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Devocional

Prosperar espiritualmente

Catedrático de la lengua inglesa y Director Fundador del Centro de Humanidades de BYU

1 de diciembre de 2020

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¿Qué significa prosperar espiritualmente para mí? Sencillamente, significa buscar, reconocer y disfrutar de experiencias con el Espíritu de Dios.


Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu

El año pasado fui invitado a unirme a un grupo de docentes y directivos que se preguntaban qué significaba para los estudiantes prosperar y cómo podríamos promover mejor este concepto aquí en BYU1. Discutimos acerca de compromisos académicos, vínculos sociales, cómo ser mejores ciudadanos y otros temas importantes. Lo de mayor interés para mí, y el tema que se me pidió considerar, era lo que implicaba prosperar espiritualmente.

La espiritualidad es uno de mis temas preferidos. Al igual que la mayoría de las personas de BYU, soy miembro de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, una religión que hace hincapié en la importancia de una vida espiritualmente fortalecedora y enriquecedora. En los últimos años he comenzado a pensar más intensamente sobre los propósitos educativos de BYU, particularmente en el que estipula que nuestras experiencias en esta universidad deben ser “espiritualmente fortalecedoras”2. Medito acerca de su significado en relación con las clases que enseño, y además pregunto a mis estudiantes qué significado tiene para ellos en relación con las clases que toman. Gran parte de mi trabajo académico estos días aborda diversos aspectos de la espiritualidad en la historia literaria e intelectual, y ahora estoy impartiendo un seminario en el departamento de Inglés llamado La literatura y las Experiencias Espirituales. Amo explorar este tema junto a mis alumnos; ellos son muy brillantes y perspicaces en asuntos espirituales.

Así que planteo estas preguntas a aquellos que están leyendo: ¿Qué significa para usted prosperar espiritualmente? ¿Y cómo diría que le va con eso?

¿Qué significa prosperar espiritualmente?

Para responderme a mí mismo esa primera pregunta, tengo presente la tan citada observación del Presidente Nelson que dice: “En los días futuros, no será posible sobrevivir espiritualmente sin la influencia guiadora, orientadora, consoladora y constante del Espíritu Santo”3. Siguiendo ese criterio, podríamos decir que sobrevivimos e incluso prosperamos espiritualmente a medida que seguimos y disfrutamos de forma habitual de experiencias espirituales, a tal grado que invitamos, atesoramos y aprendemos del Espíritu de Dios. Estas son experiencias únicas en su tipo. El poeta inglés William Blake una vez se cuestionó si era posible ver el mundo en un grano de arena, para discernir incluso en las partículas más diminutas del vasto conjunto de fuerzas que hace que las cosas sean lo que son4. A su manera, las experiencias espirituales son esas partículas milagrosas, que nos permiten vislumbrar la inmensidad del plan de salvación de Dios. Piensen en ello: Tener alguna experiencia con el Espíritu de Dios es experimentar por lo menos tres realidades: primero, que Dios vive; segundo, que nuestra vida tiene un propósito (un propósito para que Dios se comunique con nosotros); y tercero, que la Expiación de Cristo está en vigor en nuestra vida, devolviéndonos, al menos en parte, a la presencia de Dios. Sentir el Espíritu, incluso de maneras sutiles o a través de cosas aparentemente pequeñas, es abrir una ventana a la eternidad.

Por esa razón, las experiencias espirituales se encuentran entre los fenómenos más ricos, profundos, extraordinariamente significativos, fortalecedores, iluminadores y vivificantes. En nuestra cultura religiosa a menudo hablamos de cómo el Espíritu testifica de la verdad y nos inspira a hacer lo correcto. Además, las experiencias espirituales nos acercan a lo que es sagrado, significativo y completo. De este modo, fomentan la sanación, agudizan nuestra mente, vivifican nuestras percepciones, profundizan nuestra empatía y aumentan nuestro cuidado por toda la creación. Las experiencias espirituales nos llenan de esperanza y propósito, sabiduría y entendimiento; motivan y consuelan. Con el tiempo, su efecto es transformador, ayudándonos a llegar a ser una versión mejorada y más plena de nosotros mismos.

Llegar a ser conscientes de nuestras experiencias espirituales

En mi seminario enseño sobre la experiencia espiritual y la literatura, los alumnos y yo nos instruimos mutuamente sobre cómo reconocer las maneras en que los poemas y las novelas dan expresión a cosas espirituales. Esto requiere que aprendamos acerca de lo que significa la espiritualidad tanto en términos académicos como en términos de las Escrituras. Además de frases religiosas conocidas como “ardor en el pecho” (véase DyC 9:8) y “estupor de pensamiento” (DyC 9:9), adquirimos un nuevo lenguaje, por ejemplo, “intensificación neurocognitiva”, “la interconectividad de pensamiento con los sentimientos” y “preocupación por asuntos de máximo valor”. Al ampliar nuestro vocabulario espiritual y mejorar nuestra percepción de las impresiones espirituales y cómo funcionan, llegamos a comprender más plenamente cómo el Espíritu influye en la vida de los demás y, con suerte, en la nuestra.

Como actividad, pido a los alumnos que lleven un diario personal tomando nota de sus impresiones espirituales: cuándo y cómo ocurren, además de cómo responden. Una alumna, Moe Graviet, me dio permiso para compartir una parte de su diario. Ella registró una serie de impresiones espirituales que había recibido poco antes de realizar una asignación importante en otra clase. Estaba visitando a su familia y se despertó por la mañana ansiosa por ponerse a trabajar, pero sintió diferentes impresiones espirituales que la invitaban a hacer las cosas de manera un poco diferente: volver a dormir y descansar un poco más, dedicar tiempo a orar y leer las Escrituras además de pasar tiempo con su familia. A medida que avanzaba el día, comenzó a preocuparse: Si esas eran impresiones espirituales que estaba recibiendo, ¿deseaba el Espíritu que recibiera una mala calificación en su importante asignación? ¿Estaba el Señor tratando de humillarla? Cito aquí su relato:

Decidí si una impresión provenía del Espíritu basándome en sí sentía paz o me guiaba en el camino de la paz. Así que cuando mi hermana quería salir a correr, fui con ella. Cuando mi mamá necesitaba ayuda en el sótano, yo ayudaba, y me preguntaba cómo rayos iba a terminar mi asignación. Pero seguía sintiendo una paz extraordinaria y contra intuitiva, el Señor me estaba demostrando cómo podía vivir en un estado de calma en lugar de un estado de pánico. Por supuesto, al final del día, el Señor bendijo mi mente con ideas y energía para hacer todo lo que necesitaba. Al reflexionar en esa experiencia, empecé a preguntarme si esto es lo que es vivir realmente bajo la influencia del Espíritu: vivir con calma, hacer las cosas correctas en los momentos correctos y hacer las cosas con gozo y paz en lugar de estrés. Y sinceramente empecé a preguntarme si lo había hecho mal estos últimos cuatro años en la universidad y cómo habrían sido las cosas si hubiera estado viviendo, intencionalmente, cada día de esa manera. Me preguntaba si podría haberme ahorrado mucho estrés y desesperanza, y por qué no confiaba todo el tiempo5.

El relato de mi alumna me inspira. Para profundizar en sus reflexiones, ¿qué pasaría si buscáramos la presencia del Espíritu un poco más intencionalmente? ¿Qué pasaría si nos capacitáramos para ser más conscientes de la forma en que el Espíritu se comunica con nosotros y si tuviéramos el hábito de prestar atención a sus impresiones? ¿Qué pasaría si tuviéramos más presente el cultivar la compañía del Espíritu Santo aun cuando no estemos buscando respuestas a preguntas urgentes? ¿Nos sentiríamos más conectados con Dios y con los demás, y viviríamos un poco más como las personas que deseamos ser?

Parley P. Pratt, uno de los primeros líderes de la Iglesia restaurada, creía eso. Él escribió en 1855:

El don del Espíritu Santo … aviva todas las facultades intelectuales, aumenta, ensancha, expande y purifica todas las afecciones y pasiones naturales; y las adapta, mediante el don de la sabiduría, a su uso legítimo. Él inspira, desarrolla, cultiva y sazona todas las más refinadas afinidades, gustos, alegría, buenos sentimientos y afectos de nuestra naturaleza. Él inspira la virtud, la bondad, benevolencia, sensibilidad, mansedumbre y caridad. Desenvuelve la belleza de la persona, sus formas y facciones. Tiende a dar salud, vigor, ánimo y sentimiento de amistad. … En resumen, es, por así decirlo, médula a los huesos, gozo al corazón, luz a los ojos, música a los oídos y vida para todo el ser6.

El mensaje aquí es que la influencia del Espíritu se extiende a todos los aspectos de la vida: físico, mental, emocional, social y más. Su inspiración no se limita sólo a proporcionar dirección o confirmar la verdad, y puede ampliar nuestra capacidad de aprender, pensar, crear y disfrutar. El Espíritu profundiza nuestra experiencia y, por lo tanto, nos ayuda a establecer relaciones, a aumentar nuestra percepción de la riqueza y la diversidad de la vida, y a discernir más intensamente la belleza de las cosas que de otro modo no podríamos ver.

Reconociendo y Valorando Nuestros Dones Espirituales

Entonces, ¿cómo accedemos al Espíritu más plenamente? La técnica de mi alumna era tomar cuidadosamente nota de cómo el Espíritu la inspiraba y luego disciplinarse a sí misma para responder a estas impresiones. Sin embargo, muchas personas no están seguras de cómo juzgar sus propias impresiones espirituales. Hace poco, una amiga se comunicó conmigo para saber mi opinión concerniente a si ella debía o no hablar sobre algo que la había estado molestando. Ella me contactó mientras escribía este discurso, así que le pregunté si había buscado el Espíritu para saber qué hacer. Dijo que lo había intentado, pero que a veces se sentía confundida en cuanto a si su inspiración provenía de Dios o de sí misma. Me preguntaba si sería mejor que mi amiga y Dios trabajaran juntos más armoniosamente en lugar de oponerse, así que le pregunté en cuanto a sus dones espirituales. ¿Cuáles eran? ¿Podrían estos servir como conductos para que ella recibiera inspiración? Compartió tres de sus dones: discernimiento, amor y perdón. Le respondí que tal vez esos hermosos dones quizás no la dirigieran a la pregunta de si debía hablar sino cómo hablar, que tal vez abordar la situación que la preocupaba de manera juiciosa, amorosa y misericordiosa permitiría que el Espíritu se comunicara con y por medio de ella. Esa pequeña sugerencia de confiar en sus propios dones espirituales parecía abrir en ella un canal de inspiración y aumentar su confianza espiritual7.

Los dones espirituales son valiosos porque son vestigios de nuestra naturaleza divina, aspectos de nosotros mismos en los que reflejamos más plenamente a nuestros Padres Celestiales. En las Escrituras leemos que “hay diversidad de dones” (1 Corintios 12:4) y que a cada uno de nosotros se nos “es dado un don” (DyC 46:11), o quizás varios dones. Algunos pasajes de las Escrituras enumeran dones espirituales específicos —de conocimiento, fe, sabiduría y más— aunque las posibilidades de esos dones son prácticamente infinitas. He visto en el pasado cómo el recurrir a esos dones únicos puede acercarnos más a Dios, quizás porque evocan partes de nosotros que ya están más cerca de Dios.

Hace muchos años enseñé un curso de preparación para licenciados en inglés que deseaban obtener su doctorado. Una alumna extraordinariamente brillante, ingeniosa y con diversos talentos, completó los requisitos de la clase, pero parecía estar más interesada en buscar otras oportunidades. Varios años después, ella se puso en contacto conmigo y me preguntó si podíamos hablar. La invité a mi casa y me enteré de que se había casado, se encontraba en lugares que no había anticipado y que ya no se sentía tan segura de seguir su meta profesional soñada. Había buscado otras opciones, y nada parecía correcto, así que estaba repasando su decisión original de no seguir un doctorado. Comenzamos hablando de nuevo sobre algunos de los temas que habíamos analizado en la clase de preparación en años anteriores: la aplicación a una escuela de posgrado, qué tipo de ensayos utilizar, qué destacar en una carta de presentación, etc. Tomó diligentemente algunas notas. Pero podía percibir sus sentimientos de incertidumbre e infelicidad. Entonces el Espíritu me inspiró con un nuevo pensamiento. Le dije que no se preocupara por su carrera por un momento y reflexionara en sus dones espirituales. Si pudiera pensar en seguir una vida de acuerdo con esos dones, ¿qué clase de vida sería esa? El ambiente en la sala cambió instantáneamente; dijo que no había pensado abordar su futuro con esa pregunta en mente. Más adelante en la semana, me envió una nota en la que me informaba que se había tomado muy en serio la pregunta, que encontró una nueva perspectiva y que ahora distinguía una vida y un camino profesional que le parecían más adecuados para ella. La ansiedad había dado paso al gozo.

Si aprendemos a confiar, el Señor por medio del Espíritu, puede animar todas las facetas de nuestra vida. Pero recurrir al Espíritu como nuestro guía puede resultar un poco desalentador, al menos hasta que recordemos que somos cocreadores con Dios, cocreadores de nuestra vida y del mundo que nos rodea. Si bien afrontamos cuestiones como lo bueno o lo malo, la verdad o la falsedad, y aunque es vital buscar la confirmación del Espíritu en cuanto a tales cosas, la mayoría de la inspiración es de naturaleza sutil. Más bien, tiende a ser más amplio y abierto: ¿Qué les conmueve o qué les podría conmover? ¿Qué podrían aprender y cómo podrían aprenderlo? ¿Qué talentos, rasgos y virtudes podrían cultivar? ¿Qué podría ser mejor en nuestro mundo gracias a su participación? En estos y en muchos otros aspectos, el Espíritu es un compañero creativo que puede ayudarnos a establecer mejores maneras de vivir y ser. En cada ocasión en que el Espíritu nos ayuda a reducir nuestras opciones, hay muchas otras en las que el Espíritu nos ayuda a multiplicarlas. El Espíritu ofrece guía, y esa guía por lo general es liberadora.

Discernir el Espíritu en tiempos de probación

Entonces, ¿qué sucede con aquellas épocas de la vida en las que podemos sentirnos lejos de Dios o cuando nuestra vida espiritual se ve acongojada por dudas, incluso por las crisis? Para algunas personas—o, mejor dicho, para la mayoría de nosotros al menos una parte del tiempo— las partes difíciles de nuestra vida pueden parecer abrumadoras. ¿Qué significa prosperar espiritualmente cuando nos sentimos agobiados por la enfermedad, el dolor, la descortesía, la soledad, la discriminación, la ansiedad, la depresión, el abuso, el trauma, el rechazo, la desilusión o muchas otras dificultades? Para cualquiera que lleve estas cargas, la seguridad espiritual por sí sola puede no parecer un remedio. Pero si seguimos procurando la presencia del Espíritu aun en circunstancias difíciles, y si somos conscientes de lo que percibimos en ese milagroso grano de arena, tal vez descubramos que Dios y el alivio están más cerca de lo que pensamos.

En 2009, se me ofreció un empleo enseñando literatura escocesa en una universidad de Escocia. Me entusiasmé por la oportunidad, pero no sabía si quería dejar BYU permanentemente o trasladar a mi familia fuera de los Estados Unidos. De modo que BYU me permitió generosamente aceptar ese puesto a media jornada, y durante un par de años, mi esposa, mis hijas y yo dividimos nuestro tiempo entre Utah y Aberdeen, una hermosa ciudad escocesa en el mar del Norte. Aunque nos encantaba la diversidad de nuestra experiencia y muchas de las personas que conocimos en Escocia, sabíamos que no podíamos sostener una existencia dividida, así que comenzamos a meditar dónde establecernos a largo plazo. Pensé exhaustivamente en nuestras opciones y también busqué guía en oración. Y durante mucho tiempo —semanas, luego meses— no recibí respuesta. O más bien, sentí inspiración, pero no confirmación, ninguna impresión clara para quedarme o irme. En vez de ello, sentí la instrucción de esperar y reflexionar en razones por las que podría elegir un camino u el otro, examinando menos lo que debía hacer y más la persona que llegaría a ser tomando esta decisión. Fue un ejercicio importante, pero mi incertidumbre persistió. Y estaba empezando a sentir ansiedad.

Me encontraba en esta situación en la vida el segundo y último domingo de marzo de 2012, cuando el líder del cuórum del sacerdocio de mi barrio anunció que la semana siguiente un hombre de nuestro vecindario, un miembro de toda la vida de la Iglesia que ahora tenía ochenta años, asistiría a nuestros servicios por primera vez después de cincuenta años. “Cuando lo vean”, nos animó el líder, “salúdenlo; hagan que se sienta bienvenido”. Me parece bien, pensé, aunque no parecía que nadie en nuestro amigable grupo necesitaría ese tipo de aliento.

A la semana siguiente, el último domingo de marzo, este hombre, llamado Jerry, se unió a nosotros para la reunión del sacerdocio. Me cayó bien al instante: llevaba un aire de discreta elegancia, se puso de pie, y se presentó con una voz suave y clara. Cuando terminó la reunión, fui al pasillo por un par de minutos. La Escuela Dominical, nuestra siguiente reunión, se llevó a cabo en el mismo salón. Cuando regresé, había un asiento vacío junto a Jerry, así que lo tomé y extendí mi mano.

No recuerdo el tema de nuestra clase de la Escuela Dominical de ese día. No obstante, recuerdo que se basaba en el Libro de Mormón, y que todo lo que Jerry tenía era una vieja biblia. Así que, mientras el maestro avanzaba en la lección, abrí las Escrituras para que Jerry pudiera seguir la lectura.

Cuando terminó la clase, las personas comenzaron a dirigirse hacia la capilla para la reunión sacramental. Pero Jerry permaneció tumbado en su silla, mirando fijamente al piso. Me quedé allí con él.

“¿Todo bien?”

Parpadeó un par de veces, elaborando un pensamiento. Lo que finalmente pronunció fue muy triste. “No entendí nada de esa clase. Todos aquí saben mucho acerca del Evangelio y yo sé muy poco. Siento que he desperdiciado mi vida. No debería haber regresado”.

Sus palabras me llegaron como un golpe al estómago. De la nada, me hallé en un momento de crisis, no de mi propia vida, sino del de otra persona, y no estaba completamente capacitado para evaluarlo. No conocía a este hombre y tenía aproximadamente la mitad de su edad; mi objetivo al sentarme a su lado simplemente había sido transmitir el espíritu de bienvenida de la comunidad de nuestro barrio. Si él hubiera dicho que no entendía algún principio particular del Evangelio, podría haber llenado algunos vacíos; si él hubiera preguntado si los miembros del barrio socializaban fuera de la Iglesia, podría haberlo invitado a cenar. Para lo que no estaba preparado era para juzgar el sentido de su vida, dónde se había desperdiciado y dónde se había aprovechado.

Pero la ocasión requería una respuesta contundente y una comprensión de ese hombre y sus circunstancias que yo simplemente no poseía. Así que me quedé quieto: un segundo, dos segundos, tres, orando en silencio para saber qué decir. Y entonces, como un relámpago, un pensamiento se me vino a la mente.

Le di un golpecito a la Biblia. Y le dije: “Cuando hoy llegues a tu casa, quiero que abras Mateo 20. Hay una parábola sobre los obreros de una viña. El Señor llama a algunos obreros temprano, otros un poco más tarde, otros todavía más tarde, e inclusive a otros los llama a la última hora del día. Pero ellos van a trabajar para él, y él les paga el mismo salario. El mensaje es que nunca es demasiado tarde para responder a Dios. A Sus ojos, nunca llegamos demasiado tarde”.

El ceño de Jerry se relajó un poco. “Me gusta cómo suena eso”.

“También me gusta, y creo que es verdad. Así que hoy, después de que llegues a tu casa, lee esa parábola. La próxima vez que estemos aquí en la Iglesia, quiero que me digas cuáles fueron tus impresiones al leerlo”.

“Sí, está bien”, prometió. “Puedo hacer eso”.

La semana siguiente, el primer domingo de abril, no tuvimos reuniones en nuestro barrio, porque era la conferencia general, transmitida a nivel mundial por toda la Iglesia. Uno de los discursos de ese fin de semana me impactó con particular fuerza. Era del élder Jeffrey R. Holland y se titulaba “Los obreros de la viña”. El élder Holland explicó esa parábola de Mateo 20 y luego expresó este hermoso pensamiento:

Hoy, no sé quién en esta vasta audiencia quizás tenga que escuchar el mensaje del perdón inherente en esta parábola, pero por más tarde que piensen que hayan llegado, por más oportunidades que hayan perdido, por más errores que piensen que hayan cometido, sean cuales sean los talentos que piensen que no tengan, o por más distancia que piensen que hayan recorrido lejos del hogar, de la familia y de Dios, testifico que no han viajado más allá del alcance del amor divino. No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la expiación de Cristo8.

El domingo después de la conferencia general, en el edificio de nuestro barrio, Jerry me encontró. “¿Oíste a élder Holland?”, preguntó. “¡Él habló de esa parábola!”. Jerry sintió que era un mensaje, dirigido directamente a él. Llegó a ser un miembro vital de nuestro barrio: amado por miembros habituales, ministro de los marginados y pionero de varios templos de los estados del oeste. Mientras tanto, nuestra familia finalmente recibió nuestra respuesta en cuanto a dónde estábamos mejor establecidos. Me quedé en BYU y unos tres años después acepté un llamamiento en la Iglesia que me requería que hiciera visitas regulares a los barrios de nuestra estaca. Resulta que uno de esos barrios era el de élder Holland, y a veces me encontraba sentado junto a él en el estrado. Un día, unos años después de mi asignación, le conté la historia del impacto que su discurso había tenido en Jerry. Sonrió e invocó una metáfora teatral. “Buscamos inspiración para saber qué decir”, comentó, “pero no siempre vemos el cielo trabajando entre bastidores”.

El cielo trabajando entre bastidores

Al pensar en esa experiencia a lo largo de los años, he reflexionado en la idea de que no siempre vemos el cielo trabajando entre bastidores. El élder Holland no vio esta ayuda en la vida de un hombre entre la inmensa multitud de personas a quienes había hablado en la conferencia general. Jerry tampoco lo vio al principio, en la difícil decisión de regresar a la Iglesia después de una larga ausencia. Y yo no lo vi mientras meditaba semana tras semana sobre mi gran decisión de vida, los cielos se revelaban poco mientras suplicaba para saber si debía quedarme en BYU o mudarme al extranjero.

Al parecer, mi experiencia buscando al Espíritu fue muy similar a la que compartió mi alumna que escribió acerca de la brillante inspiración contraintuitiva del Espíritu. Había estado buscando una respuesta concreta a la oración, y cuando una finalmente vino a mí, no tenía nada que ver con dónde debía trabajar o dónde debía vivir mi familia y yo, sino que se trataba de algo totalmente diferente: los lamentos de un hombre mayor, bondadoso y sincero, por el tiempo perdido. En cuanto a mi propia pregunta, pronto se me aclararía por qué había tenido que esperar una respuesta: Todavía faltaba una pieza del rompecabezas que no podría haber previsto, y también necesitaba tiempo para reflexionar en mis prioridades a fin de que cuando tuviera que tomar una decisión difícil, pudiera hacerlo con mayor comprensión personal. Y, como lo ilustra el relato de Jerry, el Señor tenía Sus propias maneras de asegurarse de que comprendiera que Él todavía estaba allí.

No siempre podemos ver el cielo obrando en nuestro favor, pero cualquier experiencia con el Espíritu, no importa cuán pequeña sea, es evidencia de que Dios está haciendo exactamente eso. Olviden por un momento recibir una gran respuesta a su oración. ¿Han sentido el Espíritu aunque sea un poco al buscar al Señor en oración? ¿Han sentido que el Espíritu les ha transmitido que Dios los ama, que les comprende, que tiene grandes esperanzas para ustedes, que Él se aflige con ustedes, que se regocija con ustedes, o que aprecia su gratitud hacia Él o las bondadosas obras que ustedes hacen por otra persona? ¿Han sentido que el Espíritu les abre la mente para ayudarles a aprender algo nuevo, o convertirse en algo bueno, o inspirarlos a percibir algo hermoso, o asegurarles que las cosas estarán bien, que no están perdidos, que Dios sabe exactamente dónde están? Si alguna vez han tenido alguna de esas experiencias o un sinnúmero de otras como ellas, han experimentado eficazmente el Plan de Salvación de nuestro Padre en un grano de arena. Es decir, como mencioné anteriormente, se les ha mostrado que Dios es real, que su vida tiene un propósito —que hay una razón por la que Dios les extendió la mano por medio de Su Espíritu— y que la expiación de Cristo está haciendo posible que sientan la presencia de Dios un poco más plenamente.

¿Qué significa prosperar espiritualmente para mí? Sencillamente, significa buscar, reconocer y disfrutar de experiencias con el Espíritu de Dios. Significa ser conscientes de la amplitud de maneras en que el Espíritu nos conmueve y luego ser receptivos a su inspiración, tal vez recurriendo a nuestros dones espirituales únicos y quizás aprendiendo a percibir la presencia de Dios aún cuando estemos preocupados por otras cosas.

Así que, ¿cómo les va? ¿Dirían que están prosperando espiritualmente? Mi convicción es que, si tienen experiencias con el Espíritu, incluso las que son pequeñas y apacibles, entonces Dios está optando por permanecer con ustedes. Por lo tanto, a pesar de las preocupaciones y preguntas que puedan tener, probablemente estén haciéndolo muy bien. Mientras tanto, si están descorazonados por todas las experiencias espirituales que sienten que no tienen, entonces les diría lo que el Señor le comunicó una vez a mi amigo Jerry, lo cual es que, a los ojos de Dios, probablemente lo estén haciendo mucho mejor de lo que piensan. Dios los conoce y los ama, y Él no se ha olvidado de ustedes. “No es posible que se hundan tan profundamente que no los alcance el brillo de la infinita luz de la expiación de Cristo”. Y no siempre vemos el cielo trabajando entre bastidores. En el nombre de Jesucristo. Amén.

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Notas

1. Agradezco a John R. Rosenberg, vicepresidente académico adjunto de estudios universitarios de BYU y líder de este grupo, por invitarme a participar en la conversación.
2. The Aims of a BYU Education, 1 de marzo de 1995.
3. Russell M. Nelson, «Revelación para la Iglesia, revelación para nuestras vidas«, Liahona, mayo de 2018.
4. El poema de William Blake «Augurios de inocencia» (aprox. 1803) se comienza así:
Ver un mundo en un grano de arena
y un cielo en una flor silvestre;
tener el Infinito en la palma de tu mano
y la eternidad en una hora.
Su punto es que potencialmente contemplamos lo que es grande en lo que es pequeño.
5. Moe Graviet, “Spiritual Exercises Portfolio,” Abril 2020; citado con autorización.
6. Parley P. Pratt, Key to the Science of Theology (Salt Lake City: Deseret Book, 1973), 101.
7. “Spiritual confidence” is John Rosenberg’s phrase for the spiritual facet of BYU’s ThrYve initiative. La frase fue tomada de Doctrina y Convenios 121:45: “Entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios.”
8. Jeffrey R. Holland, «Los obreros de la viña«, Liahona de mayo de 2012; énfasis en el original; véase también Mateo 20.

Matthew Wickman

Matthew Wickman, catedrático de la lengua inglesa y director fundador del Centro de Humanidades de BYU, impartió este discurso el día 1 de diciembre de 2020.