La observación, la razón, la fe y la revelación
del Cuórum de los Doce Apóstoles
22 de agosto de 2023
del Cuórum de los Doce Apóstoles
22 de agosto de 2023
Hermanos y hermanas, la observación, la razón y la fe facilitan la revelación y permiten que el Espíritu Santo sea un fiable, digno de confianza y amado compañero. Estos elementos serán factores clave para producir un “ímpetu espiritual en nuestra vida” y ayudarnos a avanzar “por entre el temor e incertidumbre”.
Tenemos la intención de modificar la traducción cuando sea necesario. Si tiene alguna sugerencia, escríbanos a speeches.spa@byu.edu
Gracias, hermanos y hermanas, por estar aquí. Gracias por venir a la Semana de la Educación. Gracias por su fe, su fidelidad, su ejemplo y sus deseos de estar aquí.
A veces caemos en la trampa de lidiar con falsas dicotomías. Por ejemplo, podríamos creer que la observación o la razón son las únicas formas válidas de aprender la verdad. O podríamos creer que la observación y la razón socavan la fe a tal punto que no deberían tener ninguna función en la vida religiosa.
Esta dicotomía es falsa, porque la observación y la razón trabajan en sinergia con la fe. La “fe sin obras”1 no crecerá por sí misma, sólo crecerá mediante la observación y el razonamiento, acompañados de obras espirituales. Además, la observación, la razón y la fe suelen ser requisitos previos no solo para recibir revelación personal, sino también para entender esa revelación.
En primer lugar, veamos cómo la observación por sí sola puede ser poco confiable, especialmente cuando no somos conscientes de las condiciones externas que afectan nuestras observaciones. Las tecnologías que utilizan imágenes y vídeos generados por ordenador evolucionan rápidamente y pueden presentar contenido realista. Una noticia de mayo de 2023 utilizó una foto generada por inteligencia artificial para “documentar” una explosión en el Pentágono2. Esto hizo que los mercados bursátiles cayeran, hasta que se dio a conocer la falsedad de dicha foto. Y, para congraciarme con esta audiencia, les mostraré una foto en la que se me ve recibiendo un diploma de manos del propio rector de BYU en 1976. [Se mostró una foto]3. Me gusta esta imagen, pero es una imagen generada por inteligencia artificial. No me gradué de BYU. En el futuro, sería prudente que evitáramos confiar únicamente en la observación y que buscáramos pruebas que la corroboren en otras fuentes fiables.
En segundo lugar, confiar en la razón por sí sola puede inducir a errores. La interpolación puede estar equivocada y es potencialmente aún más peligrosa la extrapolación. Permítanme darles un ejemplo. En el siglo IV a. C., Aristóteles fue un asombroso filósofo griego. Sus enseñanzas influyeron profundamente en la erudición del Renacimiento. Fue instruido por Platón y, a su vez, Aristóteles instruyó a un niño en Macedonia llamado Alejandro, que recibió el apellido de “el Grande”.
Aristóteles enseñó que los objetos más pesados caen más rápido que los más ligeros. Razonó que esos objetos más pesados “pertenecían” más al suelo, por lo tanto, caerían más rápido que los objetos más ligeros que “pertenecían” menos al suelo.
Pongamos a prueba su razonamiento. Tengo aquí dos admiradores de Aristóteles: La hermana Melanie Soares y el hermano Ethan Brown. En una mano sostengo un himnario y en la otra una hoja de papel.
Melanie, confírmelo. ¿Cuál es más pesado?
El himnario.
Ethan, verifíquelo.
Bien. Voy a dejarlos caer al mismo tiempo, y me gustaría que nos dijeran cuál toca el suelo primero.
¿Cuál fue el primero en caer?
El himnario.
Estos individuos presumen por esta demostración que Aristóteles tenía razón, como siempre se ha creído.
Ahora, si arrugo el papel, ¿ha cambiado el peso? No.
Vamos a volver a comprobarlo. Melanie, ¿el libro sigue siendo más pesado?
Sí.
Ahora, cuando dejo caer los dos, ¿cuál toca el suelo primero? El himnario y el papel cayeron al suelo al mismo tiempo. ¡Esto es increíble! Cuando se eliminan la fricción y la resistencia del aire, las cosas pesadas y las livianas caen a la misma velocidad. Entonces, a partir de esta demostración, Melanie y Ethan pueden cuestionar la teoría de Aristóteles. Sin embargo, pueden sospechar que mi participación en la demostración pudo haber afectado el resultado.
Ethan podría decir: “Elder Renlund, quizá pueda creerle, pero usted es viejo”. Y Melanie podría y probablemente diría: “¡Puedo creerle, pero es calvo!”. Y ambos podrían decir, con cierta aversión: “¡Y ni siquiera se graduó de BYU!”. Sin embargo, el razonamiento por sí solo llevó a Aristóteles por mal camino en sus enseñanzas. En la década de 1600, Galileo tuvo que combinar la observación con el razonamiento para demostrar que Aristóteles estaba equivocado. Tales métodos pueden alcanzar la verdad, pero no siempre de manera confiable.
Tercero, evaluemos cómo el confiar solamente en la fe podría inducir a errores. En 1984, un cirujano ocular de renombre mundial, Ronald G. Michels, se unió a la Iglesia en Baltimore, Maryland. Yo estaba sirviendo como su obispo. El experimentó una conversión total a Jesucristo y a Su Iglesia restaurada. En el apogeo de su carrera, Ron desarrolló un cáncer potencialmente mortal. Sus médicos le recetaron quimioterapia. Su pronóstico era sombrío: incluso con tratamiento, era poco probable que sobreviviera más de seis meses.
Algunos miembros de la Iglesia le dijeron que no debía tomar los medicamentos y que, en cambio, debía confiar únicamente en su fe. Esos miembros le dijeron que tomar la medicina le demostraría a Dios que su fe no era completa.
Ron me invitó a su oficina en el hospital. Sobre su escritorio había de diez a quince pastillas. Me contó su situación, el consejo de sus médicos y el consejo de algunos miembros de la Iglesia. Me dijo: “Dale, tú eres mi obispo. Si me dices que tome las pastillas, lo haré. Si me dices que no lo haga, no lo haré”.
Mientras me esforzaba por formular una respuesta, recordé lo que mi esposa y yo habíamos leído anteriormente en el Libro de Mormón: la carta que el capitán Moroni escribió al gobernador de la tierra, Pahorán. Al instar a Pahoran a dar más apoyo a los ejércitos que luchaban por la libertad, Moroni escribió:
he aquí, ¿os imagináis que podríais sentaros en vuestros tronos y que, debido a la inmensa bondad de Dios, vosotros podríais no hacer nada y él os libraría? He aquí, si habéis supuesto esto, lo habéis hecho en vano4.
Moroni reiteró esto para dar más énfasis:
¿O suponéis que el Señor aún nos librará mientras nosotros nos sentamos sobre nuestros tronos sin hacer uso de los medios que el Señor ha dispuesto para nosotros?5.
Le pedí a Ron que leyera estos versículos y luego le pregunté: “¿Qué te enseñan estos versículos?”.
Él respondió: “Creo que significa que debo tomar las pastillas y seguir ejerciendo mi fe”.
Tomó la medicina que le habían prescrito, siguió el consejo de sus médicos —haciendo uso de los medios que el Señor había provisto— y ejerció su extraordinaria fe. Vivió mucho más de lo esperado, aproximadamente ocho años. Tanto él como yo estábamos seguros de que el resultado habría sido peor si él hubiera confiado solo en la fe.
Dado que la observación por sí sola, la razón por sí sola y la fe sin acción no son suficientes, veamos la interacción entre la observación, la razón y la fe.
Después de que Juan el Bautista fue encarcelado, envió a dos de sus discípulos a preguntarle a Jesús si Él era el Mesías prometido6. El Señor podría haber contestado simplemente: “¡Sí!”. Sin embargo, Él respondió de una manera que alentó a los discípulos a usar la observación y la razón para desarrollar fe:
Y respondiendo Jesús, les dijo: Id y haced saber a Juan las cosas que oís y veis.
Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, y los sordos oyen; los muertos son resucitados y a los pobres es anunciado el evangelio7.
Esos discípulos debían observar lo que estaba sucediendo, usar su razón para responder su propia pregunta y llegar a la conclusión de que Jesús era el Mesías. En este ejemplo, el Salvador fomentó la observación y la razón para activar la fe.
En el Sermón del Monte, el Salvador advirtió en cuanto a los “falsos profetas” que podían parecer ovejas, pero que por dentro son “lobos rapaces”8. El Señor enseñó cómo se podía detectar a tales sinvergüenzas. Él dijo:
Por sus frutos los conoceréis. …
… Así, todo buen árbol da buenos frutos, mas el árbol malo da malos frutos. …
Así que, por sus frutos los conoceréis9.
Para evaluar el fruto metafórico, es necesario observar y discernir si es bueno o no.
Una vez más, el Salvador nos pide que discernamos la verdad mediante la observación y el razonamiento. Las parábolas del Salvador tienen una premisa similar. Sus parábolas son relatos sencillos que utilizan objetos o acontecimientos comunes para ilustrar una verdad espiritual. Luego nos pide que razonemos para discernir el significado subyacente10.
Recuerden la ocasión en que “un intérprete de la ley” le preguntó al Salvador cómo “heredar la vida eterna”11. Esto llevó a la respuesta, encontrada en las Escrituras, que incluía la admonición de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos12. Lo cual indujo al intérprete de la ley a preguntar: “¿Quién es mi prójimo?”13. Después de relatar la parábola del buen samaritano, el Salvador preguntó:
¿Quién, pues, de estos tres [el sacerdote, el levita, o el samaritano] te parece que fue el prójimo de aquel que cayó en manos de los ladrones?
Y [el intérprete de la ley] dijo: El que tuvo misericordia de él. Entonces Jesús le dijo: Ve y haz tú lo mismo14.
Se requería un razonamiento perspicaz para discernir el significado subyacente y la aplicación de la parábola.
A medida que utilizamos la observación y el razonamiento para edificar la fe, nuestra propia predisposición a favor o en contra de la fe es fundamental. En Hechos 2, leemos que los apóstoles se reunieron para enseñar al pueblo:
Y de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba. …
y se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, que se asentaron sobre cada uno de [los apóstoles].
Y todos fueron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les daba que hablasen. …
… Se juntó la multitud; …
Y estaban atónitos y maravillados, diciendo: He aquí, ¿no son galileos todos estos que hablan?
¿Cómo, pues, los oímos nosotros hablar cada uno en nuestra lengua en la que hemos nacido?15.
Sin embargo, algunas personas del grupo reunido no estaban dispuestas a buscar ni ver la mano de Dios obrando en esas circunstancias. Se basaron únicamente en su propio intelecto y lógica, y llegaron a lo que consideraron la explicación más razonable. Afirmaron burlándose: “Están borrachos”16. A menudo, los que carecen de fe en Dios optan por confiar en su propio entendimiento limitado o escogen el escepticismo y la duda. Eso los lleva a decir cosas tales como: “No es razonable que venga tal ser como un Cristo”17 o “Algunas cosas, de entre tantas, pudieron haber adivinado acertadamente [supuestos profetas]; mas he aquí, sabemos que todas estas obras grandes y maravillosas de que se ha hablado no pueden suceder”18.
Aquellos sin inclinación hacia la fe en Dios a menudo confían demasiado en el razonamiento y buscan explicar la mano de Dios. Eso es lo que sucedió el día de Pentecostés. Las inclinaciones alejadas de la fe hicieron que algunos malinterpretaran esa notable manifestación espiritual.
Mientras que las inclinaciones que se alejan de la fe dificultan su desarrollo, las inclinaciones hacia la fe la fomentan. En su misión a los zoramitas, Alma y sus compañeros de misión se dieron cuenta de que no podían enseñarles nada a estos, que decían ser justos aun sin serlo19.
Probablemente Alma reflexionó sobre su experiencia con Korihor cuando dijo a los zoramitas: “Sí, hay muchos que dicen: Si nos muestras una señal del cielo, de seguro luego sabremos; y entonces creeremos”20. Alma sabía que los milagros no producen fe y que buscar una señal es muy diferente de pedir, buscar y llamar con sinceridad. Así que enseñó cómo puede crecer la fe y cómo la predisposición hace la diferencia.
Alma invitó a los zoramitas que quisieran escucharle a realizar un experimento, comparando sus palabras con una semilla. Hermanos y hermanas, cometemos un error si comparamos este experimento al método científico, aunque utilice la observación y el razonamiento. Un experimento científico busca cuidadosamente minimizar —o, preferiblemente, eliminar— las inclinaciones hacia un resultado en particular. El escepticismo es un atributo muy apreciado cuando se utiliza el método científico y es necesario para interpretar correctamente los resultados.
El experimento alentado por Alma era diferente; un resultado favorable dependía de una inclinación a creer. El dijo:
Mas he aquí, si despertáis y aviváis vuestras facultades hasta experimentar con mis palabras, y ejercitáis un poco de fe, sí, aunque no sea más que un deseo de creer, dejad que este deseo obre en vosotros, sí, hasta creer de tal modo que deis cabida a una porción de mis palabras21.
Alma recomendaba a sus oyentes que abandonaran el escepticismo y fomentaba la predisposición a creer. Incluso les recomendó abordar el experimento de forma neutral para que accidentalmente no “ech[aran] fuera [la semilla] por [su] incredulidad”22.
Con una predisposición a creer, plantamos la semilla en nuestros corazones. Cuando lo hacemos, la semilla “emp[ieza] a hincharse en [nuestro] pecho … . Empieza a ensanchar [nuestra] alma; sí, empieza a iluminar [nuestro] entendimiento; sí, empieza a ser deliciosa para [nosotros]”23.
A medida que la semilla se hincha, brota y crece, nuestra fe se fortalece y llegamos a “[saber] que esta es una buena semilla”24. Alma dijo:
Y he aquí, ¿estáis seguros ahora de que es una semilla buena? Os digo que sí; …
Y he aquí, por haber probado el experimento …
Y ahora bien, ¿es perfecto vuestro entendimiento? Sí, vuestro conocimiento es perfecto en esta cosa, y vuestra fe queda inactiva; y esto porque sabéis, pues sabéis que la palabra ha henchido vuestras almas, y también sabéis que ha brotado, que vuestro entendimiento empieza a iluminarse y vuestra mente comienza a ensancharse.
Luego, ¿no es esto verdadero? Os digo que sí; … debéis saber que es bueno25.
Cuando partimos de una predisposición a creer, la observación conduce a la fe. A medida que la fe crece, la razón facilita la transformación de la fe en conocimiento revelado, y el conocimiento revelado produce fe adicional26. Los zoramitas entendían la metáfora, pero estaban un poco confusos en cuanto a lo que representaba “la palabra”, que se comparaba a una “semilla”27. Esto es crucial porque es esta palabra la que podemos saber que es verdadera. Alma aclaró e instó a sus oyentes a
empeza[r] a creer en el Hijo de Dios, que vendrá para redimir a los de su pueblo, y que padecerá y morirá para expiar los pecados de ellos; y que se levantará de entre los muertos, lo cual efectuará la resurrección28.
La palabra que Alma quería que plantaran en sus corazones era Jesucristo y Su expiación. Alma prometió que si plantaban la palabra en sus corazones, llegarían a conocer la realidad de Jesucristo y Su sacrificio expiatorio, y ese conocimiento “llegar[ía] a ser un árbol que crecer[ía] en [ellos] para vida sempiterna”29. Este conocimiento permite recibir el mayor de los dones que Dios puede dar a Sus hijos30.
Mientras que Alma aplicó la metáfora de una semilla a Jesucristo y Su expiación, otros, incluido el Salvador, utilizaron un símil que comparaba una semilla con la fe misma31. De esta manera hizo la hermana Beatrice Goff Jackson en su hermosa canción para los niños, “La fe”32. Ella escribió:
Cual semillita es la fe;
Sembrada crecerá.
Tranquilidad en mi corazón
si es justa mi decisión33.
“Una firme fe se desarrolla mediante la obediencia al Evangelio de Jesucristo”34. Ojalá pudiéramos transmitir la fe de la manera en que transmitimos el resfriado común. De esa manera podríamos ir por ahí y estornudar sobre las personas, y su fe aumentaría. Pero no es así como crece la fe.
Este principio puede ilustrarse con una curva hipotética de fe. Comienza en cero, luego la fe se enciende al escuchar el testimonio de los que tienen fe. Después del encendido inicial, para que la fe crezca más, debemos actuar con fe. La fe se nutre y crece “por la rectitud”35. Como explicó correctamente la hermana Jackson: “Si obedezco la ley de Dios, mi fe aumentará”36.
El presidente Russell M. Nelson enseñó que obtenemos fe en Jesucristo y en Su expiación al
(1) estudiar acerca de Jesucristo,
(2) elegir creer en Él,
(3) actuar con fe,
(4) participar de las ordenanzas sagradas de manera digna, y
(5) pedir ayuda a nuestro Padre Celestial, en el nombre de Jesucristo37.
Al hacer esto, sucede algo extraordinario: la fe en Jesucristo y en Su expiación no solo crece, sino que puede transformarse en el don espiritual de “saber que Jesucristo es el Hijo de Dios, y que fue crucificado por los pecados del mundo”38, por los pecados de ustedes y por los míos. Esta transformación ocurre cuando guardamos los mandamientos de Dios, permanecemos fieles y seguimos dispuestos a recibir más y más. Entonces llegaremos a “conocer los misterios de Dios … por completo”39 y saber todas las cosas.
En esta curva hipotética de fe, en ninguna parte la pendiente es cero. “La fe, o aumenta o se debilita”40. No hay un lugar integrado para detenerse y descansar; no hay una zona de transición. La fe puede atrofiarse al menos de tres maneras:
1. La fe se atrofia si dejamos de edificar activamente nuestra fe. Esto sucede cuando endurecemos nuestro corazón o nos sentimos satisfechos con la situación en la que nos encontramos. Esto es hacer lo contrario a lo que el presidente Nelson nos animó a hacer: dejar de estudiar, dejar de elegir creer, dejar de actuar con fe, dejar de participar en ordenanzas y dejar de pedir ayuda a Dios.
2. La fe se atrofia cuando elegimos activamente descender por la curva de la fe. Esto sucede cuando nos volvemos desobedientes y dejamos de arrepentirnos.
3. La fe se atrofia cuando cambiamos nuestra predisposición de la fe a el escepticismo y la duda. Recuerden a las personas de la visión de Lehi que llegaron al árbol de la vida, comieron del fruto y luego miraron a su alrededor “como si se hallasen avergonzados”41. En esa visión, el fruto representa las bendiciones que Jesucristo puede otorgar porque llevó a cabo Su sacrificio expiatorio. Las personas avergonzadas representan a aquellos de nosotros que prestamos atención a los que menosprecian, ridiculizan o se burlan de nuestra fe. Lehi señaló: “Pues todos los que les hicieron caso se perdieron”42. Si desviamos nuestra inclinación lejos de la fe y prestamos atención a las voces que nos distraen, nos perderemos.
En los tres sentidos, la fe se atrofia y recibimos cada vez menos hasta que perdemos todo lo que habíamos recibido anteriormente. Perdemos la compañía del Espíritu Santo y, finalmente, “nada sabe[mos] concerniente” a los misterios de Dios43. Será como colocar en neutral el cambio de velocidades de un vehículo que no tiene frenos en una montaña empinada y ascendente. Una vez que se detenga nuestro movimiento hacia arriba, nos moveremos hacia atrás. Y sucederá sin importar cuán llamativo sea el automóvil o cuán potente sea el motor.
Ahora bien, la combinación de observación, razonamiento y fe para recibir y comprender la revelación queda bien ilustrada en un ejemplo de la vida del presidente Joseph F. Smith. En 1918, el presidente Smith se encontraba delicado de salud y la muerte estaba en su mente. Su hijo mayor, Hyrum, enfermó y murió a causa de una ruptura del apéndice. La viuda de Hyrum, Ida, murió de insuficiencia cardíaca poco después. Se desató una guerra mundial. Más de quince millones de soldados y civiles finalmente murieron. Una cepa mortal de gripe estaba matando a personas en todo el mundo. El número de muertes en todo el mundo alcanzaría los cincuenta millones.
El 3 de octubre, el presidente Smith
se sentó en su habitación, reflexionando sobre la expiación de Jesucristo y la redención del mundo. Abrió el Nuevo Testamento en 1 Pedro y leyó que el Salvador predicaba a los espíritus en el mundo de los espíritus. …
… Mientras reflexionaba sobre las Escrituras, el profeta sintió que el Espíritu descendía sobre él, abriendo los ojos de su entendimiento44.
Vio el mundo de los espíritus y vio que el Salvador se apareció a multitudes de mujeres y hombres justos que habían muerto antes del ministerio terrenal del Salvador. Esos espíritus justos se regocijaron por haber sido liberados de la muerte.
El presidente Smith se preguntaba cómo podía el Salvador predicar a todos los espíritus encarcelados si Su ministerio se limitaba al tiempo entre la Crucifixión y Su resurrección. Una vez formulada la pregunta, el presidente Smith
comprendió [por revelación] que el Salvador no fue en persona a los espíritus desobedientes. Más bien, organizó a los espíritus justos … para que llevaran el mensaje del Evangelio a los espíritus en tinieblas45.
Esa revelación ahora está canonizada como la sección 138 de Doctrina y Convenios. Al considerar estas experiencias del Presidente Smith, vemos que la razón y la fe proporcionaron el impulso para esa revelación. Analicemos algunos principios que participan en este proceso.
La revelación personal requiere trabajo, incluso aprender cómo el Espíritu Santo se comunica individualmente con nosotros. La revelación personal implica más que simplemente ser confirmado miembro de la Iglesia. Es ingenuo pensar que solo porque hemos recibido el don del Espíritu Santo todo lo que tenemos que hacer es decir: “Está bien, estoy listo. ¡Revela!”.
Al principio de su tiempo como escriba de José Smith, Oliver Cowdery cometió ese error, pensando que todo lo que tenía que hacer era pedir46. Para recibir impresiones espirituales es necesario estudiarlo en la mente, uniendo la fe con la observación y la razón. Nos centramos en un problema, lo estudiamos y pensamos en él. Formulamos varias soluciones. Parece que solo entonces se puede recibir revelación personal de manera certera47.
El Espíritu Santo se comunica de diferentes maneras con diferentes personas en diferentes momentos. Para recibir más revelación, es fundamental observar cómo nos habla Él. La voz del Espíritu Santo es suave y apacible, como un susurro, no fuerte ni estruendosa48. Puede ser asombrosamente clara y simple49. Puede ser penetrante o hacer sentir un ardor50. Afecta tanto a la mente como al corazón51. Trae paz, gozo y esperanza, no temor, ansiedad ni preocupación52. Ilumina el entendimiento y es “deliciosa”, no confusa53. Teniendo esto en cuenta, razonablemente se pueden descartar ciertas voces contrarias a la voz del Espíritu Santo y centrarnos en ella.
El élder David A. Bednar enseñó que las impresiones espirituales pueden producirse a lo largo de un espectro que va desde todo a la misma vez—como encender un interruptor de luz—hasta de forma gradual—como el aumento progresivo de intensidad de luz como ocurre en un amanecer54. La mayoría de las veces, cuando las impresiones vienen todas a la vez, la observación y la razón preceden a ese “encendido de interruptor de luz”. Por otro lado, cuando las impresiones llegan gradualmente, en la mayoría de los casos, la observación y la razón forman parte del proceso progresivo de revelación.
Algunos miembros admiten con vacilación que no están seguros de haber sentido el Espíritu alguna vez. Debemos recordar a esos notables conversos lamanitas del Libro de Mormón que fueron “bautizados con fuego y con el Espíritu Santo . . . Y no lo supieron”55. Podríamos discernir que hemos recibido la influencia del Espíritu Santo si nos preguntamos: “¿Alguna vez he sentido paz después de tomar una decisión, he sentido una mayor capacidad para resistir la tentación, he sentido un aumento en mi amor por los demás o he sentido un mayor deseo de servir?” o “¿He recibido ideas para ayudar, he querido ser pacificador en un conflicto, o simplemente sabía qué hacer en una situación compleja?”. Esos sentimientos pueden ser manifestaciones del Espíritu Santo que influye en nosotros para hacer el bien.
La revelación personal se facilita al comprender y formular preguntas desde múltiples ángulos. Formular y replantear preguntas requiere observación, razón y fe. En un momento u otro, muchos de nosotros nos hemos preguntado: “¿Cómo sé si el pensamiento que tengo es mío o si proviene del Espíritu Santo?”. Es una pregunta razonable. Pero tal vez una mejor pregunta, y ciertamente una más factible, sería esta: “¿Debo actuar de acuerdo con este pensamiento en particular?”.
El profeta Mormón contestó esta pregunta cuando enseñó lo siguiente:
Todo aquello que invita e induce a hacer lo bueno, y a amar a Dios y a servirle, es inspirado por Dios. …
… La manera de juzgar es tan clara, a fin de que sepáis con un perfecto conocimiento. …
… Porque toda cosa que invita a hacer lo bueno, y persuade a creer en Cristo, es enviada por el poder y el don de Cristo, por lo que sabréis, con un conocimiento perfecto, que es de Dios.
Pero cualquier cosa que persuade a los hombres a hacer lo malo, y a no creer en Cristo, y a negarlo, y a no servir a Dios, entonces sabréis, con un conocimiento perfecto, que es del diablo56.
Estos son los criterios para determinar si debemos actuar de acuerdo con un pensamiento en particular: el pensamiento promueve la creencia en el Padre Celestial y en Jesucristo; promueve el amor y el servicio a Ellos; y promueve hacer el bien57. Si el pensamiento cumple con estos criterios, ¿realmente importa si fue sembrado directamente por el Espíritu Santo en ese momento exacto o si el pensamiento surgió gracias a toda una vida de experiencias y decisiones previas? En realidad, no importa. La observación y la razón proporcionan un filtro a través del cual determinamos si debemos actuar de acuerdo con una impresión.
Comprender y formular preguntas desde múltiples ángulos no es lo mismo que hacerle repetidamente a Dios la misma pregunta. Hacerlo es imprudente, como aprendió José Smith en el episodio con Martin Harris y las 116 páginas del manuscrito58. Me he preguntado qué habría pasado si José hubiera confiado en la respuesta que recibió primero y luego hubiera formulado preguntas diferentes cuando Martin Harris se le acercó por segunda vez. ¿Qué habría sucedido si José le hubiera planteado claramente el problema al Señor? La oración habría sido algo así como: “Padre Celestial, tenemos un problema, y ese problema podría interferir con la salida a luz del libro que estoy traduciendo. Necesitamos los recursos de Martin, pero su esposa se opone a que él ayude. ¿Qué podemos hacer para facilitarle las cosas a Martin?”.
¿Piensan que plantear y reflexionar acerca de esta situación podría haber dado lugar a percepciones o respuestas diferentes? Tal vez.
La revelación personal suele requerir depender de y actuar sobre una comprensión incompleta. En mi caso, la revelación a menudo llega en forma de directivas cortas, concisas e imperativas, tales como “¡Ve!”, “¡Haz!” y “¡Di!”. O puede venir en forma de ideas, normalmente acompañadas de un deseo de actuar sobre esas ideas. Tales impresiones pueden transmitirse sin palabras, la revelación puede ser delicada, y tratar de expresar con palabras lo que no se dio con palabras puede limitar la comprensión. Rara vez la revelación viene con explicaciones claras de por qué debemos hacer algo59.
Tratar de buscar el “por qué” cuando no se ha dado razón alguna de dicha revelación a menudo confunde o puede hacernos tropezar.
El Presidente M. Russell Ballard compartió su delicada experiencia al racionalizar una impresión espiritual. Es una experiencia instructiva para todos nosotros. Una tarde, al salir de su oficina del obispo, el presidente Ballard tuvo la fuerte impresión de visitar a una anciana viuda de su barrio. Sin embargo, pensó que como ya era demasiado tarde, y además estaba nevando, sería mejor posponer la visita hasta el día siguiente.
Temprano a la mañana siguiente, [él condujo] directamente a la casa de la viuda. Su hija abrió la puerta y entre lágrimas dijo: “Obispo, gracias por venir. Mamá falleció hace dos horas”. [El Presidente Ballard se sintió] desolado. … [Él había perdido la oportunidad para que] la tomara de la mano, la consolase y tal vez le diera una bendición final … porque razo[nó] hasta dar[se] motivos para ignorar esa fuerte impresión del Espíritu60.
Algo así me ha ocurrido más de una vez y quizá a ustedes también les haya ocurrido.
Observar, razonar y actuar con fe no significa no hacer nada cuando no sintamos una confirmación. El presidente Dallin H. Oaks enseñó:
Debemos estudiar las cosas en nuestras mentes, usando los poderes de razonamiento que nuestro Creador ha puesto dentro de nosotros. Luego, debemos orar pidiendo guía y, si la recibimos, tomar las medidas necesarias para seguirla. Si no la recibimos, deberemos actuar basándonos en nuestro mejor discernimiento61.
El élder Richard G. Scott hizo esta consoladora promesa: “Cuando viven con rectitud y actúan con confianza, Dios no permitirá que sigan adelante por mucho tiempo sin hacerles sentir la impresión de que han tomado una mala decisión”62.
La revelación personal es iterativa. Dios ha dicho:
Pues he aquí, así dice el Señor Dios: Daré a los hijos de los hombres línea por línea, precepto por precepto, un poco aquí y un poco allí; y benditos son aquellos que escuchan mis preceptos y prestan atención a mis consejos, porque aprenderán sabiduría; pues a quien reciba, le daré más63.
Así pues, debemos reconocer lo que Dios ya nos ha revelado personalmente y, al mismo tiempo, estar abiertos a nuevas revelaciones suyas.
Incluso cuando hemos recibido una revelación, a menudo es necesario actuar con fe para comprender cuál es la mejor manera de aplicar esa información. Tal vez recuerden que el apóstol Pedro tuvo una visión en la que vio algo parecido a un lienzo que era bajado, en el que había toda clase de alimentos que los judíos devotos consideraban impuros. Se le ordenó comer, pero se negó.
Entonces se le dijo: “Lo que Dios ha limpiado, no lo llames tú común”64.
La visión ocurrió tres veces; fue clara como el agua, como si se hubiera encendido un interruptor de luz, pero Pedro no la entendió. Tuvo que caminar todo el día siguiente desde Jope hasta Cesarea, entrar en la casa del centurión Cornelio y escucharlo antes de que pudiera comprender que la revelación era un mandamiento de llevar el Evangelio a la población no judía65. Aun entonces, Pedro y los otros apóstoles tuvieron que analizar y razonar cómo aplicar esta revelación en términos prácticos. Solo después de que le “pareci[ó] bien al Espíritu Santo, y a [ellos]”66, supieron cómo proceder. Ese entendimiento llegó gradualmente, como la luz del amanecer que se hace progresivamente más brillante.
La revelación personal requiere humildad para corroborar impresiones y no inventarlas. La observación, el razonamiento y la fe nos impulsan a corroborar las impresiones espirituales67. Cuando oramos en busca de inspiración, comparamos nuestras impresiones espirituales con las Escrituras y las enseñanzas de los profetas vivientes. Las impresiones del Espíritu estarán en armonía con esas fuentes.
Recibimos revelación personal solo dentro de nuestra esfera, y no sobre lo que es prerrogativa de los demás. Cuando procuramos revelación que es por derecho prerrogativa de otras personas, es fácil ser engañados68.
Hace años, tres conocidos me mencionaron por separado que se sintieron inspirados de que se iban a casar con la misma mujer. Ninguno de los tres había tenido una cita con ella. Creo que los tres malinterpretaron la atracción física y las hormonas desenfrenadas como impresiones espirituales. Ninguno de los tres terminó casándose con ella. El Padre Celestial respeta el albedrío y es poco probable que envíe impresiones que violen el albedrío de otra persona. Puede inducirnos a actuar, pero la coerción nunca formará parte de Su plan.
El presidente Dallin H. Oaks advirtió:
Las personas que persisten en la búsqueda de una revelación sobre temas en los cuales el Señor no ha decidido darnos respuesta pueden inventar una a partir de su propia fantasía o prejuicio, o incluso pueden recibir una respuesta a través de una revelación falsa69.
El profeta José Smith advirtió: “Nada perjudica más a los hijos de los hombres que estar bajo la influencia de un espíritu falso, cuando creen que tienen el espíritu de Dios”70.
No debemos tratar de forzar las cosas espirituales71. Si tratamos de hacerlo, podemos confundirnos con emociones que imitan las impresiones espirituales, pero no lo son. Estas emociones pueden incluir sentimentalismo, asombro, empatía, emoción u hormonas desenfrenadas.
Del mismo modo, una habilidad espiritual avanzada es saber cuando no se ha recibido revelación y sentirse impelido a no actuar. Conozco a una presidenta de la Sociedad de Socorro, la hermana Jones72, cuya primera consejera se mudó fuera del barrio y tuvo que ser relevada. La hermana Jones se sintió inspirada a recomendar que se llamara a su segunda consejera como primera consejera, pero no se sintió inspirada a recomendar a una nueva segunda consejera. El obispo la animó a considerar a varias hermanas que cumplían los requisitos. Lo consideró con espíritu de oración, pero no recibió una confirmación, y ella lo sabía. Así que esperó, y supo que debía esperar.
Dos semanas después, una conversa relativamente nueva, la hermana Brown73 se mudó al barrio. La hermana Jones sintió entonces la impresión de recomendar que el obispo entrevistara a la hermana Brown y, si él sentía una confirmación espiritual, que fuera llamada como su segunda consejera.
La hermana Brown fue llamada y sirvió durante varios años como consejera de la hermana Jones, no solo ayudando significativamente, sino también aprendiendo de la hermana Jones y de la experimentada primera consejera. Tras el relevo de la hermana Jones, la hermana Brown fue llamada a ser la nueva presidenta de la Sociedad de Socorro del barrio. Estoy agradecido de que la hermana Jones no forzó una conclusión prematuramente, sino que llegó a ser lo suficientemente madura espiritualmente como para saber que no se había recibido revelación alguna y que había sido inspirada a esperar en el Señor.
Hermanos y hermanas, la observación, la razón y la fe facilitan la revelación y permiten que el Espíritu Santo sea un compañero amado, fiable y digno de confianza. Estos elementos serán factores clave para producir un “ímpetu espiritual en nuestra vida”74 y ayudarnos a avanzar “por entre el temor e incertidumbre”75.
Testifico del Padre Celestial y de Su plan, de Jesucristo y Su expiación, y del Espíritu Santo y Su función para ayudarnos a cumplir nuestro propósito en la vida terrenal. En el nombre de Jesucristo. Amén.
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Notas
Dale G. Renlund, miembro del Cuórum de los Doce Apóstoles de La Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días, pronunció este discurso de la Semana de la Educación de BYU el 22 de agosto de 2023.