en el transcurso de esa experiencia seremos reducidos a una fe y humildad como las de un niño. Testifico de estas verdades y dejo una bendición apostólica sobre cada uno de ustedes para que se cumpla todo deseo justo de su corazón conforme busquen que el Dios del cielo y de la tierra esté en su vida. Comparto gustosa y amorosamente con ustedes mi propia fe en ustedes, con ustedes y para ustedes, para que esa fe los levante de toda carga que sientan —las que puedan llevar y las que no puedan— y sane toda herida que ahora temen que sea fatal. Lo hago con amor en el nombre de Aquel que da el poder para hacer tales cosas, quien Él mismo fue levantado en una cruz para que pudiéramos ser levantados para vida eterna20. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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Notas
Jeffrey R. Holland era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando se dio este discurso en el devocional del 13 de enero del 2009.