Cuando miren la Montaña Y (o cualquier otra montaña) no olviden preguntarse a sí mismos: «¿Y por qué las montañas?» Mi ruego es que recuerden que no están allí para dejarnos perplejos, sino para bendecirnos.
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Buenos días, queridos alumnos, profesores y colegas de BYU (Universidad de Brigham Young). También un saludo especial a nuestra audiencia nacional de televisión y radio, que nos sintonizan a través de BYUtv y BYUradio. En nombre de todo nuestro personal que está detrás de las cámaras y los micrófonos de BYU Broadcasting, primero permítanme decirles cuánto disfrutamos llevarles estos devocionales inspiradores cada semana. Y permítanme también decirles, con la misma certeza —y como miembro de nuestro personal que está justificablemente aterrado el día de hoy— que es mucho más agradable estar detrás de esas cámaras y micrófonos que frente a ellos.
Sé que vinieron aquí en este hermoso día de octubre esperando un devocional. En vez de ello, quiero invitarlos a que tengan una caminata conmigo; bueno, mejor dicho, quiero invitarlos a escalar conmigo. Y si no les gustan las alturas, no se preocupen. Como una persona con acrofóbia confirmada, prometo que vamos a ser precavidos. Deben saber que me identifico completamente con los sentimientos de Mark Twain, que una vez dijo bromeando:
Probablemente no haya mejor placer que el de escalar una montaña peligrosa; pero es un placer que se limita estrictamente a las personas que pueden encontrar placer en ello1.
Bueno, a pesar de mis temores, mi objetivo el día de hoy es convencerles de que no importa cuán rocoso parezca el camino por delante o cuán distante parezca la cima, sus esfuerzos valen la pena. Simplemente quiero instarlos a ir hacia adelante y hacia arriba en este viaje, porque les prometo que, dondequiera que se encuentren en el camino, lo que les espera es, en las palabras de José Smith, una visión que es “gloriosa más de lo que se puede describir” (JS—H 1:32).
Una lección de la “Montaña Y”
Hablando de vistas increíbles, al este de nosotros, en las laderas de las montañas Wasatch, se encuentra una impresionante montaña conocida como la “Montaña Y”. Se le llama la Montaña Y debido al bloque con forma de “Y” que tiene una altura de 115 metros por 40 de ancho. Su propósito es anunciar al mundo que en su base se encuentra el campus de la Universidad de Brigham Young.
Se me ocurre que es algo bueno que hayan optado por construir solo una letra en la Montaña Y. Pero pintar una sola letra en la montaña nunca fue el plan. En abril de 1906, el objetivo era poner la letra B, la letra Y y la letra U en la montaña. Sin embargo, después de que un grupo de estudiantes de secundaria y universitarios trabajaran arduamente durante seis horas pasando montaña arriba un balde tras otro de cal, sólo pudieron completar la letra Y. En una sabia reconsideración, se decidió que una letra sería suficiente2.
Bueno, con el permiso de ustedes hoy —pero sin el permiso del presidente Worthen o del Servicio Nacional Forestal, podría agregar— he decidido no solo remodelar la letra de la Montaña Y, sino también cambiarle el nombre, porque creo que hay argumentos para cambiarla por un mensaje que suene parecido, aunque un poco más retórico y profundo: “¿Y por qué las montañas?” [Se mostró una imagen editada con Photoshop de la Montaña Y con “¿Y por qué montañas?” escrito en letras con forma de bloques en lugar de la Y].
Aunque se necesitaron cientos de miles de “baldes” de píxeles blancos para llevar a cabo este acto audaz, me tomé esta libertad con la esperanza de que cada vez que caminen o simplemente echen un vistazo a la Montaña Y, o la próxima vez que se enfrenten a un desafío montañoso, simplemente reflexionen sobre la bendita pregunta «¿Y por qué las montañas?»
¿Por qué tenemos montañas? ¿Y por qué nos sentimos tan impulsados a llegar a la cima de ellas? ¿Es simplemente “porque están allí”, como sugirió la cita del alpinista George Leigh Mallory? 3¿Hay propósitos más grandiosos, elevados e incluso divinos en estos pináculos?
Desde el principio, una de las razones por las que no solo admiramos las montañas, sino que nos sentimos tan impulsados a escalarlas y conquistarlas es debido a la verdad fundamental y fundacional de que, como seres que progresan eternamente, estamos predispuestos a asumir desafíos. Eso es una parte esencial del plan de felicidad de Dios. Por lo tanto, ustedes y yo estamos divinamente diseñados para ser dinámicos y no estáticos. Estar en movimiento es un requisito para progresar. Por lo tanto, instintivamente anhelamos cimas sagradas, como el templo, la conferencia general, o lo que es la cima de las cimas, el cielo. Y así, incluso los viajes duros y cuesta arriba —como la vida, por ejemplo— no pueden sino fomentar y desarrollar tanto nuestro progreso como un subproducto inestimable de ese esfuerzo: la fe.
Por el contrario, el viajar limitándose a caminos planos o inclinados impide nuestro progreso e incluso puede fomentar la pereza. Consideren la fuerte advertencia de Alma en cuanto a la despreocupación que se crea en los caminos llanos cuando dijo: “Oh hijo mío, no seamos perezosos por la facilidad que presenta la senda” (Alma 37:46).
Así que piensen en las montañas —y en el desafío inherente que representan— como si fueran buenas para nuestras almas. Aprender a afrontar y superar las cosas que percibimos como difíciles nos hace mejores. Eso incluye muchas de las cimas de la vida, tales como la graduación, la misión y, sí, las relaciones que están empezando a brotar y que tratan de florecer para llegar a ser eternas. Esta infinidad de pasos esenciales en la vida podrían fácilmente verse como un camino difícil. Pero la verdad es que, todos los caminos difíciles eventualmente se combinan con caminos celestiales.
Aceptar los desafíos de la vida
Entonces, ¿y por qué las montañas? Bueno, las montañas, como las que tenemos ante nosotros en esta aventura de larga duración llamada vida, nos tientan, nos aterrorizan y nos ponen a prueba. Las montañas nos exigen, nos derrumban y, a veces, incluso pueden hacer que nos detengamos con exasperación. Al mismo tiempo, nos renuevan el alma, nos inspiran y tienen esta capacidad transformadora para reavivar la esperanza, fortalecer nuestra determinación y perfeccionar nuestra fe, paso a paso con valentía. Esto exige una capacidad nunca antes imaginada de llegar a alturas impensables, porque sólo poniendo a prueba nuestros límites descubrimos lo ilimitados que somos. Sólo entonces, cuando nos esforzamos más allá de nuestras capacidades, descubrimos dentro de nosotros el valor, la fortaleza y la fe para continuar el viaje. Como dijo el alpinista australiano Greg Child: “En algún lugar entre el principio del ascenso y la cima está la respuesta al misterio de por qué escalamos”4.
Como si la cuesta arriba no fuera suficiente, uno de los desafíos comunes de cualquier viaje a gran altura es que por lo general siempre hay algún tipo de obstáculo molesto que inevitablemente aparece en nuestro camino. La mayoría de las veces sucede en momentos inoportunos e inesperados. Y no importa el tamaño, la forma o el aspecto, los obstáculos imprevistos pueden desalentar, desviar e incluso descarrilar a la persona más fuerte y decidida.
Son en esas ocasiones en las que algunos podrían preguntarse: “¿Realmente vale la pena?” o “No veo ninguna manera de superar esto”. A lo cual inequívocamente digo: “Sí, vale la pena. Vale mucho la pena. Y sí, lo superarán, si así lo deciden”. Seguir adelante es simplemente una cuestión de aceptar y asumir primeramente la realidad doctrinal de que los obstáculos son una característica esencial e inherente del Plan de Salvación y el sendero a la felicidad. El sendero de los convenios no siempre es cuesta arriba, sino que está repleto, de punta a punta, con estos obstáculos y contratiempos agravantes.
El presidente Dallin H. Oaks afirmó que la resolución de problemas es una parte inherente del plan:
Todos tenemos que atravesar obstáculos; todos nos topamos con problemas; todos tenemos que recorrer senderos conducentes a alturas que nos parecen inalcanzables. Tarde o temprano, todos nos encontramos al pie de una montaña que nos parece imposible de escalar 5.
Observen que el presidente Oaks se refirió a una “montaña que nos parece imposible de escalar”. A menudo, nuestra percepción de lo que creemos que podemos y no podemos hacer es muy diferente de la realidad de lo que podemos y no podemos hacer. Creo que estamos más limitados por nuestro deseo que por nuestra capacidad. La expresión idiomática en inglés “making a mountain out of a molehill” (hacer una montaña de un grano de arena) capta a la perfección el fenómeno que ocurre cuando alguien como yo le da demasiada importancia a un obstáculo que, en realidad es bastante pequeño.
Sin duda, hay problemas físicos, emocionales y espirituales muy reales, oscuros, crónicos y graves que muchas personas, lamentablemente, afrontan. No pretendo ni por un momento minimizar ni desechar la infinidad de situaciones muy difíciles que muchos —incluso algunos de ustedes aquí hoy— afrontan a diario. Pero lo que he encontrado al analizar mis dificultades personales es que en realidad la mayoría de esos problemas realmente son más como pequeñas colinas que montes Everest.
El élder Horacio A. Tenorio, Setenta Autoridad General, compartió una perspectiva interesante sobre esos obstáculos y habló acerca de los rasgos extraordinarios que surgen en nosotros cuando encontramos la fortaleza para ir más allá de esos impedimentos. Él dijo:
Los problemas son una parte muy importante de nuestra vida. El Señor los pone en nuestro camino para que los venzamos no para que nos venzan, para que los desmoronemos, no para que nos desmoronen. Cada vez que vencemos un desafío, progresamos en experiencia, seguridad en nosotros mismos y fe6.
La cima de mi monte Everest
Un verano, hace casi veinticinco años, aprendí esta lección de primera mano cuando mi esposa, Linda, amante de la aventura, de alguna manera me persuadió a mí —su “temeroso” esposo— y a un pequeño grupo de nuestros amigos a unirse a ella para hacer algo que había soñado desde que era niña. Se trataba de escalar una montaña de 4.198 metros en Wyoming conocida como el Grand Teton. Y aunque era su mayor sueño, ¡era más bien mi peor pesadilla! Mis sentimientos se resumían en lo que una vez dijo el humorista George Carlin: «No le tengo miedo a las alturas. Sin embargo, tengo miedo de caerme de ellas”7.
Ciertamente, por muy escarpada y desalentadora que parezca la cordillera del Grand, es uno de los panoramas montañosos más impresionantes del mundo, y para mí lo es especialmente cuando se contempla desde la seguridad de un lecho rocoso en el fondo del valle.
Pero no eran esas montañas y sus imponentes cumbres lo que me aterrorizaba. Más bien, fue el momento, el cual recordaré para siempre, en nuestra escuela de montañismo cuando supe por primera vez sobre un obstáculo mítico y con mucha historia al que nos enfrentaríamos en la ruta hacia la cima de la montaña. En realidad, era sólo una saliente sencilla, aunque muy técnica, pero desde el momento en que me enteré de ello, empecé a ponerme nervioso.
Brad Wieners, al escribir un artículo para Sports Illustrated sobre escalar el Grand Teton—que por cierto, no calmó exactamente mi ansiedad con el título “Cuenta regresiva a la tragedia”— denominó los principales obstáculos en esta icónica montaña:
El verdadero desafío de escalar el Grand Teton no es maniobrar sobre la roca, “es la exposición”, es decir, la exposición a las caídas vertiginosas.
… Mientras estés en forma, podrás soportar el esfuerzo físico que supone alcanzar la cima de la montaña, pero tendrás que armarte de valor para cosas como … una gran escama de roca sobre una cornisa que requiere que subas y pases por encima de la escama o que la rodees, sobre un abismo profundo. Es aterrador o emocionante, o ambos8.
Para mí, no hubo debate, ¡fue aterrador! ¿Y hasta qué punto era irónico que, en un ascenso que me llevaría dos días y miles de metros verticales, lo que más miedo me daba era un pequeño “paso” en mitad del ascenso?
Ese paso, oficialmente llamado Wall Street Step, no tiene más de un metro de ancho. Forma parte de la famosa sección de Wall Street en la ruta Exum, y marca el comienzo del ascenso del Grand donde se pone realmente serio. Se comienza subiendo una cornisa muy cómoda de 4,5 metros de ancho. Pero a medida que se avanza por este ascenso, a menudo en la oscuridad, este comienza a inclinarse lenta pero drásticamente hacia afuera al punto de reducir su anchura en un extremo abrupto de la cornisa.
En ese punto hay una brecha en la roca y un abismo, tal como se menciona en el artículo Sports Illustrated. A lo largo de esta brecha de menos de un metro hay un afloramiento rocoso que forma una esquina ciega. Esto requiere que el escalador dé un paso a ciegas alrededor de esta esquina, donde, se espera encontrar donde pisar al otro lado del saliente. Así es, no puedes ver dónde pisas. Y como si dar un paso a ciegas no fuera lo suficientemente aterrador, cruzas esta brecha con nada más que 457 metros de aire muy fino y helado debajo de ti.
Durante toda la larga caminata del día anterior hasta el campamento base, me atormentaba este pequeño problema con el que me iba a encontrar. Esa noche me resultó difícil comer. Obsesionarme una y otra vez con este sencillo paso me mantuvo con los ojos bien abiertos y sin dormir toda la noche antes de comenzar a escalar hasta la cima.
En retrospectiva, no era que yo fuera incapaz de dar el paso; era un movimiento muy sencillo. Para mí, y para cualquiera de ustedes, un paso de ese tipo en cualquier otra situación no habría sido tan complicado. Reflexionando sobre ello más tarde, no era que no pudiera hacerlo; era simplemente que no tenía el valor de vencer ese miedo en particular.
Esto es lo interesante del temor: el temor puede congelarnos, puede paralizarnos, puede detenernos en nuestro camino y evitar que sigamos adelante. Su opresiva presión sofoca nuestra fe y sin ella no podemos avanzar.
El élder Boyd K. Packer afirmó que la fe es tanto el faro como el propulsor que nos mantiene en el camino:
La fe, para ser fe, debe centrarse en algo que no se sabe. La fe, para ser fe, debe ir más allá de aquello que cuente con evidencia que lo confirme. La fe, para ser fe, tiene que entrar en lo desconocido. La fe, para ser fe, debe caminar por el borde de la luz y entonces dar algunos pasos en la oscuridad 9.
Como estudiantes, tal vez sientan ese temor sofocante al enfrentar lo que el élder Robert D. Hales describió como “la década de las decisiones”. Para darles un breve resumen, el élder Hales observó que en los próximos diez años más o menos, deben dar un paso hacia el borde de la luz e incluso unos pasos más allá al tomar las decisiones más importantes de su vida. Estas incluyen la escuela, una misión, el templo, el salir con jóvenes del sexo opuesto, el matrimonio, una carrera, una escuela de posgrado y, en especial, formar y reafirmar su testimonio del evangelio restaurado de Jesucristo10. Considerando todo a la vez, el gran tamaño y el número de estos obstáculos percibidos pueden parecer una avalancha que se dirige directo hacia ustedes. Incluso podrían hacer que pierdan momentáneamente la visión de la cima. Enfrentarlos todos a la vez puede ser abrumador y a veces incluso debilitante. Por otro lado, estas decisiones pueden tomarse una a la vez valiéndose de una combinación de fe, valor y simplemente dar ese primer paso —y luego otro y luego otro— hasta que nos encontremos avanzando de nuevo hacia la cima.
Por muy difíciles que sean esos primeros pasos, les diré que nada es tan emocionante como simplemente ponerse de nuevo en movimiento. Es tan liberador que neutraliza el temor en nuestro interior porque nos hace cavar profundamente para encontrar el valor para conquistar cualquier cosa en nuestro horizonte. Ese valor es el catalizador de la fe, que como saben, no puede mezclarse con el temor. Sin embargo, requerirá un esfuerzo total de su parte.
El presidente M. Russell Ballard habló del precio a pagar cuando dijo:
Requerirá cada partícula de nuestra fortaleza, sabiduría y energía para vencer los obstáculos que tengamos que enfrentar. Pero incluso eso no será suficiente. Aprenderemos, como aprendieron nuestros pioneros, que es solamente por la fe, la fe verdadera, del alma, ejercida y probada, que encontraremos la seguridad y la confianza necesarias a medida que recorramos nuestros propios senderos peligrosos en la vida11.
Lo crean o no, de alguna manera encontré ese tipo de fe en esa mañana de verano, hace casi 25 años atrás. Mientras meditan en cuanto a su enfoque hacia ese siguiente paso crítico que se avecina en sus vidas, permítanme decirles cómo lo hice.
Nuestro experimentado guía, Jack, sería el primero en dar ese paso. Y tal como había hecho en nuestras clases de montañismo para principiantes e intermedios, Jack prometió que nos guiaría y nos mostraría el camino. En el campamento base me aseguró que tenía plena confianza en mi capacidad y que no me dejaría fracasar. Bueno, mientras me hallaba allí sentado, agachado y temblando contra el saliente de la roca, me maravillé cuando él, con destreza y confianza, cruzó la brecha y dio un paso alrededor de la esquina.
Al no oír un grito extinguiéndose a la distancia, estaba bastante seguro de que había llegado a salvo. Pero entonces me di cuenta de que, como el montañista más débil de nuestro grupo, yo sería el siguiente. Justo después de concluir mi oración número 687 esa mañana, me hallé en un momento crítico en este ascenso mientras escuchaba la escalofriante invitación que provenía de nuestro guía invisible que estaba al otro lado de la roca diciendo: “Escala, Michael”.
Era la hora. No había vuelta atrás ni otra opción razonable, ¡aunque había pensado en todo, desde un paracaídas, hasta un helicóptero incluso un ala delta! En ese momento, y después de una respiración muy profunda y tranquilizante, de alguna manera me armé de valor para tomar una decisión muy sencilla. Esto es lo que decidí: En lugar de dar vueltas una y otra vez sobre qué desastre podría sobrevenirme, me centraría en lo básico y en el ejemplo de mi guía. Confiaría en todos los fundamentos que se me habían enseñado en la escuela de alpinismo. En otras palabras, solo me preocuparía por las cosas sobre las que tenía control.
En ese mismo momento visualicé mi meta final. Al verme a mí mismo, con las manos levantadas de manera triunfal, dando un paso con orgullo hacia la cima de la montaña, los escenarios catastróficos que tan vívidamente había ensayado y representado en mi cabeza una y otra vez durante los días anteriores se desvanecieron rápidamente en el fondo. Inesperadamente, me invadió una cálida sensación de calma y seguridad. Ese sentimiento era fe, fe suficiente para desplazar el temor y llenarlo con el valor que necesitaba.
Esa infusión de fe también me permitió centrarme. Aun cuando mis piernas se tambaleaban, mi fe era firme. Me acerqué al borde, me concentré mucho en esa roca del otro lado de la brecha, y me sentí tan comprometido y seguro de mí mismo como nunca antes lo había hecho. No miraba hacia atrás, y ciertamente no miraba hacia abajo. En lugar de eso, hice todo lo que me habían enseñado y de lo que era capaz, y di ese paso.
Nunca ha habido un sentimiento más glorioso en todo mi ser—cuerpo y alma— que cuando mis botas de escalador se afianzaron en aquella roca bendita y sólida al otro lado de la brecha. Con un punto de apoyo seguro, cambié mi postura y, con confianza, me impulsé para llegar a este nuevo nivel. De un grito triunfante —o mejor dicho, un grito salvaje— que solté, cualquiera hubiera pensado que acababa de llegar a la cima del monte Everest, lo cual, para mí, en este pequeño momento de victoria, ¡en realidad había sucedido! Literal y figuradamente había dado la vuelta. Lleno de confianza grité palabras de aliento a aquellos que venían después, lo cual, estoy seguro, provocó la incomodidad de aquellos escaladores más valientes y hábiles que me seguían. Rebosante de gozo, alivio y alegría, ofrecí otra vez una breve pero muy sincera oración de agradecimiento al cielo y luego levanté los brazos en celebración.
Entonces sentí algo más, esta vez algo físico. Pero no fue sino hasta que hice ese movimiento hacia arriba con los brazos que me di cuenta de que había mucho más en mi exitoso cruce del paso Wall Street. En el momento en que levanté los brazos, sentí el fuerte tirón de la cuerda sujetada firmemente por un nudo en forma de ocho enganchado en el mosquetón de mi arnés de escalada. Miré a Jack, que me dirigió una de esas sonrisas de “te dije que podías hacerlo”. Mientras le veía prepararse para asegurar al siguiente escalador de nuestro grupo, me di cuenta de que su seguro me había sujetado firmemente durante todo el movimiento. De hecho, estoy seguro de que me había sujetado tan fuerte que podría haberme tirado de cabeza al vacío del paso Wall Street y no me hubiera hecho ni un rasguño. Pero él dejó la cuerda lo suficientemente floja como para que lo hiciera yo solo. Y aunque en mi ansiedad me había olvidado completamente de esa protección y no podía verlo ni siquiera sentirlo, él estaba allí literalmente para salvarme de “la caída”.
El Señor les promete protecciones similares que son aún más seguras que la cuerda de escalar más resistente. Nuestro Salvador y Guía experimentado ha prometido:
Y quienes os reciban, allí estaré yo también, porque iré delante de vuestra faz. Estaré a vuestra diestra y a vuestra siniestra, y mi Espíritu estará en vuestro corazón, y mis ángeles alrededor de vosotros, para sosteneros (DyC 84:88).
Hallando la fe y valor para mover montañas
Esa simple prueba me dio el valor necesario para seguir adelante y afrontar otros retos, incluido, aunque parezca mentira, volver al paso Wall Street. En contra de mi buen juicio, pero con el aliento de Linda y mi nueva confianza, lo convertimos en una tradición familiar, un rito de iniciación, escalar el Grand Teton con cada uno de nuestros hijos para celebrar sus graduaciones de la secundaria. (¡Esta fue una ocasión en la que estuve tan agradecido de tener solamente tres hijos!) Y aunque todavía tengo un caso crónico de escalofríos cuando estoy a esas alturas, me he vuelto más valiente y audaz con cada viaje de regreso. Mi confianza en mí mismo y en mi Dios han crecido exponencialmente. Se dice que el legendario alpinista Sir Edmund Hillary lo expresó de otra manera: “No es la montaña la que conquistamos, sino a nosotros mismos”12.
El Dr. Seuss, a su manera infinitamente sabia y extravagante, también dio fe de las cosas que debes saber acerca de tus habilidades cuando escribió:
Y cuando estés solo, cabe la posibilidad
de que encuentres cosas que te harán temblar.
Algunas incluso, con seguridad
te darán tanto miedo, que no querrás continuar.
…
Así que para que no te hagas daño,
anda con tiento, ten mucho cuidado
y recuerda que la vida, por agregado,
es un Acto de Equilibrio Constante.
…
¿Lograrás triunfar?
¡Sí, tienes el éxito asegurado!
(98 y tres cuartos por ciento garantizado).
¡TÚ MOVERÁS MONTAÑAS!
…
¡Hoy es tu día!
¡Tu montaña te espera y te desafía!
¡Sal ya … en este mismo [instante]!13
Su montaña les está esperando y está lista para ser escalada. A medida que escalen, hallarán la fuerza interior y la que aún no han descubierto al combinar el formidable dúo del valor y la fe con las bendiciones que Dios ha prometido que nos protegerán y habilitarán. Por cierto, eso es aún mejor que lo que prometió el Dr. Seuss, porque está garantizado al cien por ciento, sobre todo si vivimos dignos de esas bendiciones prometidas.
El presidente Oaks explicó más acerca de cómo funciona esta fórmula cuando dijo:
Nada es imposible para aquellos que guardan los mandamientos de Dios y siguen Sus instrucciones. Pero las bendiciones que nos ayudan a superar los obstáculos no preceden nuestros esfuerzos; sino que los siguen. …
¿Qué hacemos cuando enfrentamos obstáculos en el cumplimiento de responsabilidades justas? ¡Extendemos la mano y escalamos! Las bendiciones que resuelven problemas y nos ayudan a superar los obstáculos llegan a las personas que están en movimiento 14.
Mis queridos hermanos y hermanas, les pido hoy que se hagan una sola pregunta: ¿Está su vida en movimiento? Y si no, ¿por qué no? Ya sea que se encuentren arrastrándose o dando saltos de alegría por la senda de los convenios, realmente no importa; lo que importa es estar en marcha.
Al afrontar el camino que se hace difícil y cuesta arriba, recuerden que no están solos. Todos afrontamos pruebas diferentes y a la vez similares. Como recordatorio, cuando miren la Montaña Y (o cualquier otra montaña) no olviden preguntarse: “¿Y por qué las montañas?” Mi ruego es que recuerden que no están allí para dejarnos perplejos, sino para bendecirnos.
Que también recordemos el ejemplo incomparable de nuestro guía Jesucristo, quien avanzó primero y nos mostró ese camino más perfecto. A medida que Él les inste a tomar su turno para escalar, ruego que tengan el valor y la fe para hacerlo por su cuenta, al mismo tiempo que confían plenamente en la certeza absoluta de ese amarre celestial.
Por último, recuerden que es probable que enfrenten montañas de dudas y tengan la fe suficiente para mover montañas, ¡y a veces tengan ambas experiencias en el mismo día! Pero ruego que tengan la visión y la fortaleza necesarias cuando se encuentren con obstáculos, ya sean montañas o colinas, que las vean como oportunidades que el cielo les brinda, para que se lancen de cabeza hacia ellas, buscando esas cimas que ofrecen vistas “gloriosa[s] más de lo que se puede describir” (JS—H 1:32), y que declaren valiente y confiadamente como Caleb del Antiguo Testamento, “[Jehová], dame, pues, ahora este monte” (Josué 14:12).
En el nombre de Jesucristo. Amén.
© Brigham Young University. Todos los derechos reservados.
Notas
- Mark Twain (Samuel L. Clemens), A Tramp Abroad, Hartford, Connecticut: American Publishing Company, 1880, pág. 411 (capítulo 36, «Ford»).
- Véase “Y on the Mountainside: 1906 to the Present,” Brigham Young High School History, byhigh.org/History/Ymountain/Yletter.html; see also Harvey Fletcher, Autobiography of Harvey Fletcher(Provo: H. Fletcher, c. 1967), 15–16.
- When asked why he wanted to summit Mount Everest, climber George Leigh Mallory responded, “Because it’s there” (quoted in “Climbing Mount Everest Is Work for Supermen,” New York Times,18 March 1923, x11).
- Greg Child, de una entrevista en Jonathan Waterman, «The Natural: Greg Child,” en Jonathan Waterman, ed., Cloud Dancers: Portraits of North American Mountaineers(Golden, Colorado: AAC Press, 1993), 280.
- Dallin H. Oaks, “¡Extendamos la mano y escalemos!” Liahona,Abril-Mayo 1986.
- Horacio A. Tenorio, “Las enseñanzas de un Padre amoroso,” Conferencia General, abril 1990.
- George Carlin, Napalm and Silly Putty (New York: Hyperion, 2001), 210; emphasis in original.
- Brad Wieners, “Climbing the Grand Teton,” sidebar in Wieners, “Countdown to Tragedy,” Sports Illustrated 115, no. 2(18 July 2011): 61.
- Boyd K. Packer, “What Is Faith?” in Spencer W. Kimball and others, Faith(Salt Lake City: Deseret Book, 1983), 42; also Packer, “Faith,” Improvement Era,November 1968, 62.
- Véase Robert D. Hales, «Al Sacerdocio Aarónico: Cómo prepararse para la década de las decisiones, Conferencia General, abril de 2007.
- M. Russell Ballard, «Nada deben temer de la jornada», Conferencia General, abril de 1997.
- A menudo, atribuida a Edmund Hillary, se cree que esta frase la mencionó el montañista George Leigh Mallory, quien escribió: “Have we vanquished an enemy? None but ourselves” (¿Hemos vencido a un enemigo? Nadie sino a nosotros mismo). (“Mont Blanc from the Col du Géant by the Eastern Buttress of Mont Maudit,” Alpine Journal32, no. 218 [September 1918]: 162 Véase Garson O’Toole (pseud. of Gregory F. Sullivan), “It Is Not the Mountain We Conquer, But Ourselves,” Quote Investigator, 18 August 2016, quoteinvestigator.com/2016/08/18/conquer.
- Dr. Seuss, ¡Oh cuán lejos llegarás!(YouTube: Vamos a la Biblio; cursiva del original).
- Oaks, “¡Extendamos la mano y escalemos!”
Michael A. Dunn, director general de BYU Broadcasting, pronunció este discurso el 1 de octubre de 2019.