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Devocional

¿Pueden escuchar la música?

del Cuórum de los Doce Apóstoles

15 de enero de 2019

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De modo que el proceso de aprender a escuchar la voz del Espíritu no solo nos refina y nos permite disfrutar de la maravillosa música del Espíritu, sino que también nos bendice, dirige nuestros pasos y nos brinda el favor y la guía del cielo.


Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu

Mis amados hermanos y hermanas, mis queridos amigos, La hermana Uchtdorf y yo estamos muy agradecidos de poder estar con ustedes hoy. Les traemos el amor y el saludo de la Primera Presidencia y del Cuórum de los Doce Apóstoles. Ustedes, los jóvenes, son la fuerza y el futuro de la Iglesia de Jesucristo en todos lados del mundo. Ustedes son los Santos de los Últimos Días quienes serán una bendición para el mundo. ¡Los amamos y admiramos!

Hace casi exactamente un año, Harriet y yo hablamos a todos los jóvenes adultos de la Iglesia desde el Centro de Conferencias en Salt Lake City acerca de su aventura en la mortalidad. Jamás olvidaremos aquella maravillosa noche con ustedes, y algunos de ustedes tal vez recuerden nuestros mensajes1.

A Harriet y a mí nos asombra su bondad, humildad y deseo de aceptar su membresía en La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, y cómo aman y sirven al Señor Jesucristo y a los hijos de Dios. Como resultado, somos mejores personas.

Espero que sientan al Espíritu Santo ministrándoles, edificándoles e instruyéndoles en esta reunión.

El hombre en la estación de metro

El 12 de enero de 2007, un hombre vestido con jeans y una camiseta entró a una estación de metro de Washington, DC, sacó un violín de su estuche y comenzó a tocar2. Le entregó su alma a la interpretación, a veces golpeando su arco contra las cuerdas, a veces acariciándolas suavemente para hacer resaltar tonos suaves y tristes.

Mientras tocaba, más de mil viajeros pasaron por la estación de tren de camino al trabajo. Tenían días ocupados por delante: listas de cosas que hacer, preocupaciones y problemas. Sus mentes estaban ocupadas con cosas triviales de todos los días, como dónde y qué almorzar, cómo estaba su equipo deportivo favorito o si alguien se fijaría en sus nuevos lentes.

Algunos, sin duda, luchaban con problemas mayores: un diagnóstico de salud difícil, relaciones que se estaban desmoronando, pérdidas financieras o alguna otra ansiedad apremiante.

En resumen, estas personas eran como ustedes y yo: personas que desenvolvían y abrían el regalo de un nuevo día, incluso el regalo de un nuevo año, pero se veían consumidas por lo trivial y trágico, lo mezquino y lo profundo.

¿Se fijaron en el músico? ¿O era el hombre del violín simplemente parte del borrón impresionista que conforma el marco demasiado familiar de sus vidas cotidianas?

Lo que estos viajeros no sabían era que este músico no era un violinista ordinario, que no tocaba ningún instrumento ordinario y que no tocaba música ordinaria.

El hombre se llamaba Joshua Bell, uno de los músicos más destacados del mundo.

El violín que tocaba fue hecho a mano en 1713 por Antonio Stradivari. Joshua Bell lo había comprado unos años antes por un estimado de 3,5 millones de dólares.

Y la música que tocó fue una de las más desafiantes y hermosas jamás compuestas.

Ahora bien, toda esta experiencia en la estación de metro la había organizado un periodista del Washington Post que tenía curiosidad por saber qué pasaría si un músico de clase mundial diera una actuación anónima y virtuosa en los pasillos de una estación de metro ordinaria.

¿Reconocerían las personas la sublime música interpretada por un artista brillante con un instrumento incomparable?

¿O lo ignorarían? ¿Tirarían una o dos monedas en su estuche de violín abierto y pasarían de largo?

A algunas personas en el Washington Post les preocupaba que el experimento causara una pesadilla de control de tráfico en la estación, con cientos de personas amontonándose para escuchar.

Esto es lo que sucedió.

De las casi 1.100 personas que pasaron junto a Joshua Bell durante su interpretación de cuarenta y cinco minutos, sólo “siete personas dejaron lo que estaban haciendo para quedarse y disfrutar de la obra, al menos por un minuto”3.

Más tarde, una persona que había pasado a menos de un metro de Joshua Bell no podía recordar que había visto a un músico de camino al trabajo. Resulta que este hombre llevaba auriculares, mientras escuchaba su canción de rock favorita. Irónicamente, la letra de la canción trataba sobre no ver la belleza justo delante de tus ojos.

La música del Espíritu

La lección que enseña este relato es profunda. No solo nos dice algo importante sobre la vida y el vivir, sino que también revela una perspectiva importante acerca de nuestra vida espiritual.

A veces estamos tan absortos en la rutina de la vida cotidiana que no reconocemos la sublime voz del Espíritu e ignoramos el profundo y hermoso mensaje que nuestro amoroso Padre Celestial nos comunica por medio de Sus mensajeros.

Este experimento puede llevarnos a mirar dentro de nuestro corazón y preguntarnos: “¿Puedo escuchar la música del Espíritu?”

¿Podemos escuchar el dulce llamado de nuestro amado Salvador, quien nos invita a venir y seguirlo? ¿Escuchamos Su voz?

¿O la vida es demasiado apresurada? ¿Demasiado ocupada o agobiada? ¿Demasiado llena de las mil cosas cotidianas que exigen nuestra atención?4

Mis amados hermanos y hermanas, mis queridos amigos, testifico que nuestro amoroso Padre Celestial les está tendiendo la mano. El Salvador les está diciendo a ustedes: “Ven, sígueme”5.

A toda hora del día y durante toda la noche, Él se comunica por medio de la música divina del Espíritu.

¿Pueden escucharla?

¿Cómo escuchan al Espíritu?

Podrían preguntarse: “¿Cómo puedo reconocer la voz de Dios? ¿Cómo lo distingo de los otros pensamientos y sentimientos que tengo? ¿Y qué puedo hacer para afinar mis oídos para escucharlo?”

Responder a estas preguntas es la búsqueda de toda una vida. Y aunque el proceso es similar para todos, cada uno de nosotros debe recorrer su camino individualmente para encontrar las respuestas. Para algunos, escuchar la voz de Dios parece intuitivo y obvio. Algunos parecen nacer con un testimonio del Evangelio y una sensibilidad para las cosas espirituales. Para otros, la creencia llega lentamente, y el proceso puede parecer difícil o frustrante. Pasan años o incluso décadas esforzándose por sentir el Espíritu. Quieren tener un testimonio, pero no pueden decir honestamente que lo tienen.

En mi caso, he creído desde que era un niño y vivía en una pequeña rama de la Iglesia en Zwickau, Alemania Oriental. Nuestra capilla tenía un hermoso vitral que mostraba al profeta José Smith arrodillado en la Arboleda Sagrada. Al sentarme en la capilla y contemplar esa escena, aun siendo un niño, creí.

Esta creencia ha sido una bendición para mí a lo largo de mi vida.

Ahora bien, reconozco que mi experiencia puede ser diferente a la de ustedes. Pero ya sea que el don de la fe llegue temprano o tarde, todos debemos procurar y nutrir ese don. Todos vivimos en un mundo lleno de distracciones, lejos de lo espiritual y de lo eterno. El Padre Celestial nos da esa parte de la prueba de la vida terrenal. Estamos aquí para aprender a encontrar a Dios, a reconocer y seguir Su voz, aun en medio del clamor y el ruido del mundo. Cada uno de nosotros es responsable de su propio aprendizaje.

Las Escrituras están llenas de guía, herramientas y consejos sobre cómo reconocer la voz del Espíritu. Un buen lugar para comenzar es Doctrina y Convenios, donde muchas revelaciones dadas a José Smith y a los primeros santos tratan sobre este mismo tema. Al abrirse los cielos en los últimos días, quedó claro que Dios estaba dispuesto a revelar la verdad a Sus hijos tal como lo había hecho en la antigüedad. Naturalmente, José y sus compañeros tenían preguntas sobre cómo recibir revelación, cómo reconocer las impresiones del Espíritu y cómo saber que provienen del cielo y no de ninguna otra fuente, tal como ustedes y yo las tenemos hoy.

Por lo tanto, en Doctrina y Convenios se nos enseña que debemos “estudiarlo en [nuestra] mente” y luego “preguntar[…] si está bien»6.

Se nos dice: “Pon tu confianza en ese Espíritu que induce a hacer lo bueno”7.

Aprendemos que “se os dará el Espíritu por la oración de fe”8.

Y se nos promete: “El que recibe luz y persevera en Dios, recibe más luz, y esa luz se hace más y más resplandeciente hasta el día perfecto”9.

Las condiciones

Sin embargo, hay condiciones que debemos tener en cuenta.

Primero, esa luz llegará en el tiempo de Dios, no en el nuestro.

Segundo, vendrá a la manera de Dios, una manera que tal vez no esperemos o siquiera queramos.

Tercero, llega a medida que creemos.

Ahora, algunos de ustedes podrían decir: “Para tener una mayor creencia en Dios, ¿tengo que creer? Pero ese es exactamente mi problema. ¿Qué pasa si no puedo creer?”

La respuesta es: Entonces tengan esperanza y el deseo de creer. Eso es suficiente para empezar.

Desear creer no significa fingir. Significa abrir el corazón a la posibilidad de las cosas espirituales, dejar de lado el escepticismo y el cinismo.

Si simplemente quieren creer, eso puede hacer que la semilla de la fe crezca dentro de sus corazones10.

Con el tiempo, esa semilla crecerá hasta que puedan comenzar a creer. Esos primeros destellos de creencia conducen a la fe. Y su fe se fortalecerá día a día hasta que brille en su interior. Entonces realmente podrán “[pedir] con fe, no dudando nada”11.

Esa es la clase de fe que tiene el poder de develar los misterios de los cielos y llenar su corazón con el maravilloso conocimiento y el sublime testimonio del evangelio de Jesucristo.

Somos buscadores

Por favor, comprendan que este no es un proceso de una sola vez y listo.

No es un proceso de minutos ni de horas. Puede que no sea un proceso de meses o incluso años.

Es un proceso que dura toda la vida.

Somos buscadores, ustedes y yo.

Somos recolectores de luz.

Estamos embarcados en una misión de por vida —la misión de recolectar y llevar luz al mundo— que nos guiará a través de las alegrías y las pruebas de la vida.

Así que nunca dejen de buscar. Jesús prometió que, si buscamos, hallaremos. Si llamamos, se nos abrirá. Si escuchamos, oiremos. Porque la Escritura dice: “Todo aquel que pide, recibe; y el que busca, halla; y al que llama, se le abrirá”12. Aférrense a esa promesa. Aun cuando les tome toda la vida encontrar la preciada luz y verdad que buscan, valdrá la pena el esfuerzo.

El problema del ahora

Por supuesto, en nuestra era de respuestas instantáneas, no es fácil ser paciente. A veces nos sentimos frustrados cuando nuestra búsqueda de la verdad toma más tiempo de lo que esperábamos. Ahora es tan fácil de acceder a información sobre una amplia variedad de temas que la espera parece una molestia innecesaria. Si enviar o recibir un mensaje lleva más de uno o dos segundos, decidimos que algo está roto.

¿Si alguien tiene una pregunta? No hay problema. Pueden obtener respuestas, miles de ellas, casi instantáneamente. Si quieren conectarse con alguien, pueden hacerlo en segundos, sin importar cuán lejos esté la persona.

¿Quieren ver un video de patitos cruzando una calle muy transitada? Pueden verlo. ¿Quieren un rascador de espalda en forma de asta de alce? Pueden tenerlo en la puerta de su casa en uno o dos días. ¿Quieren un pez de plástico realista, activado por movimiento y montado en la pared que cante “Don’t Worry, Be Happy”? Pueden encontrarlo y, si se apresuran, es posible que incluso obtengan envío gratis.

Pero si desean algo de valor verdadero y duradero, algo de significado eterno, algo que conecte el ahora con las eternidades, se requiere paciencia y diligencia.

No sé por qué a veces se demoran las respuestas a nuestras oraciones. Tal vez el Señor quiere que le demostremos a Él, o a nosotros mismos, cuán sinceramente queremos la verdad. Tal vez el esfuerzo que Él requiere es la forma en que aprendemos a valorar la verdad. Tal vez así es como nos preparamos para recibir y aceptar la verdad. O simplemente, tal vez sea la manera en que Dios nos ayuda a aprender a escuchar la música.

Pero, mis queridos amigos, una cosa sí sé: el proceso de comunicación entre los mortales y el cielo no está roto. Es real. ¡Está disponible para ustedes y para mí!

Si sintonizamos nuestros corazones, ojos y oídos para reconocer al Espíritu, si nos esforzamos por andar en el camino de la luz, seguramente encontraremos lo que buscamos. ¡Seguramente aprenderemos a escuchar la música!

Sin embargo, debemos entender que Dios no es una máquina expendedora. El hecho de que depositemos una petición de oración en la ranura no significa que una respuesta aparecerá inmediatamente a nuestros pies.

No, comulgar con el Infinito, comulgar con lo Divino, lleva tiempo. Y requiere compromiso.

Las oraciones casuales no producen respuestas sublimes.

En esta vida tenemos la gran oportunidad de esforzarnos, de luchar y, sí, de fracasar de vez en cuando en nuestra búsqueda de lo divino. Todo es parte del proceso diseñado para refinar nuestro carácter y perfeccionar nuestro espíritu.

Cuando nos esforzamos con el corazón y la mente por seguir al Salvador e incorporar Sus enseñanzas a nuestra vida diaria, recibimos gracia del cielo. El Señor ha prometido que, si andamos en la rectitud, “escudriña[mos] diligentemente, ora[mos] siempre, [y somos] creyentes, […] todas las cosas obrarán juntamente para [nuestro] bien”13.

¡Qué preciosa promesa!

El rey Benjamín nos instó a considerar

el bendito y feliz estado de aquellos que guardan los mandamientos de Dios. Porque he aquí, ellos son bendecidos en todas las cosas, tanto temporales como espirituales; y si continúan fieles hasta el fin, son recibidos en el cielo, para que así moren con Dios en un estado de interminable felicidad14.

De modo que el proceso de aprender a escuchar la voz del Espíritu no solo nos refina y nos permite disfrutar de la maravillosa música del Espíritu, sino que también nos bendice, dirige nuestros pasos y nos brinda el favor y la guía del cielo.

Pero ¿qué pasa si nos sentimos indignos?

 Hoy me gustaría dejarles un último pensamiento. Algunos de ustedes pueden estar pensando: “Puede que el Evangelio funcione bien para otras personas. Pero no para mí. He cometido errores. Muchos. A veces cometo los mismos errores una y otra vez. Trato de arrepentirme; el cambio no lo consigo. Me siento avergonzado y culpable. No soy como otros en mi familia o en mi barrio”.

A todos los que se sientan defectuosos de alguna manera, ¿puedo contarles un secreto?

Todos somos defectuosos. Ustedes. Yo. Todos.

“Pero yo soy un caso especial”, dirán ustedes. “Creo que cometo demasiados errores, con demasiada frecuencia”.

Sí, son mortales. Y los mortales se quedan cortos. Una y otra vez.

Los errores son acontecimientos en la línea de tiempo de su vida. Pero no definen su vida.

No los definen como persona ni como hijos de Dios. Sin embargo, lo que hagan con respecto a sus errores al utilizar los dones que nos han dado el Padre Celestial y Su Hijo Jesucristo contribuirá en gran medida a definir la persona que llegarán a ser.

Pueden permitir que la “tristeza que es según Dios”15 por sus pecados los lleve a cambiar para bien, para ayudarlos a llegar a ser los hombres y las mujeres que Dios sabe que pueden llegar a ser.

A ese cambio lo llamamos arrepentimiento. Sin embargo, obsesionarse demasiado con sus errores los lleva a la vergüenza, lo que los desanima a esforzarse por mejorar.

El verdadero arrepentimiento no tiene que ver con la vergüenza. Se trata de cambiar y mejorar.

Mis queridos amigos, cada día tienen una opción: darse por vencidos o seguir adelante.

Los discípulos de Cristo, los seguidores de Cristo siguen adelante.

Ellos creen.

Ellos buscan la luz.

Confían en Dios.

Aman como Él amó.

Se esfuerzan por hacer lo que Él enseñó.

Las Escrituras enseñan: “Si a alguno de ustedes le falta sabiduría, pídasela a Dios y él se la dará, pues Dios da a todos generosamente sin menospreciar a nadie”16.

Aunque oren de manera imperfecta y cometan errores, Dios no los menospreciará. Él dará generosamente.

Sus errores no los han descalificado del alcance del cielo.

Si Dios contestara solo las oraciones de los que son perfectamente obedientes, tendría que cerrar todo el departamento celestial de respuestas a las oraciones.

Dios nos tiende la mano aun cuando tenemos dificultades, cuando fallamos. De hecho, podríamos decir que Él nos tiende la mano especialmente cuando tenemos dificultades y fallamos.

Ser discípulo o seguidor de Cristo no significa que vivamos perfectamente. Significa que nos mantenemos en la senda. Nos levantamos cuando tropezamos. Nos aferramos a la luz que se nos da, aun cuando sintamos que las tinieblas se acumulan a nuestro alrededor.

Somos imperfectos.

Pero nos estamos esforzando.

Como discípulos de Cristo, nos esforzamos por creer; nos esforzamos por amar; nos esforzamos por confiar. Nos esforzamos por alinear nuestra vida con las enseñanzas de Cristo. Estamos en el proceso de refinar nuestro espíritu y mejorar nuestra vida diaria.

Esa es una de las grandes razones por las que deseábamos tan desesperadamente venir a esta tierra a aprender las lecciones del fracaso y a aprender a sentir las bendiciones, la paz y la influencia refinadora del arrepentimiento y del milagro del perdón.

 No estoy sugiriendo que minimicemos o nos gloriemos de nuestros pecados. Esa no sería la manera del Señor; sería contrario al plan de salvación. Lo que estoy diciendo es que nuestros errores no nos descalifican de la gracia y el perdón de Dios. No nos impiden el acceso al arrepentimiento ni a la Expiación purificadora del Salvador. Más bien, son la razón por la que Él —el Salvador, nuestro Redentor, el Mesías— llevó a cabo ese sacrificio expiatorio por ustedes y por mí.

Aun cuando nos sintamos incapaces, débiles o de poco valor —quizás especialmente cuando nos sintamos así— todavía podemos escuchar la sublime música celestial. Todavía podemos aprender a escuchar la voz del Espíritu.

Al sanar nuestras imperfecciones, nuestro Señor y Salvador demuestra Su amor perfecto por nosotros de una manera aún más grandiosa. Cuanto mayor sea nuestro deseo de arrepentirnos verdaderamente, mayor será nuestra gratitud por Su sacrificio expiatorio17.

La música de los cielos

Espero que hayan estado escuchando la voz del Espíritu hoy. Espero que el Espíritu haya infundido en sus corazones dirección y determinación. Y espero que hagan al menos cinco cosas:

Primero, piensen en la historia del músico en el metro y pregúntense: “¿Puedo escuchar la música del Espíritu?”

Segundo, ¿creerán? Si no pueden reunir la fe para creer, entonces tengan el deseo de creer. Dios se encontrará con ustedes allí y añadirá a la luz que ya poseen hasta que, un día, sientan Su gloriosa presencia dentro de su corazón como un faro de luz y una fuente de paz divina.

Tercero, ¿confiarán en Dios? ¿Comenzarán a tener un poco de paciencia? La madurez espiritual no llega en un instante. Por favor acérquense a Dios, y Él se acercará a ustedes18.

Cuarto, ¿recordarán que, al andar por la senda de seguir a Jesús, el proceso mismo de esforzarse por seguirlo los refinará y los desarrollará? Además, este esfuerzo les conferirá dirección importante, así como el favor y las bendiciones divinas.

Quinto, ¿seguirán intentándolo? Nunca se den por vencidos. Van a cometer errores en esta vida. Sepan que el amor del Salvador por ustedes es mayor que cualquiera de sus errores.

Mis amados hermanos y hermanas, queridos amigos, les bendigo con esperanza. Con fe. Con amor. Con el deseo de andar en la luz redentora y glorificadora de Jesucristo. Él es real. Su amor y sacrificio son reales. Mucho más que la música sublime de esa estación de metro de Washington, la gloriosa luz, el amor y el poder de Dios están siempre a su alrededor. Solo tienen que buscarle a Él.

Les prometo que Dios guiará sus pasos. Jesucristo irá delante de ustedes. Él enviará a Sus ángeles para rodearlos y “sostenerlos”19. Él hará que todas las cosas obren juntamente para su bien.

Mis queridos amigos, abran su corazón, mente y alma para escuchar la maravillosa música del Espíritu, y sin duda se regocijarán en la bondad y la gracia de Dios. De ello testifico y les dejo mi bendición apostólica para este nuevo año y siempre, en el sagrado nombre de nuestro Maestro. En el nombre de Jesucristo. Amén.

©Intellectual Reserve, Inc. Todos los derechos reservados. 

Notas

  1. Véase Harriet R. Uchtdorf, “Ustedes son líderes”, y Dieter F. Uchtdorf, “La aventura de la vida terrenal”, Devocional mundial para jóvenes adultos, Salt Lake City, 14 de enero de 2018.
  2. Relato tomado de Gene Weingarten, “Pearls Before Breakfast: Can One of the Nation’s Great Musicians Cut Through the Fog of a D.C. Rush Hour? Let’s Find Out,” Washington Post, 8 April 2007, washingtonpost.com/lifestyle/magazine/pearls-before-breakfast-can-one-of-the-nations-great-musicians-cut-through-the-fog-of-a-dc-rush-hour-lets-find-out/2014/09/23/8a6d46da-4331-11e4-b47c-f5889e061e5f_story.html?utm_term=.7a98ba98266c. Esta historia ganó un Premio Pulitzer a la Mejor Crónica en 2008.
  3. Weingarten, “Pearls Before Breakfast”.
  4. Este es un error común de la vida terrenal. Jesús incluso reprendió a Sus apóstoles, diciendo: “¿Teniendo ojos no veis, y teniendo oídos no oís?” (Marcos 8:18).
  5. Lucas 18:22.
  6. D y C 9:8.
  7. D y C 11:12.
  8. D y C 42:14.
  9. D y C 50:24.
  10. En su maravilloso sermón sobre la fe, Alma exhortó:

Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis palabras. Compararemos, pues, la palabra a una semilla. Ahora bien, si dais lugar para que sea sembrada una semilla en vuestro corazón, he aquí, si es una semilla verdadera, o semilla buena, y no la echáis fuera por vuestra incredulidad, resistiendo al Espíritu del Señor, he aquí, empezará a hincharse en vuestro pecho; y al sentir esta sensación de crecimiento, empezaréis a decir dentro de vosotros: Debe ser que esta es una semilla buena, o que la palabra es buena, porque empieza a ensanchar mi alma; sí, empieza a iluminar mi entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para mí. [Alma 32: 27–28; cursiva agregada]

  1. Santiago 1:6.
  2. Lucas 11:10.
  3. D y C 90:24.
  4. Mosíah 2:41.
  5. 2 Corintios 7:10.
  6. Nueva Versión Internacional, Santiago 1:5.
  7. El Salvador le enseñó esa lección a Simón, uno de los fariseos, quien se quejó de que Jesús había permitido que una mujer pecadora le ungiera los pies con perfume y los enjugara con su cabello mientras lloraba. Simón sintió que, si Jesús realmente hubiera sido inspirado, sabría que esa mujer era pecadora y le habría prohibido que lo tocara.

Pero Jesús respondió diciendo:

Un acreedor tenía dos deudores: Uno le debía quinientos denarios, y el otro cincuenta;

y no teniendo ellos con qué pagar, perdonó a ambos. Di, pues, ¿cuál de estos le amará más? [Lucas 7:41–42]

Por supuesto, Simón dijo que el deudor que debía más amaría más.

Jesús estuvo de acuerdo y dijo de la mujer: “Sus muchos pecados le son perdonados, porque amó mucho; pero al que se le perdona poco, poco ama” (Lucas 7:47; véase Lucas 7:36–50).

  1. Véase Santiago 4:8
  2. D y C 84:88.
Dieter F. Uchtdorf

Dieter F. Uchtdorf, miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pronunció este discurso el 15 de enero de 2019.