El primer principio del Evangelio es fe en el Señor Jesucristo. Fe significa confiar: confiar en la voluntad de Dios, confiar en Su manera de hacer las cosas y confiar en Sus tiempos, en vez de tratar de imponerle los nuestros
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Los discursos académicos más importantes que escuché durante mi servicio en BYU tenían una característica en común. En lugar de proporcionar datos nuevos o abogar por una posición en particular, como sucede con muchos discursos, los discursos más significativos cambiaron la manera de pensar de los oyentes en cuanto a un tema importante. Aunque soy más un orador de devocionales que alguien que da conferencias sobre un tema académico, voy a hacer ese mismo intento hoy. Intentaré cambiar la manera de pensar de algunos oyentes en cuanto a un tema importante: el asunto del tiempo.
Comienzo con un relato que escuché hace muchos años en la ceremonia de inauguración de un rector de universidad; donde se ilustra la importancia del tiempo en la administración de la universidad. Un rector había llegado al final de su período de servicio y otro acababa de comenzar. Como gesto de buena voluntad, el sabio rector saliente le entregó tres sobres sellados a su joven sucesor. “Consérvelos hasta que se produzca la primera crisis de su administración”, le explicó. “Entonces abra el primer sobre y descubrirá un valioso consejo”.
Pasó un año antes de que el nuevo rector sufriera una crisis. Cuando abrió el primer sobre, halló una sola hoja de papel en la que estaba escrito: “Culpe a la administración anterior”. Siguió el consejo y superó la crisis.
Dos años después, enfrentó otro serio desafío a su liderazgo. Abrió el segundo sobre y leyó: “Reorganice su administración”. Lo hizo y la reorganización calmó los ánimos de sus críticos y dio nuevo ímpetu a su liderazgo.
Mucho después, el ahora bien versado rector enfrentó su tercera gran crisis. Abrió con impaciencia el tercer sobre, creyendo que el consejo que encerraba iba a solucionar sus problemas. De nuevo no había más que una sola hoja de papel, pero esta vez decía: “Prepare tres sobres”. Había llegado el momento de tener un nuevo liderazgo.
Quizás sea una exageración decir que el hacer las cosas en el momento oportuno lo es todo; sin embargo, el concepto es vital. En Eclesiastés leemos:
Todo tiene su tiempo, y todo lo que se quiere debajo del cielo tiene su hora:
Tiempo de nacer y tiempo de morir; tiempo de plantar y tiempo de arrancar lo plantado …
tiempo de llorar y tiempo de reír; tiempo de lamentar y tiempo de bailar; …
tiempo de abrazar y tiempo de abstenerse de abrazar; …
tiempo de callar y tiempo de hablar .[Eclesiastés 3:1–2, 4–5, 7]
En todas las decisiones importantes de nuestra vida, lo más fundamental es hacer lo correcto. Segundo, y tan sólo un poco más atrás que lo primero, es hacer lo correcto en el momento oportuno. Aquellos que hacen lo correcto en el momento inoportuno pueden sentirse frustrados e ineficaces; pueden incluso sentirse confusos en cuanto a si hicieron lo correcto, cuando en realidad lo erróneo no fue la decisión, sino el momento.
I. El tiempo del Señor
Lo primero que deseo decir al respecto es que el Señor tiene Su propio tiempo: “…mis palabras son ciertas y no fallarán”, enseñó el Señor a los primeros élderes de esta dispensación. “Mas todas las cosas tienen que acontecer en su hora” (DyC 64:31–32).
El primer principio del Evangelio es fe en el Señor Jesucristo. Fe significa confiar: confiar en la voluntad de Dios, confiar en Su manera de hacer las cosas y confiar en Sus tiempos, en vez de tratar de imponerle los nuestros. Como dijo el élder Neal A. Maxwell:
En lo referente a nosotros, la cuestión reside en confiar en Dios lo bastante como para confiar también en Su tiempo. Si realmente pudiéramos creer que el Señor quiere lo mejor para nosotros, ¿acaso no le permitiríamos desplegar Sus planes como Él considerara mejor? Lo mismo sucede con la Segunda Venida y con todos esos asuntos en los que debemos hacer acopio de fe, no sólo en Sus planes y propósitos generales, sino en el tiempo del Señor para cada uno de nosotros en forma individual. [Even As I Am (Salt Lake City: Deseret Book, 1982), 93]
Más recientemente, durante la última conferencia de abril, el élder Maxwell dijo: “Debido a que la fe puede ser probada en el tiempo del Señor, aprendamos a decir no sólo ‘Que se haga Tu voluntad’, sino pacientemente agreguemos: ‘Que se haga en Tu debido tiempo’” (“Con esperanza… arar”, Conferencia General, abril de 2001).
De hecho, no podemos tener una fe verdadera en el Señor sin tener también plena confianza en Su voluntad y en Su tiempo.
Entre las personas que violan este principio están quienes abogan por la eutanasia. Intentan tomar un asunto esencial que entendemos que sólo está determinado por Dios y aceleran su ocurrencia según la propia voluntad o preferencia de ellos.
Al servir en la Iglesia del Señor, debiéramos recordar que el cuándo es tan importante como el quién, el qué, el dónde y el cómo.
Un claro ejemplo de la importancia de escoger el mejor momento para hacer las cosas se halla en el ministerio terrenal del Señor y en Sus instrucciones subsiguientes a los Apóstoles. Durante Su vida terrenal, el Señor mandó a los Doce Apóstoles que no predicaran a los gentiles, sino que les dijo: “…id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel” (Mateo 10:5–6; véase también Mateo 15:22–26). Más tarde, en el momento adecuado, se invirtió esa instrucción en una gran revelación concedida al apóstol Pedro. Sólo entonces, en el momento exacto dictaminado por el Señor, se llevó el Evangelio a los gentiles (véase Hechos 10–11).
Como se demuestra en ese ejemplo, la revelación continua es el medio por el que el Señor administra Su tiempo. Necesitamos esa dirección proveniente del cielo. Por ejemplo, muchos de nosotros o de nuestros descendientes participarán sin duda alguna en el cumplimiento de las profecías relacionadas con la edificación de la ciudad de la Nueva Jerusalén (véase DyC 84:2–4); no obstante, ése es un asunto relacionado con el tiempo del Señor, y no con el nuestro. No recibiremos la autorización ni la bendición para llevar a cabo la limpieza de los terrenos ni para marcar el lugar donde irán los cimientos de tan grandioso proyecto sino hasta que el Señor diga que ha llegado el momento. En este asunto, como en muchos otros, el Señor obrará a Su debido tiempo y a Su propia manera.
Nosotros nos preparamos tal y como ha dicho el Señor; nos mantenemos listos para actuar en el tiempo del Señor. Será Él quien nos diga que ha llegado el momento de dar el paso siguiente. Hasta entonces, no tenemos más que concentrarnos en nuestras propias asignaciones y en lo que se nos ha pedido hacer hoy; en este punto, somos conscientes de lo que ha dicho el Señor: “… apresuraré mi obra en su tiempo” (DyC 88:73).
Los que no aceptan la revelación continua a veces se meten en problemas al actuar demasiado pronto o demasiado tarde o al persistir en algo demasiado tiempo. La práctica del matrimonio plural es un claro ejemplo.
La importancia del tiempo del Señor también es palpable en Sus leyes alimenticias. El Señor dio una instrucción alimenticia al antiguo Israel, y mucho tiempo después, debido a “las maldades y designios” de los “últimos días”(DyC 89:4), nos ha dado una Palabra de Sabiduría adaptada a las circunstancias de nuestra época y acompañada de la promesa de bendiciones propias para nuestra era.
El tiempo del Señor se aplica también a hechos importantes de nuestra propia vida. Un gran pasaje de Doctrina y Convenios declara que recibiremos una experiencia espiritual concreta “en su propio tiempo y a su propia manera, y de acuerdo con su propia voluntad” (DyC 88:68). Este principio se aplica a la revelación (véase Oaks, “La enseñanza y el aprendizaje por el Espíritu”, Liahona, mayo de 1999, pág. 21) y a todos los acontecimientos más importantes de nuestra vida: el nacimiento, el matrimonio, el fallecimiento, e incluso a nuestros traslados de un sitio a otro.
Este es un ejemplo de la vida de un prominente antepasado pionero de muchos de esta audiencia. Anson Call se encontraba en el éxodo inicial de Nauvoo. Él y su familia cruzaron Iowa en la primavera de 1846 y llegaron a Council Bluffs, Iowa, ese verano. Allí Brigham Young estaba organizando compañías de carromatos. Nombró a Anson Call capitán de los primeros diez carromatos. Los Doce ordenaron que su caravana se trasladara al oeste. Partió del río Misuri hacia el oeste el 22 de julio de 1846. Organizados por la autoridad del sacerdocio, fueron dirigidos hacia las Montañas Rocosas y se dirigieron hacia el oeste con gran energía.
Después de viajar más de 130 kilómetros por lo que ahora es Nebraska, esta primera caravana de carromatos fue sorprendida por nuevas instrucciones que les indicaban que no continuaran esa temporada. Encontraron un lugar para pasar el invierno, y luego, en la primavera de 1847, regresaron al este y se unieron al cuerpo principal de la Iglesia en el lado de Iowa, en el río de Misuri. Allí, Anson Call y su familia permanecieron por un año, haciendo más preparativos y ayudando a otras personas a prepararse para el viaje hacia el oeste. Dos años después de su partida inicial hacia el oeste en 1846, Anson Call y su familia finalmente viajaron a los valles de las montañas. Allí, el obediente e ingenioso Anson Call fue llamado con frecuencia por Brigham Young para comenzar nuevos asentamientos en Intermountain West. (Véase The Journal of Anson Call [Estados Unidos: Ethan L. Call y Christine Shaffer Call; Afton, Wyoming: Shann L. Call, 1986, pág. 36).
¿Qué significado tiene esta vivencia pionera? No basta con tener un llamamiento, ni siquiera con seguir el camino correcto, sino que debemos hacerlo en el momento adecuado; y si no lo es, debemos adecuar nuestros hechos al tiempo del Señor, tal como lo ha revelado por conducto de Sus siervos.
El tiempo del Señor a menudo se revela de esa manera. Hace varios años, el presidente Gordon B. Hinckley anunció la construcción de un gran número de nuevos templos, duplicándose así el número de templos en funcionamiento de la Iglesia, pasando de 50 a 100 en pocos años. Siempre ha existido la meta de tener más templos, mas no habría sido apropiado que persona alguna propusiera un aumento tan repentino y espectacular sino hasta que el profeta del Señor anunciara que eso sería uno de los objetivos principales de la Iglesia y sus miembros. Solo el profeta del Señor podía mover a toda la Iglesia hacia el oeste. Sólo el profeta del Señor podría indicar que la Iglesia duplicara sus templos en funcionamiento en tan pocos años.
En mi discurso de conferencia del pasado mes de octubre di otra ilustración: la importancia de seguir los tiempos del Señor con quienes tratamos de que escuchen el mensaje del Evangelio. La proclamación del Evangelio es Su obra, no la nuestra, y por tanto, debe hacerse en Su tiempo, no en el nuestro. Actualmente hay países que deben oír el Evangelio antes de que el Señor vuelva otra vez. Lo sabemos, pero no podemos forzarlo; debemos aguardar al momento del Señor. Él nos avisará y abrirá las puertas o derrumbará los muros cuando haya llegado ese momento. Debemos pedir la ayuda y la guía del Señor para ser instrumentos en Sus manos para proclamar el Evangelio a las naciones y a las personas que estén listas ahora, a aquellas personas a las que Él quiere que ayudemos hoy. El Señor ama a todos Sus hijos y desea que todos tengan la plenitud de Su verdad y la abundancia de Sus bendiciones. Él sabe cuándo los grupos o las personas están preparados y desea que demos oído y prestemos atención a Su tiempo para compartir el Evangelio con ellos.
II. El albedrío de los demás
El logro de ciertas metas importantes en nuestra vida está sujeta a algo más que el tiempo del Señor; algunas de esas metas están sujetas también al albedrío de los demás. Eso se hace particularmente evidente en dos cuestiones de especial importancia para los jóvenes en edad universitaria: los bautismos misionales y el matrimonio.
El verano pasado, la hermana Oaks y yo estábamos en Manaos, Brasil. Hablé con unos cien misioneros en esa gran ciudad del Amazonas. Al levantarme para hablar, tuve la impresión de hacer a un lado las notas que suelo emplear en tales ocasiones y sustituirlas por algunos pensamientos sobre la importancia de hacer las cosas en el momento debido, como algunos de los pasajes y principios que he abordado aquí.
Les recordé a los misioneros que algunos de nuestros proyectos más importantes no se pueden llevar a cabo sin el albedrío y las obras de otras personas. Un misionero no puede bautizar a cinco personas este mes sin el albedrío y las obras de esos cinco. El misionero puede planificar, trabajar y hacer todo lo que esté dentro de sus posibilidades, pero el resultado deseado dependerá del albedrío y de las obras de otras personas. En consecuencia, las metas del misionero deben basarse en su albedrío personal y en sus obras, en vez del albedrío y las obras de los demás.
Sin embargo, éste no es el momento para profundizar en lo que dije a los misioneros sobre las metas; a cambio, voy a compartir otras aplicaciones del principio de que “todo tiene su tiempo” con ejemplos de nuestra propia vida.
III. Aplicaciones a nuestra vida
Alguien ha dicho que la vida es lo que nos sucede mientras estamos haciendo otros planes. Debido a la existencia de elementos sobre los que no tenemos control alguno, no podemos planificar ni llevar a cabo todo lo que deseamos. Viviremos muchas cosas importantes que no habíamos incluido en nuestros planes, y no todas ellas serán bienvenidas. Los trágicos acontecimientos del 11 de septiembre y sus consecuencias revolucionarias proporcionan un ejemplo obvio. Aun nuestros deseos más justos tal vez no se realicen, o se hagan realidad de diversos modos o en momentos diferentes de aquellos esperados.
Por ejemplo, no podemos tener la seguridad de que nos casaremos tan pronto como quisiéramos; además, un matrimonio que pudiera parecernos oportuno a nosotros puede o no convertirse en una bendición. Mi esposa, Kristen, es un ejemplo. Ella no se casó sino hasta pasados varios años después de servir en una misión y de graduarse de la universidad. Los solteros de mayor edad tienen experiencias peculiares. Mientras Kristen estaba en la casa de su hermana para celebrar su cumpleaños número cincuenta, el esposo de su hermana compartió algo que acababa de leer en un periódico. “Kristen”, dijo, “ahora que eres una mujer soltera mayor de 50 años, es más probable que te [ganes la lotería] a que te cases”.
El determinar el momento más oportuno para contraer matrimonio tal vez sea el mejor ejemplo de un acontecimiento extremadamente importante en nuestra vida, pero uno que resulta casi imposible de planificar. Al igual que sucede con otros acontecimientos terrenales que dependen del albedrío de otras personas o de la voluntad y del tiempo del Señor, el matrimonio no se puede anticipar ni planear con seguridad. Podemos, y debemos, trabajar y orar en pos de nuestros deseos justos, pero a pesar de haberlo hecho, muchas personas seguirán estando solteras más tiempo del deseado.
Entonces, ¿qué se debe hacer mientras tanto? La fe en el Señor Jesucristo nos prepara para aquello que nos depare la vida, para reaccionar correctamente ante las oportunidades que se nos presenten: aprovecharnos de las que recibimos y superar las decepciones de las que perdemos. Al ejercer tal fe, debemos comprometernos con las prioridades y normas que seguiremos en asuntos sobre los que no tenemos control, y debemos persistir fielmente en dichos compromisos sin importar lo que nos pase por causa del albedrío de otras personas o del tiempo del Señor. Al obrar así, tendremos en nuestra vida una constancia que nos proporcionará guía y paz. Cualesquiera que sean las circunstancias que escapen a nuestro control, nuestros compromisos y nuestras normas deben ser constantes.
A veces, nuestros compromisos surgirán en momentos inesperados y se aplicarán en circunstancias inesperadas. A veces, los principios que hemos enseñado a los demás regresan para guiar nuestras propias acciones cuando pensamos que ya no los necesitamos. Una experiencia personal ilustra esta realidad. La mayoría de los padres Santos de los Últimos Días saben la importancia de dar consejos a sus hijos antes de salir en una cita. Lo hice con nuestros hijos y creo que ellos hicieron caso a mi consejo. Durante el tiempo en que estaba conociendo a Kristen, cuando salí de la casa para encontrarme con ella, uno de mis hijos me dijo con brillo en los ojos: “¡Ahora, papá, recuerda quién eres!”.
Los compromisos y el servicio de los solteros adultos pueden servir de anclas a lo largo de los difíciles años de espera por el momento y la persona adecuada. Sus compromisos y servicios también pueden inspirar y fortalecer a los demás. El poeta John Greenleaf Whittier escribió sobre esto en su maravilloso poema “Snow-Bound”, que contiene esta descripción de una querida tía que nunca se casó:
La mujer más dulce fue su hado,
Injustamente se le negó un amado,
Quien, sola y sin hogar, siguió su llamado,
Encontró la paz en el amor desinteresado,
Dondequiera que fuese era bienvenida,
Alma serena y de gracia revestida.
[John Greenleaf Whittier, “Snow-Bound”: A Winter Idyl, en Snow-Bound: Among the Hills: Songs of Labor: and Other Poems (Boston; Nueva York: Houghton, Mifflin and Company, 1898, líneas 352–357]
Los sabios son los que hacen este compromiso: Pondré al Señor en primer lugar en mi vida y guardaré Sus mandamientos. El desempeño de ese compromiso está dentro del control de todos. Podemos cumplir con ese compromiso sin importar lo que decidan hacer los demás, y ese compromiso nos mantendrá firmes sin importar el momento que el Señor decida dirigirnos hacia los eventos más importantes en nuestras vidas.
¿Observan la diferencia entre comprometerse con lo que harán, en contraste con intentar planificar que estarán casados para cuando se gradúen o que ganarán al menos X cantidad de dólares en su primer trabajo?
Si tenemos fe en Dios y estamos comprometidos con los fundamentos de guardar Sus mandamientos y de ponerlo en primer lugar en nuestra vida, no tenemos que planificar cada uno de los acontecimientos — incluso cada acontecimiento importante — y no debemos sentirnos rechazados o deprimidos si algunas cosas—incluso algunas cosas muy importantes— no suceden en el momento en que habíamos planeado, esperado u orado.
Comprométanse a poner al Señor en primer lugar en la vida, a guardar los mandamientos y a hacer aquello que les pidan los siervos del Señor; sólo entonces estarán encaminados hacia la vida eterna. No importará que les llamen a servir como obispos o presidentas de la Sociedad de Socorro, ni si están solteros o casados, ni siquiera si mueren mañana. No sabemos qué va a suceder, así que den lo mejor de sí mismos en aquello que es fundamental y luego confíen en el Señor y en Su tiempo.
A veces la vida da giros bien extraños. Compartiré algunas experiencias personales para ilustrar ese punto.
Cuando era joven pensaba en servir en una misión. Me gradué de la escuela secundaria en junio de 1950, pero una semana más tarde, a miles de kilómetros de distancia, un ejército norcoreano cruzó el paralelo 38 y nuestro país entró en guerra. Yo tenía 17 años, pero al ser miembro de la Guardia Nacional de Utah, recibí órdenes de movilizarme y entrar en el servicio militar activo. De repente, tanto para mí como para muchos otros jóvenes de mi generación, la tan anhelada misión de tiempo completo que habíamos planeado se esfumó.
Otro ejemplo. Fui relevado como presidente de la Universidad Brigham Young después de servir durante nueve años. Pocos meses después, el gobernador del estado de Utah me designó para servir durante un periodo de diez años en el Tribunal Supremo del estado. Tenía 48 años y mi esposa June y yo intentábamos planear cómo sería el resto de nuestra vida. Queríamos servir en esa misión de tiempo completo que ninguno de los dos había tenido el privilegio de hacer. Decidimos que serviría unos 20 años en el Tribunal Supremo del estado, con lo que al final tendría 69 años; luego me retiraría de ese puesto y enviaríamos nuestra documentación para cumplir una misión como matrimonio.
El verano pasado celebré mis 69 años y fui recordado vívidamente de ese importante plan. Si las cosas hubieran sucedido tal como habíamos planeado, ya habría enviado los papeles para servir en una misión con mi esposa June.
Cuatro años después de organizar aquel plan, fui llamado al Quórum de los Doce Apóstoles, algo que jamás habíamos imaginado. Al darnos cuenta de que el Señor tenía otras cosas en mente y un tiempo diferente al que habíamos pensado, dimití como magistrado del Tribunal Supremo. Pero ése no fue el fin de las diferencias importantes. Cuando yo tenía 66 años, mi esposa June falleció de cáncer y dos años después me casé con Kristen McMain, la compañera eterna que está ahora a mi lado.
¡Cuán diferente es mi vida de como la había planeado! Mi vida profesional ha cambiado, al igual que mi vida personal; pero el compromiso que hice con el Señor, de ponerlo en primer lugar y estar dispuesto para lo que Él deseara que hiciera, me ha llevado a través de estos cambios de trascendencia eterna.
La fe y el confiar en el Señor nos fortalecen para aceptar y perseverar sin importar lo que suceda en nuestra vida. Desconozco el porqué recibí un “no” a mis oraciones a favor de la recuperación de mi esposa de tantos años, pero el Señor me testificó que era Su voluntad y me dio la fuerza para aceptarlo. Dos años después de su muerte conocí a la mujer maravillosa que ahora es mi esposa por la eternidad y también sé que ésa era la voluntad del Señor.
Vuelvo al tema donde empecé. No confíen en que puedan planear cada acontecimiento de su vida, ni siquiera los más importantes. Antes bien, prepárense para aceptar los planes del Señor y el albedrío de los demás en cuestiones que, inevitablemente, les afectarán a ustedes. Planifiquen, claro, pero ciñan sus planes a los compromisos personales que los sostendrán a pesar de lo que suceda. Anclen su vida en los principios eternos y vivan de acuerdo con ellos, sean cuales sean las circunstancias y las acciones de otras personas; solo entonces podrán esperar el tiempo del Señor y estar seguros de los resultados en la eternidad.
El principio más importante, en lo que se refiere al tiempo, es mantener una perspectiva eterna. La vida terrenal no es más que una pequeña porción de la eternidad; no obstante, la forma en que nos comportemos aquí —lo que lleguemos a ser como consecuencia de nuestras acciones y deseos, confirmado por nuestros convenios y las ordenanzas administradas por la debida autoridad— dará forma a nuestro destino por toda la eternidad. Tal como enseñó el profeta Amulek: “…esta vida es cuando el hombre debe prepararse para comparecer ante Dios” (Alma 34:32). Esa realidad debe ayudarnos a mantener una perspectiva eterna: el tiempo de la eternidad. Como declaró el presidente Charles W. Penrose en una conferencia general en la que se conmemora la muerte del presidente Joseph F. Smith:
¿Por qué desperdician su tiempo, sus talentos, sus medios y su influencia en seguir algo que perecerá y pasará, cuando podrían dedicarse a algo que permanecerá para siempre? Para esta Iglesia y reino, al cual pertenecen, permanecerá y continuará a través del tiempo y la eternidad, mientras las edades infinitas avanzan. Con ella, ustedes se volverán más fuertes y poderosos. Mientras tanto, las cosas de este mundo pasarán y perecerán, sin permanecer ni después de la resurrección, según declara el Señor nuestro Dios. [CR, junio de 1919, pág. 37]
Ruego que cada uno de nosotros dé oídos a la palabra del Señor sobre cómo conducirnos en la vida terrenal, y que establezcamos normas y compromisos que estén en armonía con el tiempo de nuestro Padre Celestial. Doy testimonio de Jesucristo, nuestro Salvador, cuya Iglesia es esta, en el nombre de Jesucristo, amén.
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Dallin H. Oaks era miembro del Quórum de los Doce Apóstoles de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días cuando se pronunció este discurso en la Universidad de Brigham Young el 29 de enero de 2002.