Ser las manos compasivas de Cristo
Director de los Servicios de Desarrollo Estudiantil
29 de junio de 2021
Director de los Servicios de Desarrollo Estudiantil
29 de junio de 2021
Nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nuestro Hermano Mayor, está allí para recogernos, secar las lágrimas y sanar las heridas que hemos recibido mientras vivimos en un mundo caído. El punto de mi discurso de hoy es simplemente este: un deber humilde que tenemos como discípulos de Cristo es ser Sus manos para ayudar a que esto suceda.
De ser necesario, modificaremos la traducción. Si usted tiene alguna sugerencia, por favor escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Estoy agradecido por la oportunidad de pronunciar este discurso en el devocional de hoy. Es algo aterrador estar en el escenario de la Sala de Teatro De Jong. Esta es mi segunda vez en el escenario. Una vez interpreté aquí como trompetista barítono en la Banda de la Escuela Secundaria Farrer, quizás estableciendo un récord histórico por la mayor cantidad de notas incorrectas jamás tocadas durante una actuación en este edificio. Esa experiencia me ha ayudado a prepararme para evitar cualquier nota metafórica equivocada en el discurso de hoy.
El hogar de mi infancia estaba en la Novena Este, aquí en Provo, justo al otro lado de la calle del antiguo edificio Heritage Halls, por lo que consideraba el campus de BYU como mi patio de recreo cuando era niño. Recuerdo cuando muchos de estos edificios, incluso el Centro de Bellas Artes Harris, estaban en construcción. Tengo recuerdos de haber deambulado por el sitio de excavación de este edificio cuando tenía unos cinco años. Aunque el recuerdo de mi aventura en el pozo de construcción es algo imprecisa, tengo un claro recuerdo de que estuve con mi hermano mayor, Thales, quien es ocho años y medio mayor que yo.
Tengo seis hermanos. Thales es el mayor y yo soy el quinto de los siete hijos que tuvieron mis padres. Debido a que había tres hermanas nacidas entre Thales y yo, mis padres me dijeron que Thales estaba especialmente feliz de tener un hermano menor, y su felicidad por tener un hermano ciertamente se manifestó durante los años subsiguientes. Thales a menudo me llevaba con él y sus amigos a sus aventuras, desde los cuatro años. Siempre me sentía orgulloso cuando estaba con ese grupo de niños mayores. Antes de aprender a andar en bicicleta, Thales envolvía una toalla alrededor de las barras transversales de su bicicleta Murray y me ponía sobre la toalla. Luego dábamos vueltas a toda velocidad por las calles de Provo. Y no, no usábamos cascos. Tengo recuerdos maravillosos de cazar lagartijas en los alrededores, dar caminatas hasta donde se encuentra situada la “Y” (Y de BYU), comprar dulces por un centavo en el Mercado Rowley y correr por los edificios en construcción de BYU, y las memorias son especialmente dulces por la amabilidad y la presencia de mi hermano mayor.
Una noche, cuando tenía unos ocho o nueve años, estaba durmiendo en la cama superior de la litera en la habitación de arriba que compartía con mi hermano. Tal vez, mientras tenía un sueño particularmente vívido, me volteé mientras dormía, me resbalé del borde de la litera y me estrellé contra el suelo. Thales estaba en el piso de abajo, justo debajo de mi habitación, habiendo llegado a casa después de salir con alguien. Escuchó el estruendo, subió corriendo las escaleras y me encontró sin aliento y llorando en el suelo. No recuerdo lo que dijo, pero recuerdo que me levantó cuidadosamente y me puso de nuevo en la cama.
Ojalá todos tuvieran un hermano mayor como el mío, alguien con el que siempre puedan contar cuando caigan. Lamentablemente, mi experiencia profesional como psicólogo me enseña que muchos no disfrutan de ese privilegio. Las personas valientes con las que trabajo a menudo afrontan la vida solas, tratando de comprender sus dificultades en la vida y la tristeza que, en consecuencia, les acosa. A menudo no tienen a nadie que los levante ni les ayude. Inclusive aquellos que tienen familias intactas, buenos amigos y padres bondadosos y amorosos a menudo luchan por encontrar felicidad y propósito en la vida o por sentirse conectados con los demás. En ocasiones, el aislamiento percibido por los clientes es incapacitante, lo que intensifica las dificultades a las que se enfrentan. ¡Ellos necesitan de los demás!
En la parábola del buen samaritano, el Salvador desvío nuestra atención del hombre herido hacia dos figuras, un sacerdote y un levita:
Y aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino y, al verle [al herido], pasó de largo. Y asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, al verle, pasó de largo1.
Al leer esta parábola a lo largo de los años, anteriormente me inclinaba a condenar la falta de acción del sacerdote y del levita. Después de todo, se hallaban en cargos de autoridad y, con razón, se esperaba que brindaran consuelo, alivio y cuidado al hombre herido. Sin embargo, en lecturas recientes, he comenzado a considerar lo que el sacerdote y el levita podrían haber estado pensando cuando pasaron de largo del hombre herido y afligido. Sospecho que sus pensamientos podrían haber sido similares a los de muchos de la sociedad contemporánea que presencian el sufrimiento al pasar por “aquel camino”:
“No puedo ayudarlo”.
“No sé qué hacer”.
“Me siento incómodo”.
“No conozco a esta persona”.
“¡No debería haber estado caminando aquí por la noche!”.
“Alguien más capacitado aparecerá para ayudar”.
Tal como el élder Gerrit W. Gong sugirió en su discurso más reciente de la conferencia: “Aunque nos debemos ayudar mutuamente, con demasiada frecuencia cruzamos al otro lado del camino, por alguna razón”2.
Hay muchas razones por las cuales podemos pasar de largo cuando amigos o conocidos experimentan dificultades espirituales intensas o aislamiento psíquico. Los que se encuentran en su esfera inmediata pueden sentirse inadecuados, sin saber qué hacer. En ocasiones, el sufrimiento de nuestros conocidos y seres queridos parece estar más allá de nuestra ayuda y comprensión. Podemos sentirnos justificados al “[pasar] de largo”. Como un joven terapeuta en formación, recuerdo haberme asustado por la intensidad del sufrimiento que experimentaban algunos de mis clientes. A veces me preguntaba si había algo que pudiera decir o hacer para aliviar sus dolores. A veces me sentía completamente incapaz. Tal vez algunos de ustedes hayan sentido una ineptitud similar al ser testigos del sufrimiento de otros.
No obstante, nuestro deber como discípulos de Cristo nos insta a involucrarnos con los que están sufriendo. En el libro de Mosíah, Alma enseñó que aquellos que deseen bautizarse harían convenio de “llevar las cargas los unos de los otros para que sean ligeras”, “llorar con los que lloran” y “consolar a los que necesitan de consuelo”3.
El llamado a aliviar el sufrimiento de los demás puede ser uno de nuestros deberes cristianos más difíciles. Tal vez nos sintamos inadecuados y, por lo tanto, nos justificamos por no ayudar. No obstante, por difícil que pueda parecer este deber, paradójicamente puede resultar ser uno de los más satisfactorios. Detenerse para ayudar, dar lo que podamos, incluso cuando nos sentimos inadecuados, puede no solo aliviar el sufrimiento de uno de los hijos del Padre Celestial, sino también, a través de nuestras elecciones de ayudar a quienes lo necesitan, en realidad genera pequeños cambios en nuestro carácter y nos brinda una mayor confianza en nuestra capacidad de ser discípulos compasivos.
También podemos sentir gratitud y paz al reconocer que nuestros esfuerzos por aliviar el sufrimiento de los demás son parte de llegar a ser más como el Salvador. En un conmovedor discurso de conferencia en medio de su sufrimiento personal por la leucemia, el élder Neal A. Maxwell comentó:
Al llevar a cabo la caritativa Expiación, ciertas cosas fueron totalmente singulares en cuanto a Jesús. Nosotros, los beneficiarios de la gloriosa Expiación con su dádiva de la resurrección universal y también su oferta de vida eterna, no podemos duplicar estas cosas (véase Moisés 6:57–62)… .
No obstante, en nuestra menor escala, tal como Jesús nos ha invitado a hacerlo, podemos, en verdad, esforzarnos por ser “aun como [El es]” (3 Nefi 27:27)… .
Cuando hacemos lo mejor que podemos por intentar comprender los sufrimientos y las enfermedades de los demás, también nosotros podemos cultivar nuestra compenetración, esa virtud eternamente trascendente y esencial. Asimismo, podemos cultivar nuestra sumisión a la voluntad de Dios de modo que en medio de nuestros simples aunque genuinos momentos de angustia también nosotros podamos decir: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lucas 22:42)4.
A pesar de las bendiciones que puede brindar el socorrer a los demás, es común creer que no estamos capacitados y que no podemos ayudar. Entonces, ¿cómo superamos los sentimientos de miedo e incompetencia que a menudo acompañan nuestros intentos de aliviar el sufrimiento? ¿Cómo encontramos la valentía para emular al Salvador y seguir adelante cuando creemos que nuestros esfuerzos son insuficientes? Aquí les comparto algunas sugerencias que pueden ayudar.
Una de las razones más comunes por las que podemos fallar en ofrecer ayuda es nuestra tendencia a juzgar a los demás o a nosotros mismos como inadecuados. Una de las creencias irracionales más comunes y debilitantes es la tendencia de calificar a las personas. Calificar a las personas es la creencia de que podemos categorizarlas como adecuadas o inadecuadas.
El juzgar a los demás nos limita. Las personas y las organizaciones de nuestra sociedad utilizan esta tendencia humana natural de muchas maneras. Algunos de los ejemplos más obvios se pueden ver en las publicidades. Las publicidades hacen hincapié en la tendencia humana de compararnos con los demás y transmite el mensaje de que podemos ser mejores mediante la compra del automóvil, goma de mascar o detergente para platos correcto. Curiosamente, parte de nuestra economía está motivada por la clasificación de las personas y su tendencia a comprar bienes para ayudarles a “ser mejores”. Otro, y aún más subversivo, desencadenante de calificar a los demás ha cobrado protagonismo en la vida de muchas personas en los últimos años. Mi experiencia clínica sugiere que las redes sociales pueden ser aún más engañosas y destructivas que la publicidad. Las plataformas de redes sociales de todo tipo rutinaria pero falsamente sugieren, que la vida de los demás es más feliz, glamurosa y emocionante que la nuestra. El calificarnos consciente o inconscientemente basándonos en imágenes o información engañosa o completamente falsa puede llevarnos a la frustración, la ira o la depresión. Tanto las publicidades como las redes sociales intensifican nuestra propia tendencia natural de vernos a nosotros mismos como “menos que” los demás. En resumen, clasificar a las personas nos impide ser quiénes realmente somos y lo que nuestro Padre Celestial desea que lleguemos a ser.
¿Piensan que son inadecuados o que lo que tienen para ofrecer no será lo suficientemente bueno? Se encuentran en buena compañía. Con el fin de ayudar a sus clientes en BYU, mi colega Stevan Lars Nielsen ha buscado versículos en las escrituras para ayudar a los que luchan con creencias irracionales como el juzgar a las personas. Lars ha encontrado referencias de las Escrituras en las que incluso grandes profetas participan en la clasificación de las personas. Uno de mis favoritos se encuentra en Éter 12 y se trata de Moroni. El Señor le mandó a Moroni que terminara la historia de su padre, asegurándole que nuestra generación se beneficiaría, pero Moroni estaba preocupado:
Y le dije: Señor, los gentiles se burlarán de estas cosas, debido a nuestra debilidad en escribir; porque tú, Señor, nos has hecho fuertes en palabras por la fe, pero no nos has hecho fuertes para escribir; porque concediste que todos los de este pueblo declarasen mucho, por motivo del Espíritu Santo que tú les has dado…
También has hecho grandes y potentes nuestras palabras, al grado de que no las podemos escribir; así que, cuando escribimos, vemos nuestra debilidad, y tropezamos por la manera de colocar nuestras palabras; y temo que los gentiles se burlen de nuestras palabras5.
¿No les parece fascinante? Este extraordinario y valiente profeta de Dios creía que era incapaz. Tal como ustedes piensan, los escritos de Moroni me han inspirado repetidamente, sin embargo, él creía que sus escritos eran deficientes. La razón por la cual sus escritos son, de hecho, “potentes y grandes” se encuentra en el versículo 27:
y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos6.
La verdad es que somos débiles, al igual que cualquier otro ser humano sobre la faz de la tierra. Sin embargo, la verdad más grande es que nuestros esfuerzos por amar y elevar, aunque provengan de un ser humano falible, mejorarán mediante la guía y la influencia amorosa del Padre Celestial.
Mis hijos, Josh y Matt, tienen una habilidad excepcional para acercarse a prácticamente cualquier animal, incluso perros aparentemente feroces, y calmarlos. Es algo asombroso de ver. Cuando Josh tenía catorce años, él y yo estábamos acampando en el Parque Nacional Canyonlands. Unos tiernos pajaritos con el extraño nombre de herrerillos bicolor revoloteaban alrededor de los pinos en nuestro campamento y se apresuraban a picotear las semillas o las migajas de nuestras comidas.
Josh dijo: “Papá, voy a conseguir que uno de esos pájaros coma de mi mano”.
Al notar la viveza de los pájaros, desestimé su afirmación con algo así como: “Buena suerte con eso”, y me acomodé para leer en mi silla de campamento.
Aproximadamente una hora y media después, Josh me llamó en voz baja: “Papá. ¡Papá!”.
Cuando levanté la vista de mi libro, había tres herrerillos parados en su mano comiendo algunas migajas de un trozo de pan. ¡Quedé atónito! Josh es posiblemente nuestro hijo más activo y ha lidiado con el trastorno por déficit de atención e hiperactividad. Sin embargo, su asombrosa paciencia y amabilidad hicieron que estos pajaritos acudieran a su mano. Yo no podría replicarlo.
Acampando en el mismo lugar unos años después, Matt estaba tocando su guitarra y cantando “Blackbird” de Paul McCartney. Un pequeño herrerillo se posó junto al árbol y comenzó a piar cada vez que cantaba la canción. La cantó dos o tres veces, y cada vez el pajarito regresaba y comenzaba a piar. Tampoco podría replicar eso.
¿Qué es lo que les da esa habilidad especial a mis hijos? Al observarlos, creo que muestran paciencia y respeto hacia sus amigos animales. Los observo haciendo lo mismo con sus amigos humanos. Mi hijo Josh es trabajador social y trabaja con niños que tienen trastorno del espectro autista. Matt trabaja en servicio al cliente. Ambos se destacan por su capacidad para calmar situaciones difíciles en sus trabajos. Ciertamente siguen el consejo del apóstol Pedro:
Y finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables;
no devolviendo mal por mal, ni maldición por maldición, sino por el contrario, bendiciendo, sabiendo que fuisteis llamados para que heredaseis bendición7.
Vi esa capacidad de “no [devolver] mal por mal”, sino mostrar paciencia y respeto, maravillosamente demostrada por una viuda, Anne, que mostró bondad cuando fue rechazada por otra persona. A Anne se le asignó visitar a otra mujer de su barrio, Betty, que recientemente había perdido a su esposo. Betty estaba fuera de sí por el dolor y la soledad, y rechazaba cualquier intento de los miembros del barrio de acercarse a ella.
Como Betty explicó más tarde: “Estaba enojada y frustrada, y no podía soportar estar cerca de los demás. Al mismo tiempo, anhelaba que alguien se acercara a mí. ¡Simplemente no sabía qué hacer!”.
Cuando Anne fue a la casa de Betty con unas flores para expresar sus condolencias, Betty le cerró la puerta en la cara, diciéndole en voz alta que ¡no quería visitas y que no quería ni necesitaba nada de los vecinos! Anne caminó lentamente a casa, preguntándose qué debía hacer. Después de pasar unos minutos en casa orando y pensando en su propia soledad y tristeza, Anne decidió regresar a la casa de Betty.
Después de tocar la puerta, Anne se sorprendió cuando Betty le abrió. Anne le dio un fuerte abrazo, la sostuvo fuertemente y dijo: “Lamento mucho que estés sufriendo”.
En lugar de alejar a Anne, Betty se derritió en los brazos de Anne y sollozó, mientras repetía: “Lo siento. Lo siento mucho”.
Mi suegro solía decir que las personas necesitan amor especialmente cuando son menos amigables. La capacidad de superar el enojo de las personas y su malestar viene cuando uno se da cuenta de que la emoción expresada no necesariamente es la emoción primaria que una persona está experimentando. ¿Qué permitió que Anne viera más allá del enojo exterior de Betty? Creo que fue la paciencia y el respeto; paciencia para comprender que el dolor de Betty estaba oculto bajo su ira, y respeto, basado en el reconocimiento de la propia soledad y tristeza de Anne. Aunque Betty no parecía ser muy encantadora, Anne reconoció que necesitaba amor y compasión.
Me gustaría volver al consejo del apóstol Pedro: “Y finalmente, sed todos de un mismo sentir, compasivos, amándoos fraternalmente, misericordiosos, amigables”8.
Hace dos años, los terapeutas de Servicios de Consejería y Psicología (Counseling and Psychological Services, CAPS) tuvieron el privilegio de recibir dos días de capacitación del Dr. Paul Gilbert, el fundador de la terapia centrada en la compasión (CFT, por sus siglas en inglés). El enfoque del Dr. Gilbert en cuanto a la terapia, ha tenido una influencia crucial en la forma en la que yo realizo terapia. El Dr. Gilbert ve la compasión como un ingrediente esencial para aliviar el sufrimiento de uno mismo y de los demás. Él cree que “la mente compasiva es la mente que transforma”9. El Dr. Gilbert recalca la importancia de desarrollar compasión por uno mismo y de aprender a conocer y entender los desafíos más difíciles de la vida. Noto que a medida que los clientes aprenden a demostrar compasión por sus propias dificultades, están mejor preparados para mostrar compasión hacia los demás.
La doctora Kristin Neff, otra psicóloga que estudia la autocompasión, ha declarado: “La compasión es, por definición, relacional. La compasión significa literalmente ‘sufrir con’, lo cual implica una mutualidad básica en la experiencia del sufrimiento”10. Por lo tanto, la compasión va más allá de reconocer la experiencia negativa de una persona y sentirse mal al respecto. Implica la capacidad de “sufrir con” una persona que está teniendo dificultades. Al igual que el Dr. Gilbert, la Dra. Neff hace hincapié en desarrollar compasión por uno mismo. La autocompasión requiere disposición y capacidad para desarrollar compasión y empatía por uno mismo.
Un sinónimo de compasión es la empatía. Como terapeuta principiante, pasé mucho tiempo aprendiendo a reflejar las palabras y los sentimientos de los clientes, con la esperanza de poder establecer lo que mi profesor llamó “empatía precisa”. Todavía me resulta muy satisfactorio cuando un cliente dice: “¡Eso es exactamente lo que quiero decir!”.
La compasión y la empatía requieren de un trabajo real. Puede ser difícil entenderse a uno mismo o a otra persona. Es aún más difícil entrar en el sufrimiento, ya sea con uno mismo o con otra persona. Tal vez esa dificultad sea una de las cosas que nos lleva a pasar de largo, deseando ayudar pero teniendo dificultades para encontrar la capacidad de entrar en el sufrimiento, ya sea con uno mismo o con otra persona. Sin embargo, la disposición a entrar y entender el sufrimiento puede ser una de las cosas más sanadoras que podamos hacer.
Durante varios años, mi hija Brittany trabajó como asistente en la Escuela Dan Peterson, una escuela del Distrito Escolar Alpine para niños con discapacidades graves y profundas. Esto fue una elección natural para Brittany. Trabajó eficazmente con niños con discapacidades físicas y mentales severas, centrándose especialmente en personas sordas y ciegas. Los administradores, el profesorado, los ayudantes, los padres y los alumnos de la Escuela Dan Peterson amaban a Brittany. Su felicidad natural combinada con su profunda compasión por los alumnos la convirtieron en un gran elemento para la escuela. Britt a menudo lloraba por las circunstancias de los niños con quienes trabajaba. Verdaderamente se empeñó por “sufrir con” sus alumnos.
Brittany siempre quería que yo visitara la escuela y conociera a sus alumnos. Se sentía muy orgullosa de ellos y quería que interactuara con ellos. En las ocasiones en que tuve el privilegio de conocer a los estudiantes de Brittany, me maravillaba la forma en la que ella los veía, no como personas con discapacidades profundas, sino como sus amigos, merecedores de un profundo amor y respeto. Una vez, un niño sordo y ciego de la clase de Brittany tiró de su cabello, ¡con fuerza! Britt no pudo hacer que aflojara su agarre, y cuando otros asistentes finalmente lograron soltar sus manos, él ya tenía un puñado de su cabello. Cuando le pregunté más tarde al respecto, Brittany no sintió enojo, ni siquiera frustración hacía ese muchacho. “Él no puede evitarlo, papá. Imagínate cómo debe ser su mundo”.
En verdad, nunca me había detenido a imaginar cómo era su mundo. Supongo que ese fue el secreto para el éxito de Brittany en la escuela. Se detuvo a imaginar cómo sería el mundo de sus alumnos, y habiendo entrado en su mundo, amaba a esos alumnos con un verdadero amor semejante al de Cristo.
Algunas de las imágenes más perdurables del Libro de Mormón son las visiones que tuvieron Lehi y Nefi de la barra de hierro. Cuando verdaderamente se estudia el Libro de Mormón, uno no puede evitar sentir el poder de las visiones y sus aplicaciones personales. Me pregunto: ¿Dónde estoy en este sueño? ¿En el campo, en el camino, en el edificio, cerca del árbol? La mayoría de las veces me imagino en algún lugar del camino, avanzando con cautela a través de los vapores de tinieblas mientras trato de mantener el contacto con la barra de hierro.
Este puede ser el lugar donde muchos de nosotros nos imaginamos a nosotros mismos: avanzando y tratando de encontrar o mantener el contacto con la barra de hierro mientras las dificultades de la vida nos rodean. Aunque las visiones no lo sugieren, en mi mente veo a individuos ayudándose mutuamente a avanzar, aferrándose unos a otros mientras intentan encontrar su camino hacia el amor de Dios representado por el fruto.
Mi querido amigo, el Dr. Gary Weaver, fue alguien que ayudó a muchas personas a encontrar y mantenerse aferrados a la barra de hierro mientras avanzaban por el camino hacia el amor de Dios. Cuando Gary tenía dieciocho años, hizo un viaje de supervivencia en BYU de seis semanas que le cambió la vida. Fue en ese viaje que adoptó este lema: “Si ayudo a los demás, el Señor me dará todo lo que necesito”. Fue ese lema lo que guió su vida de servicio. A lo largo de los años, Gary llevó a cabo más de 160 viajes de supervivencia de una semana en las zonas de Boulder y Escalante, en el sur de Utah. Durante esos viajes, ayudó a más de 4.000 personas a aprender acerca de sí mismas y a fortalecer su relación con el Señor. La mayoría de las personas que Gary llevó en viajes de supervivencia eran consideradas como “[los] más pequeños”11, personas que estaban metafóricamente heridas y tendidas a un lado del camino.
Tuve el privilegio de acompañar a Gary en uno de los viajes de supervivencia junto con treinta alumnos de la escuela secundaria del Distrito Escolar Nebo. La experiencia me conmovió profundamente mientras observaba a Gary ayudar a los hombres y mujeres jóvenes a encontrar sanación, y encontré mi propia sanación y mayor firmeza al sostener la barra de hierro. Formaba parte de un grupo que trataba de encontrar su camino en el desierto, a través de un pantano y a lo largo de senderos difíciles. Durante todo el tiempo que caminamos, Gary nos animó a trabajar juntos para resolver problemas, ayudarnos unos a otros y avanzar hacia nuestra meta. Por las tardes, exhaustos y cansados, dedicábamos tiempo a relatar las experiencias del día y a escuchar mientras la armónica de Gary nos adormecía.
Hace más de veinte años, cuando las políticas y prácticas en el Distrito de Nebo cambiaron, Gary ya no pudo liderar grupos de supervivencia. Mientras otros terapeutas a quienes Gary había asesorado continuaban liderando grupos de jóvenes en problemas en viajes de supervivencia, yo estaba ansioso por compartir la experiencia con aquellos a quienes amo. Le pedí a Gary que saliera de su retiro de la supervivencia y me ayudara a dirigir un grupo. Muy amablemente aceptó, a pesar de que había sufrido un ataque al corazón. Veinticuatro años después, he tenido el privilegio de llevar a más de 200 familiares, amigos, colegas, jóvenes de nuestro barrio y a cada uno de mis tres hijos en una aventura de una semana por el desierto.
Tal vez la parte más extraordinaria de hacer estos grupos de supervivencia es notar la ausencia de la categorización humana, viendo en su lugar, paciencia y respeto, así como profunda compasión y empatía que los miembros del grupo se muestran unos a otros a lo largo del camino. Con frecuencia noto las cualidades cristianas de los miembros de nuestro grupo de supervivencia. Aunque no se menciona específicamente, en los grupos hay un sentimiento de “estamos todos juntos en esto”. Experimento humildad al presenciar cómo los miembros de nuestro grupo demuestran un amor profundo y cariñoso el uno por el otro. Experimento humildad cuando llevan las cargas los unos de los otros y se consuelan unos a otros, enviando el mensaje de que están juntos en la vida, de que no están solos. Se ayudan mutuamente a sentir el amor de Dios. Para mí, esa es la esencia del servicio cristiano.
La caída de Adán y Eva fue literal en el sentido de que su transgresión los desterraba de la presencia del Señor. Pero el término caída tiene una aplicación profundamente resonante en nuestra propia vida, más allá de que seamos herederos de las consecuencias de la Caída original de Adán y Eva. Está claro que todos metafóricamente caen de la litera y aterrizan en el suelo sin aliento, esperando que alguien venga a ayudar, como fue mi situación en esa noche hace tantos años. Han pasado años, pero sigo agradecido por el recuerdo de mi hermano mayor levantándome, consolándome y poniéndome de nuevo en la cama. Reconozco que muchos de los hijos de Dios caen desde alturas mucho mayores que la cama superior de una litera. Pero una doctrina fundamental y profundamente personal de la Expiación es que nuestro Señor y Salvador Jesucristo, nuestro Hermano Mayor, está allí para recogernos, secar las lágrimas y sanar las heridas que hemos recibido mientras vivimos en un mundo caído.
El punto de mi discurso de hoy es simplemente este: un deber humilde que tenemos como discípulos de Cristo es ser Sus manos para ayudar a que esto suceda. Podemos estar allí para recoger a los demás, secar sus lágrimas e incluso sanar sus heridas. En las palabras del himno: “Quiero a mi hermano dar, sinceramente y con bondad, el consuelo que añora y aliviar sus soledad”12. Es mi convicción sincera que hacer esto no es solo nuestro deber cristiano, sino también una de las bendiciones más grandes que nos ha dado un sabio y amoroso Padre Celestial. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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2. Gerrit W. Gong, «Lugar en el mesón«, Liahona, mayo de 2021.
4. Neal A. Maxwell, «Aplica la sangre expiatoria de Cristo«, Conferencia General, ocrtubre de 1997.
5. Éter 12:23, 25.
6. Éter 12:27.
7. 1 Pedro 3:8–9.
8. 1 Pedro 1:8; cursiva añadido.
9. Paul A. Gilbert y Choden, Mindful Compassion: How the Science of Compassion Can Help You Understand Your Emotions, Live in the Present, and Connect Deeply with Others, (Oakland, California: NewRatoger Publications, 2014), pág. 300.
10. Kristin Neff, «Embracing Our Common Humanity with Self-Compassion«, Self-Compassion, self-compassion.org/embracing-our-common-humanity-with-self-compassion.
11. Mateo 25:40.
12. «Señor, yo te seguiré«, Himnos, No 138.
Steven A. Smith, Director de los Servicios de Desarrollo Estudiantil, dió este discurso el 29 de junio de 2021.