A todos los de cada generación les digo: “Acuérdense de la mujer de Lot”. La fe es para el futuro. La fe se basa en el pasado, pero nunca anhela quedarse allá. La fe confía en que Dios tiene grandes cosas reservadas para cada uno de nosotros y en que Cristo es en verdad el «sumo sacerdote de los bienes venideros».
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Todos ustedes se ven muy bien. La hermana Holland entró y dijo: “Creo que voy a llorar”. Para que entiendan, solo dense 20 o 30 años, entonces sabrán cómo nos sentimos al regresar aquí.
Nos encanta este campus. Estamos encantados de estar aquí con ustedes y los amamos personalmente con todo nuestro corazón.
Ustedes han tenido, tendrán y ahora tienen mejores presidentes de la universidad que yo fui, pero nunca tendrán a alguien que los ame y ame esta universidad más que yo. Gracias por servir aquí y gracias por estar presentes en una resplandeciente y clara mañana de enero.
Agradecemos al presidente y a la hermana Samuelson por su bondad y su liderazgo en esta universidad. Nosotros de verdad sabemos algo acerca de sus puestos y el trabajo que requieren. Ustedes y nosotros somos muy afortunados de tenerlos a la cabeza de esta escuela especial, y los alabamos públicamente por el tiempo que dedican, el éxito que están teniendo y la fortaleza que traen. Me encantó cada palabra de su consejo para ustedes la semana pasada, y ruego que mis palabras para ustedes hoy sean coherentes con sus mensajes sobre la luz, sobre la confianza, y sobre el privilegio de tener el evangelio de Jesucristo para mejorar nuestro estudio en BYU. Presidente y hermana Samuelson, los amamos. Ustedes están en nuestras oraciones, estamos agradecidos por ustedes y tienen nuestro apoyo.
El comienzo de un nuevo año es el momento tradicional para hacer un análisis de nuestra vida y ver hacia dónde vamos comparándolo con lo que ya hemos vivido. No quiero hablarles de las resoluciones de Año Nuevo, porque me imagino que solo hicieron cinco y ya han dejado cuatro. (Les doy una semana más a la que aún tienen). Pero sí quiero hablarles sobre el pasado y el futuro, no tanto en cuanto a los compromisos de Año Nuevo en sí, sino más con la mira puesta en cualquier momento de transición y cambio en su vida, y esos momentos llegan prácticamente todos los días de nuestras vidas.
Como tema bíblico para esta conversación, he escogido el segundo versículo más corto de todas las sagradas Escrituras. He escuchado que el versículo más corto —un versículo que todo misionero memoriza y se mantiene preparado en caso de que se le pregunte espontáneamente en una conferencia de zona— es Juan 11:35: “Y lloró Jesús”. Élderes, les doy una segunda opción, otra corta que deslumbrará a su presidente de misión en caso de que se le pregunte en dos conferencias de zona seguidas. El versículo es Lucas 17:32, donde el Salvador advierte: “Acordaos de la mujer de Lot”.
Mmmm. ¿Qué quiso decir Jesús con una frasecita tan enigmática? Para averiguarlo, supongo que debemos hacer lo que Él sugirió. Recordemos, entonces, quién era la mujer de Lot.
La historia original, por supuesto, nos llega de los días de Sodoma y Gomorra, cuando el Señor, habiendo soportado todo lo que podía de lo peor que los hombres y las mujeres podían hacer, les dijo a Lot y a su familia que huyeran porque esas ciudades estaban a punto de ser destruidas. “Escapa por tu vida”, dijo el Señor, “no mires tras ti;[…] escapa al monte, no sea que perezcas” (Génesis 19:17; cursiva agregada).
Con una obediencia menos que inmediata y más que un poco de negociación, finalmente Lot y su familia salieron de la ciudad, pero justo a tiempo. Las Escrituras nos dicen lo que pasó en el amanecer del día siguiente:
Hizo llover Jehová sobre Sodoma y sobre Gomorra azufre y fuego de parte de Jehová desde los cielos;
Y destruyó las ciudades. [Génesis 19:24–25]
Ahora, nuestro tema de hoy viene en el siguiente versículo. Sin duda, el consejo del Señor de “no mires tras ti” resonaba claramente en sus oídos, pero la mujer de Lot, dice la historia, “miró atrás” y se convirtió en una estatua de sal.
En el tiempo que tenemos esta mañana, no les hablaré de los pecados de Sodoma y Gomorra, ni de la comparación que el Señor mismo ha hecho con esos días y nuestro propio tiempo. Ni siquiera voy a hablar sobre la obediencia y la desobediencia. Solo quiero hablarles unos minutos acerca de mirar hacia atrás y mirar hacia adelante.
Uno de los propósitos de la historia es enseñarnos las lecciones de la vida. George Santayana, que se debería leer más en un campus universitario, es más conocido por decir: “Aquellos que no recuerdan el pasado están condenados a repetirlo” (La razón en el sentido común, tomo I de La vida de la razón, [1905–1906]).
Entonces, si la historia es tan importante, y ciertamente lo es, ¿qué hizo la mujer de Lot que fue tan malo? Como un estudiante de la historia, yo he pensado en eso y ofrezco lo siguiente como una respuesta parcial. Aparentemente, lo malo que hizo la mujer de Lot era que no solo miró atrás; en su corazón quería regresar. Parece que ni siquiera habían salido de los límites de la ciudad, y ella ya extrañaba lo que Sodoma y Gomorra le habían ofrecido. Como dijo el élder Maxwell una vez, personas tales como ella saben que deben tener su residencia principal en Sion, pero todavía esperan tener una casa de verano en Babilonia (véase Larry W. Gibbons, “Por tanto, proponed esto en vuestros corazones”, Liahona, noviembre de 2006; también Neal A. Maxwell, A Wonderful Flood of Light, Salt Lake City: Bookcraft, 1990, pág. 47).
Es posible que la esposa de Lot miró atrás con resentimiento hacia el Señor por lo que Él le mandaba dejar. Ciertamente sabemos que Lamán y Lemuel estaban resentidos cuando se mandó a Lehi y a su familia a salir de Jerusalén. Así que no es solo que miró hacia atrás; miró hacia atrás con anhelo. En resumen, su apego al pasado tuvo en ella una influencia mayor que su confianza en el futuro. Aparentemente, eso fue al menos parte de su pecado.
Al comenzar un nuevo año y tratar de beneficiarnos de una visión adecuada de lo que ha pasado antes, les ruego que no se aferren al recuerdo de los días que no volverán ni que añoren en vano los ayeres, por muy bueno que esos ayeres hayan sido. Se debe aprender del pasado pero no vivir en él. Al recordar las experiencias que aún arden en la memoria, guardamos la luz, no las cenizas. Y cuando hemos aprendido lo que debemos aprender y hemos absorbido lo mejor que hemos experimentado, entonces miramos hacia adelante, recordamos que la fe siempre se dirige hacia el futuro. La fe siempre tiene que ver con bendiciones, verdades y acontecimientos que aún afectarán nuestra vida. Por consiguiente, una forma más teológica de referirnos a la mujer de Lot sería decir que no tuvo fe. Ella dudó de la capacidad del Señor para darle algo mejor de lo que ya tenía. Aparentemente, pensó—fatalmente, de hecho— que nada de lo que estaba por venir podría ser tan bueno como esos momentos que estaba dejando atrás.
Es aquí en este momento de este pequeño relato que deseamos que la mujer de Lot hubiera sido un estudiante en BYU matriculada en una clase de inglés de primer año. Con suerte, ella pudiera haber leído, como yo, este versículo de Edwin Arlington Robinson:
Miniver Cheevy, del desdén concebido,
Se marchitó mientras asaltaba las estaciones;
Lloró que siquiera él había nacido,
Y es que tenía razones.
Miniver amaba los días pasados
Cuando espadas brillaban y corceles brincaban;
Visiónes de reyes y guerreros osados
A Miniver lo fascinaban.
Miniver suspiró por la antigüedad,
Y soñó y al fin descansó de trabajar;
Con Tebas y Camelot, dejó la realidad
Y nunca dejaba de soñar. . . .
Miniver maldijo lo que era común
Miraba a los de traje caqui con amargura;
De la gracia medieval extrañaba aún
Los bellos trajes de armadura. . . .
Miniver Cheevy nació con mal tino,
El se rascó la cabeza y siguió pensando;
Miniver tosió y lo llamó el destino,
Y el gruñón siguió tomando.
[Miniver Cheevy, 1910, estrofas 1–3, 6, 8]
Anhelar volver a un mundo en el que no se puede vivir ahora; estar constantemente insatisfecho con las circunstancias presentes y tener una visión del futuro totalmente pesimista; perdernos el aquí y ahora y el mañana, porque estamos tan atrapados en el allá y el entonces y el ayer, estos son algunos de los pecados, si podemos llamarlos así, tanto de la mujer de Lot como del viejito Sr. Cheevy. (Ahora bien, como comentario adicional, no sé si la esposa de Lot tomaba tanto como Miniver, pero si sí, ciertamente acabó con mucha sal para sus margaritas).
Uno de mis libros favoritos del Nuevo Testamento, que se debería leer más, es la carta de Pablo a los filipenses. Después de repasar la vida tan privilegiada y gratificante de sus primeros años —su primogenitura, su formación académica, su posición en la comunidad judía— Pablo dice que todo eso no era nada (“basura” lo llama) en comparación con su conversión al cristianismo. En mis propias palabras, él dice: “He dejado de pensar en ‘aquellos buenos días’ y ahora miro hacia el futuro con entusiasmo ‘para ver si alcanzo aquello para lo cual fui también alcanzado por Cristo Jesús’”. Luego viene este versículo:
Una cosa hago, olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está delante,
Prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. [Filipenses 3:13–14]
Él no es como la mujer de Lot. Él no mira atrás hacia Sodoma y Gomorra. Pablo sabe que por ahí en el futuro, dondequiera que el cielo nos lleve, es donde ganaremos “el premio del sumo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”.
En este punto, permítanme hacer una pausa y agregar una lección que se aplica tanto a su propia vida como a la vida de los demás. Hay algo en nosotros, al menos en demasiados de nosotros, que en particular no perdona ni olvida los errores anteriores de la vida, ya sea los errores que nosotros mismos hemos cometido o los errores de los demás. Eso no es bueno. No es cristiano. Eso está en terrible oposición a la grandeza y majestuosidad de la expiación de Cristo. El estar ligados a errores anteriores —los nuestros o los de otras personas— es la peor manera de vivir en el pasado, de la cual se nos ha llamado a cesar y a dejar.
Una vez me contaron de un joven que durante muchos años era más o menos el blanco de todas las burlas en su escuela. Tenía algunas desventajas, por lo que era fácil para sus compañeros burlarse de él. Después de un tiempo, se mudó lejos de su comunidad. Con el tiempo, se alistó en el ejército donde tuvo buenas experiencias al obtener una educación y, en general, al alejarse del pasado. Sobre todo, como muchos en las fuerzas armadas, descubrió la belleza y majestuosidad de la iglesia y se volvió muy activo y feliz en ella.
Luego, después de varios años, regresó al pueblo de su juventud. La mayoría de los de su generación se habían ido de allí, pero no todos. Al parecer, cuando volvió, ahora siendo un hombre nuevo y exitoso, aún existía el mismo prejuicio anterior, esperando su regreso. Para la gente de su pueblo, él todavía era fulano de tal, ¿recuerdan al hombre que tenía el problema, esa idiosincrasia, ese carácter estrafalario, y que hizo tal y tal cosa? ¿Y no fue todo graciosísimo?
Bueno, ya saben lo que sucedió. Poco a poco, el esfuerzo que ese hombre había hecho, similar al de Pablo, de dejar atrás su pasado y aprovechar el premio que Dios había puesto ante él, fue disminuyendo gradualmente hasta que murió estando igual que como era en su niñez y adolescencia. Regresó a lo mismo: nuevamente estaba inactivo e infeliz, y era el blanco de una nueva generación de burlas. Sin embargo, había tenido ese brillante y hermoso momento a mediados de la vida en el que había sido capaz de elevarse por encima de su pasado y realmente ver quién era y lo que podía llegar a ser. Qué lástima, qué triste, que volviera a estar rodeado de un grupo entero de mujeres de Lot, aquellos que pensaban que su pasado era más interesante que su futuro. Sí, consiguieron arrancarle de las manos aquello para lo cual Cristo lo había rescatado. Y murió aún más triste que Miniver Cheevy, aunque hasta donde yo sé, por absolutamente ninguna culpa propia.
Eso también sucede en los matrimonios y en otras relaciones que tenemos. No puedo decirles la cantidad de parejas que he aconsejado que, cuando están profundamente lastimados o incluso profundamente estresados, buscan cada vez más en el pasado para encontrar una piedra aún más grande para arrojarla a su matrimonio. Cuando algo ha terminado, cuando se ha arrepentido tan plenamente como se puede arrepentir, cuando la vida ha seguido adelante como debería y muchas otras cosas maravillosamente buenas han ocurrido desde entonces, no es correcto volver atrás y abrir alguna antigua herida que el mismo Hijo de Dios murió tratando de sanar.
Dejen que la gente se arrepienta. Dejen que la gente progrese. Crean que la gente puede cambiar y mejorar. ¿Eso no es fe? ¡Sí lo es! ¿No es esperanza? ¡Sí lo es! ¿No es caridad? ¡Sí lo es! Sobre todo, es caridad, el amor puro de Cristo. Si algo quedó enterrado en el pasado, déjenlo enterrado. No sigan volviendo con su balde y pala de playa para excavarlo, exhibirlo y luego tirárselo a la cara de alguien, diciendo: “¡Oye! ¿Te acuerdas de esto?” ¡Zas!
Porque, ¿saben qué? Es probable que eso resulte en que se desentierre alguna porquería fea del vertedero suyo con la respuesta: “Sí, lo recuerdo. ¿Tú te acuerdas de esto?” ¡Zas!
Y de pronto todos salen de ese intercambio sucios, lodosos, infelices y heridos, cuando lo que Dios, nuestro Padre Celestial, suplica es limpieza, bondad, felicidad y sanación.
¡No es correcto morar en vidas y errores pasados! Eso no es el evangelio de Jesucristo. Es peor que Miniver Cheevy, y de alguna manera peor que la mujer de Lot, porque al menos en sus casos, solo se estaban destruyendo a sí mismos. En estos casos de matrimonio, familia, barrios, apartamentos y vecindarios, podemos destruir a muchos, muchos más.
Tal vez en este comienzo de un nuevo año no haya mayor requisito para nosotros que hacer lo que hace el Señor mismo: “He aquí, quien se ha arrepentido de sus pecados es perdonado; y yo, el Señor, no los recuerdo más” (DyC 58:42).
La condición, por supuesto, es que el arrepentimiento tiene que ser sincero, pero cuando sí lo es, y cuando se hace un verdadero esfuerzo para progresar, somos culpables del mayor pecado si seguimos recordando y fustigando a alguien con sus errores anteriores, e incluso ese “alguien” puede ser nosotros mismos. ¡Podemos ser tan duros con nosotros mismos, a menudo mucho más que con los demás!
Ahora, al igual que los anti-nefi-lehitas del Libro de Mormón, entierren sus armas de guerra y déjenlas enterradas. Perdonen, y hagan lo que es más difícil que perdonar; Olvidar. Y cuando se les venga de nuevo a la mente, vuelvan a olvidarlo.
Pueden recordar justo lo suficiente para evitar repetir el error, pero luego pongan el resto en el montón de basura del que habló Pablo a esos filipenses. Descarten lo destructivo y sigan desechándolo hasta que la belleza de la expiación de Cristo les revele su futuro brillante y el futuro brillante de su familia, sus amigos y vecinos. A Dios no le importa tanto el lugar donde han estado como el lugar donde se encuentran ahora y, con Su ayuda, a dónde están dispuestos a ir. Eso es lo que no entendía la mujer de Lot, ni tampoco Lamán y Lemuel, ni muchas otras personas de las Escrituras.
Este es un asunto importante que debemos considerar al comienzo de un nuevo año, y cada día debe ser el comienzo de un nuevo año y una nueva vida. Tal es la maravilla de la fe y el arrepentimiento, y el milagro del evangelio de Jesucristo.
Comenzamos esta hora con un pequeño versículo que leí en una de mis clases de inglés en BYU. Permítanme llegar al final de mi mensaje con unas pocas líneas de otro poeta favorito a quien probablemente conocí en esa misma clase o en una parecida. Para el beneficio de todos los alumnos de BYU en el nuevo año de 2009, Robert Browning escribió:
¡Conmigo envejece!
Lo mejor con el tiempo florece
La última epoca, para la cual se hicieron las del pasado:
Nuestros tiempos están en Su mano
El que dice: “Creé todo el plano,
La juventud sólo muestra la mitad; confía en Dios: ¡nunca serás abandonado!”
[Rabino Ben Ezra, 1864, estrofa 1]
La hermana Holland y yo nos casamos alrededor de la época en que ambos estábamos leyendo poemas como ese en las aulas de BYU. Estábamos tan abrumados—y tan temerosos— tal como la mayoría de ustedes en estas edades y etapas de la vida. No teníamos absolutamente nada de dinero. Cero. Por diversas razones, ninguna de nuestras familias pudo ayudar a financiar nuestra educación. Teníamos un pequeño apartamento al sur del campus, el más pequeño que podíamos encontrar: dos cuartos y un medio baño. Ambos estábamos trabajando demasiadas horas tratando de mantenernos a flote económicamente, no teníamos otra opción.
Recuerdo un día de otoño, creo que fue en el primer semestre después de nuestro matrimonio en 1963, en que estábamos caminando juntos por el campus. En algún momento nos detuvimos y nos preguntamos en qué nos habíamos metido. Ese día la vida parecía tan abrumadora, y todos los años de educación universitaria que todavía teníamos por delante parecían monumentales, casi insuperables. El amor que teníamos para el uno al otro y nuestro compromiso con el Evangelio eran fuertes, pero la mayoría de las otras cosas temporales que nos rodeaban parecían muy ominosas.
En un sitio que hasta el día de hoy creo que podría marcar, miré a Pat y dije algo así: “Cariño, ¿deberíamos darnos por vencidos? Puedo conseguir un buen trabajo y ganar lo suficiente para que podamos vivir. Puedo hacer algunas cosas. Estaré bien sin un título. ¿Deberíamos dejar de tratar de abordar lo que ahora parece tan difícil afrontar?”.
En mi mejor recreación de la mujer de Lot, básicamente dije, “Volvamos. Volvamos a casa. El futuro no tiene nada para nosotros”.
Entonces, mi amada esposita hizo lo que ella ha hecho durante 45 años desde entonces. Me agarró por las solapas de mi chaqueta y dijo: “No vamos a regresar. No volveremos a casa. El futuro tiene todo para nosotros”.
En aquel día ella se paró ahí en la luz del sol y me habló con firmeza. No recuerdo que ella haya citado a Pablo, pero el tono de su voz expresó claramente su compromiso en dejar a lado todo lo pasado con el fin de “proseguir a la meta” y obtener el premio que Dios tenía para nosotros en el futuro. Fue una demostración viva de la fe. Era “la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve” (Hebreos 11:1). Así que nos reímos, seguimos caminando y terminamos compartiendo una gaseosa en lo que antes era el recién construido Centro Estudiantil.
Veinte años después, en ocasiones, miraba por la ventana de mi casa, ubicada en el campus, e imaginaba allí en la acera a dos estudiantes de BYU recién casados, con poco dinero y con aún menos confianza. Y al mirar por esa ventana, por lo general en la noche, de vez en cuando no veía a Pat y a Jeff Holland, sino a usted, y a usted y a usted, caminando por la misma acera. A veces los veía como parejas, a veces como un grupo de amigos, y a veces solos. Sabía algo de lo que estaban sintiendo. Algunos de ustedes tenían pensamientos como los siguientes: ¿Hay un futuro para mí? ¿Qué tiene para mí un nuevo año, un nuevo semestre, una nueva carrera o un nuevo romance? ¿Estaré a salvo? ¿Será buena la vida? ¿Puedo confiar en el Señor y en el futuro? ¿O sería mejor mirar atrás, regresar y volver a casa?
A todos los de cada generación les digo: “Acuérdense de la mujer de Lot”. La fe es para el futuro. La fe se basa en el pasado, pero nunca anhela quedarse allá. La fe confía en que Dios tiene grandes cosas reservadas para cada uno de nosotros y en que Cristo es en verdad el “sumo sacerdote de los bienes venideros”.
Mis jóvenes hermanos y hermanas, ruego que tengan un semestre maravilloso, un maravilloso año nuevo y una vida maravillosa llena de fe, esperanza y caridad. Mantengan los ojos puestos en sus sueños, por muy distantes que parezcan. Vivan para ver los milagros del arrepentimiento y del perdón, de la confianza y del amor divino que transformarán su vida hoy, mañana y para siempre. Esa es una resolución de Año Nuevo que les pido que guarden, y les dejo una bendición —a cada uno de ustedes— para poder hacerlo y ser felices, en el nombre de Aquel que lo hace todo posible, el Señor Jesucristo. Amén.
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Jeffrey R. Holland era miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando se dio este discurso en el devocional del 13 de enero del 2009.